César Cervera
Si finalmente la balanza se inclinó a favor de los reyes castellanos, fue por la capacidad de estos de desarrollar una política de mutua conveniencia para estas regiones, donde cabía el respeto por sus instituciones medievales.
Lejos de la imagen que quieren transmitir los nacionalistas de un pueblo aislado del resto de regiones españolas, la historia de lo que hoy conforman las tres provincias vascas está directamente vinculada a la de la Corona de Castilla desde hace más de siete siglos. Y, si bien el Señorío de Vizcaya y el Señorío de Arriaga (aproximadamente el 40% de la actual Álava) conservaron durante un tiempo sus propias instituciones, no tardaron en adoptar también ellos la legislación castellana.
Cada una de las tres regiones históricas, cuyos territorios no corresponden exactamente a los actuales, protagonizaron distintos procesos de unión al Reino de Castilla. Así, el único punto en común entre las tres es que la anexión se efectuó en el marco de la competencia entre la Corona de Navarra y la Corona de Castilla. Si finalmente la balanza se inclinó a favor de los reyes castellanos, fue en parte por la capacidad de estos de desarrollar una política de mutua conveniencia para estas regiones, donde cabía el respeto por sus instituciones medievales.
Guipúzcoa, entre Navarra y Castilla
La primera mención documental sobre Guipúzcoa data del siglo XI y en ella se señala que es una tierra perteneciente al Reino de Pamplona. Tras años de intermitentes guerras entre Castilla y Navarra, el 15 de abril de 1179 ambas partes acordaron que la primera se quedaría con la posesión de Rioja y Vizcaya, mientras Navarra se adjudicaría Guipúzcoa, Álava y el Duranguesado. La paz perduró hasta que la derrota castellana frente a los almohades en Alarcos, en 1195, impulsó a los monarcas de León y de Navarra a reabrir las hostilidades contra Alfonso VIII. El castellano, por su parte, se alió con el monarca aragonés y pactó con él el reparto de Navarra entre ambos mediante el tratado de Calatayud, el 20 de mayo de 1198.
Para el año 1200, Alfonso VIII de Castilla había incorporado Guipúzcoa de forma definitiva a su reino. Nada pudo hacer Navarra para evitarlo, frente al potencial militar de los castellanos y la firme decisión de las pueblas guipuzcoanas. Si bien se desconoce cómo estaban repartidos los apoyos entre los nobles, el pueblo, con vocación comercial, sintió mayor vinculación con el Reino de Castilla. La decisión se demostró sumamente acertada. Durante los siguientes años, frente al inmovilismo navarro, que en las últimas décadas del siglo XII solo había fundado San Sebastián (con el objetivo de obtener una salida al mar), Castilla promovió una ambiciosa reestructuración del territorio. La fundación de un total de veinticuatro núcleos, en algunos casos se trataba solo de la concesión de la categoría de villa, asentó el dominio castellano en Guipúzcoa en la primera mitad del siglo XIII.
Además de para fortalecer su posición, los reyes castellanos vieron claro el potencial marítimo de levantar villas en la zona. Entre los años 1203 y 1237, los reyes Alfonso VIII y Fernando III impulsaron la creación de cuatro localidades costeras –Fuenterrabía, Guetaria, Motrico y Zarauz– que en el futuro se revelaron cruciales para la presencia marítima del Reino de Castilla en el Cantábrico.
Si bien Navarra nunca renunció a sus reivindicaciones, solo Carlos II logró recuperar para su reino Guipúzcoa y Álava (1368), aunque fuera por un breve periodo. El navarro tuvo que desprenderse definitivamente de estas plazas en el pacto de amistad firmado con Enrique II en San Vicente (1373), entre otras cosas porque la nobleza local ya estaba plenamente integrada en Castilla.
Una fácil conquista en Álava
Hasta el siglo X la región de Álava era tan solo un territorio fronterizo del reino asturiano, donde se repetían las invasiones musulmanas desde el valle del Ebro. Cuando el dominio musulmán menguó en el norte de España, las coronas de Castilla y Navarra pusieron sus ojos en la región de Álava y desplegaron su influencia sobre los condes locales. En 1076, con el asesinato de Sancho IV de Pamplona, el rey Alfonso VI de León y de Castilla incorporó a su reino La Rioja, Vizcaya, Álavay, como ya hemos mencionado, parte de Guipúzcoa. No en vano, esta anexión y otras posteriores fueron solo de carácter temporal y hubo que esperar hasta principios del siglo XIII para que se produjera su unión definitiva a Castilla.
