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Franco, con 'salacot', durante la campaña de Cataluña (1938). EFE
"Soy un historiador español y me molestan los mitos que se han creado en
torno a Franco", dice Ángel Viñas, que se confiesa
antifranquista; por lo tanto, no imparcial, pero sí objetivo, cuando se
enfrenta a quien él llama "SEJE" (Su Excelencia el Jefe del Estado).
Así, con objetividad, pero no imparcialidad, con "voluntad
desmitificadora", viene ocupándose de diversos aspectos del dictador. El
más reciente son las ganas que tenía SEJE de entrar en la Segunda Guerra
Mundial para recoger las
migajas imperiales que Hitler le
dejara en el Norte de África, y cómo algunos de sus generales más próximos le
fueron quitando la idea, bien untados por los británicos, cuyo abundantísimo
dinero canalizó Juan March, que también sacó tajada. El libro, con toda lógica,
se llama Sobornos (de cómo Churchill y
March compraron a los generales de Franco) y lo ha sacado Crítica.
Los sobornos eran conocidos, pero no todos sus entresijos ni
circunstancias, aclarados ahora por la reciente desclasificación de unos
legajos británicos. Lo que, además, hace Viñas es "encajar esa operación
clandestina, subterránea, en su contexto táctico y estratégico". Ese
contexto fue, por supuesto, la política británica de impedir a toda costa la
entrada de Franco en la mundial al lado de Hitler. Y dentro de esa política, los sobornos fueron la tercera
pata de un banco que
tenía también la político-diplomática y la económico-comercial, esta última
dosificada con la clásica receta del palo y la zanahoria.
Por el papel que jugó Juan March, dice Viñas con alguna ironía
que había que levantarle un monumento. Lo cierto es que el millonario
conspirador (un bribón de la peor especie, según el agregado naval de la
embajada británica, Hillgarth, alguien -March, no Hillgarth- que decía que a un
hombre no hay que preguntarle cómo ha hecho su primer millón) tuvo la
perspicacia de ver desde el primer momento que la guerra la iban a perder los
alemanes, y apostó a caballo ganador.
Para Viñas, incluso, y aunque esto no pueda asegurarse, March
está en el origen de la idea de los sobornos, ayudado en su concepción por el
citado Hillgarth, y en su desarrollo por el embajador Samuel Hoare, un tipo
"con más conchas que un galápago, que ha estado en el MI6 y está
acostumbrado a trabajar con el dinero que mueve voluntades".
Las voluntades que movió en España fueron las de los principales
generales de Franco (alguno, ministro), como Varela, Galarza, Kindelán, Orgaz,
Aranda... -de nuevo de actualidad, por el callejero de la discordia- y el
propio hermano de SEJE, Nicolás. Todos ellos le hicieron ver los inconvenientes
-empezando por la debilidad del ejército español- de meterse en el avispero de
la guerra. Y Franco, pese a las ganas que tenía, las reprimió. En cuanto a los ingleses, la
importancia que le dieron a los sobornos se ve en que estos estaban previstos
para seis meses y se alargaron tres años. "Churchill, el embajador Hoare,
los ministros de Exteriores Halifax y Eden, lo apostaron todo a los
sobornos".
Esa historia la cuenta Ángel Viñas con total minuciosidad y un
evidente tono beligerante contra ciertos colegas profranquistas, más amigos de
destacar la "hábil prudencia" del gallego que de entrar en estas
zonas oscuras. La palma (¿del martirio?) se la lleva Luis Suárez Fernández.
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