lunes, 18 de junio de 2018

La triste verdad tras el mote del Rey «pasmado»: la tragedia de Felipe IV. 3º ESO

ABC HISTORIA
César Cervera

- El historiador Alfredo Alvar defiende en su monumental biografía del gran Rey del Siglo de Oro español que no era ningún pasmado.




Anochecía en el Alcázar Real cuando entró Felipe IV y se abrazó tiernamente a su hija María Teresa, tras el peor viaje de su vida. En octubre de 1646, el Monarca había acudido a Zaragoza con su bizarro heredero, Baltasar Carlos, para enseñarle en qué consistía el arte de reinar, sin sospechar que una súbita enfermedad iba a matar a su único hijo varón. A Madrid regresó solo: «He ofrecido a Dios este golpe, que os confieso me tiene traspasado el corazón y en este estado que no sé si es sueño o verdad lo que pasa por mí». Dos años antes, el soberano también había perdido a su esposa y a su hermano, el célebre Cardenal Infante.
Con el menor entusiasmo, el Rey Planeta se vio obligado a casarse de urgencia con una sobrina suya, Mariana de Austria, y a entregar a su queridísima hija en matrimonio con el Rey de Francia, para sellar la paz con este país. Porque, viudo, ya con canas, el tiempo jugaba gravemente en su contra.

Más grande que pasmado

Ni pasmado, ni Austria menor, ni rey libertino… el historiador Alfredo Alvar Ezquerra (Granada, 1960) acaba de publicar una biografía, «Felipe IV: El Grande» (La Esfera de los Libros), alejada de todas las manidas etiquetas que se le han achacado al Monarca. «Los historiadores durante la Ilustración promovieron una imagen muy negativa. Se acuñaron así términos tales como los Austrias menores, lo que da lugar a pensar que no merece la pena escribir sobre ellos», asegura el historiador, académico e investigador en el CSIC.
Solapado por las biografías dedicadas al Conde-duque de Olivares, Felipe IV no ha tenido quien le escriba, hasta hoy. En las páginas de «Felipe IV: El Grande», una biografía de casi 700 páginas, fruto de años de investigación, se muestra la grandeza y la intimidad de un Rey que sobrevivió a «un mundo de locos».
La recuperación de Bahía de Todos los Santos, con una alegoría de Felipe IV al fondo
La recuperación de Bahía de Todos los Santos, con una alegoría de Felipe IV al fondo
A la losa de vivir la muerte de diez de los trece hijos legítimos que tuvo, Felipe El Grande debió sumar un conflicto militar de envergadura casi mundial, la Guerra de los 30 años, donde se hizo evidente que el «Sacro Imperio romano cada vez era más germánico y menos romano», aparte de rebeliones en Cataluña, Portugal, Nápoles y Sicilia. «Sufrió lo indecible con la rebelión porque no podía comprender lo que estaba pasando, pues él era el Rey legítimo de los catalanes, que habían entregado su principado al enemigo francés», afirma Alvar.
Más grande que pasmado, aún cuando Francisco de Quevedo dijera que como los agujeros, «más grande cuanta más tierra le quitan»; los españoles recuerdan en la actualidad al Rey únicamente por su desaforada vida sexual. «La culpa del apodo del “pasmado” es de la novela de Torrente Ballester, del que luego se hizo una película», recuerda el historiador granadino, que justifica la vigencia del apodo en que «a los españoles les gusta el morbo. La caricatura».

El reinado personal de Felipe IV

«El Rey de la Monarquía hispánica no podía ser un pasmado, ¡es el Siglo de Oro!», señala. A pesar de imaginarle como alguien frívolo, solo preocupado por divertirse; no hay que olvidar que el Rey gobernó de forma directa durante 22 años, cuando al Conde Duque de Olivares «se le dio licencia para retirarse» a Toro, donde acabaría perdiendo el juicio.
«Tenía un sentido providencialista de la política, en una época en la que Europa empieza a estudiar la política desde un punto de vista pragmático», considera Alvar, sobre un católico convencido, con un problema con el pecado en su juventud: «Creía que todo lo malo que le pasaba a él y a su pueblo era un castigo por sus pecados».
«Gracias a su afición coleccionista y no fragmentadora, nuestro patrimonio cultural es el segundo o tercero más rico de la cultura occidental»
Si bien puede existir controversia sobre su papel en las crisis que sacudieron la Monarquía hispánica durante su reinado, no la hay sobre su papel de mecenas del arte. «Diego Velázquez y Felipe IV eran casi de la misma edad. El Rey le visitaba en su taller siempre que podía. Se antoja que eran grandes amigos», apunta sobre un mecenazgo que va más allá de la pintura. El Monarca leyó y escribió mucho, e incluso compuso alguna pieza teatral, durante un periodo en el que Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Calderón… firmaron sus mejores obras. «Gracias a su afición coleccionista y no fragmentadora, nuestro patrimonio cultural es el segundo o tercero más rico de la cultura occidental».

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