Entre 1199 y 1200, la preeminencia navarra sobre Álava sufrió un vuelco en el contexto del mencionado episodio bélico contra Castilla. El rey Alfonso VIII de Castilla conquistó por la vía militar Vitoria y parte de Álava. Tradicionalmente se ha creído que el dominio castellano sobre Álava fue previamente negociado con los nobles alaveses, descontentos con la política de los reyes navarros de fundación de villas. Al menos eso ha sostenido la historiografía clásica. Según defiende el profesor de la Universidad del País Vasco Jon Andoni Fernández de Larrea (autor del estudio «La conquista castellana de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado»), no está demostrada esta colaboración porque, «si bien la teoría de la colaboración es posible, no cuenta actualmente con ninguna prueba sólida, sólo con conjeturas e hipótesis indemostrables y documentos falsificados».
El origen de esta teoría estaría en un texto del siglo XVI donde se narra por primera vez cómo, al invadir Alfonso VIII Álava, los guipuzcoanos –ofendidos por desafueros desconocidos que les habría infligido el rey de Navarra– decidieron transferir su fidelidad al monarca castellano. «Con posterioridad la bola de nieve fue creciendo...».
También es importante mencionar que el territorio dominado por el Señorío de Arriaga, cerca del 40% de la actual Álava, fue independiente a Castilla hasta su autodisolución en 1332, fecha en la que se produjo la entrega voluntaria de las tierras de la Cofradía a Alfonso XI. En contrapartida a la autodisolución de esta institución de orden feudal, los hidalgos alaveses obtuvieron de Alfonso XI el reconocimiento de un estatuto jurídico privilegiado. La adhesión a Castilla se puede considerar plena desde el siglo XIV, salvo por un breve periodo de la guerra civil castellana en el siglo XIV entre Pedro I y Enrique de Trastámara, durante la que Carlos II de Navarra retuvo bajo su corona a las villas más importantes de Álava.
Vizcaya, un baluarte militar para Castilla
En el periodo de los Tercios de Flandes, cuando se hablaba de vizcaínos se hacía referencia a cualquier habitante procedente de las regiones vascas. Una demostración del protagonismo que adquirió el Señorío de Vizcaya en la incipiente Monarquía hispánica. Pero mucho antes de su adhesión, al igual que en Álava y Guipúzcoa, los nobles de Vizcaya se vieron en la tesitura de si acercarse a la esfera de Navarra o a la de Castilla. En 1153 se inclinaron a aceptar la soberanía castellana, pero hacia 1160 volvieron a la obediencia pamplonesa. Alfonso VIII ocupó el territorio en 1199 (junto con Álava y Guipúzcoa) y puso fin a la soberanía navarra sobre Vizcaya.
En su caso, la influencia castellana se impuso antes que en el resto de territorios vascos y se puede afirmar que el señorío de Vizcaya ya estaba completamente integrado al Reino de Castilla desde 1379. Y es que, desde el siglo XII, los reyes castellanos habían efectuado continuas alianzas con los señores de Vizcaya para sus empresas en la Reconquista. En agradecimiento a su esfuerzo bélico, los monarcas castellanos dispensaron numerosos cargos, honores y estados a los nobles vizcaínos. Fue, por tanto, una región históricamente beneficiada y cuidada por Castilla. Hacia 1330 el infante Alfonso de la Cerda consideraba que Álava, Guipúzcoa y La Rioja eran aún «propiedad» navarra, pero ya no decía nada de Vizcaya ante la alta penetración castellana.
A nivel político, el Señorío de Vizcaya era heredado por los sucesivos descendientes de la familia López de Haro, de origen navarro pero afiliación castellana, hasta que en 1370 recayó por herencia materna en el infante Juan de Castilla, permaneciendo desde entonces el señorío vinculado a la Corona, primero a la de Castilla y, luego, a la de España. La única condición era que el señor de turno jurase defender y mantener los fueros del señorío (los fueros de Vizcaya), que en su texto afirmaban que los vizcaínos podían desobedecer al señor que así no lo hiciera.
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