Natividad Pulido
El Museo Reina Sofía, que celebra con una exposición los 25 años de la llegada a sus salas del cuadro de Picasso y los 80 de su creación, proyecta retirar los barnices oxidados.
El «Guernica», la joya de la Corona del Museo Reina Sofía - AFP
Detalle de los desperfectos del «Guernica», un cuadro muy dañado- ABC
Treinta y tres profesionales de los museos e instituciones culturales más importantes del mundo analizaron en enero de 1998 en el Reina Sofía los problemas de conservación del «Guernica», de Picasso. Sobre la mesa, el estudio más exhaustivo realizado hasta entonces sobre su estado de salud. En las conclusiones de dicho informe, elaborado por un equipo al frente del cual estaba Pilar Sedano, se decía que el «Guernica» se encontraba «en unas condiciones de conservación muy precarias, debido a los numerosos traslados a los que ha sido sometido y que han terminado causando daños importantes, algunos de ellos irreversibles, como el debilitamiento y rotura de fibras en determinadas zonas de la tela del soporte; o como la impregnación de cera en la capa pictórica y preparación, cuya eliminación es imposible. Por ello, consideramos que, desde el punto de vista de su conservación, no debe volver a exponerse la obra a ningún tipo de movimiento o traslado fuera de las salas del museo».
En 2012 puso en marcha el Reina Sofía un innovador proyecto de investigación, «Viaje al interior del Guernica», con el que se está llevando a cabo un nuevo estudio. Para ello se diseñó un robot de 9 metros de largo y 3,5 de alto, controlado por ordenador, que se desplazaba delante del cuadro. Se tomaron más 24.000 fotografías en altísima resolución con luz natural, ultravioleta, infrarroja... Aún faltan las conclusiones.
«Me han tenido que convencer»
Pero todo apunta a que el «Guernica» será restaurado. El director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, confiesa que no lo tenía claro. Vino con la propuesta Anny Aviram, veterana restauradora del MoMA, especialista en Picasso, que recientemente depositó en el museo español el bastidor original del «Guernica», aparecido en los almacenes del MoMA. «En los 70 se hizo una restauración preventiva con barnices que se han oxidado. Y cuando vino a España en 1981 se volvió a barnizar para protegerlo, porque vino enrollado. Hasta ahora no nos atrevíamos a retirar los barnices. Pero hoy se puede hacer sin ni siquiera tocar la pintura. Aún tengo que proponérselo al Patronato del museo y hablar con Glenn Lowry, director del MoMA, para firmar un acuerdo entre los dos museos y hacer un informe hacia septiembre. El trabajo sería conjunto. Creo que sí se llevará a cabo. A Picasso no le gustaba poner ningún barniz en sus obras», comenta Borja-Villel.
Primero se harían pruebas. El trabajo se llevaría a cabo poco a poco, sin mover el cuadro, y solo retirando los barnices para que el «Guernica» recupere todos sus matices. El cuadro se ha vuelto más plano. No se reintegrarán las pérdidas de pinturas. «Me han tenido que convencer. Es tan importante esta obra que no puedes hacer nada si no estás cien por cien seguro. Nadie tiene derecho a poner en peligro un icono», advierte Borja-Villel. No todos se atreven a tocar un icono. El Louvre, sin ir más lejos, no osa tocar la «Gioconda» por si pierde su enigmática sonrisa y, de paso, los millones de fans que acuden a visitarla al año.
El Reina Sofía conmemora los 25 años de la llegada del «Guernica» al museo y los 80 de su creación con la muestra «Piedad y terror en Picasso. El camino a Guernica» (del 5 de abril al 4 de septiembre). Comisariada por Timothy James Clark y Anne M. Wagner, y con el apoyo de Abertis, aborda cómo llegó el artista a la creación del cuadro, la visión que proyectó Picasso sobre la guerra moderna y la particular iconografía con que la plasmó. Será inaugurada el martes por los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía.
Historia de un mito
El Gobierno de la República decidió participar, en plena Guerra Civil, en la Exposición Internacional de París de 1937. El pabellón español fue diseñado por Luis Lacasa y Josep Lluís Sert, una joya arquitectónica que albergó tanto en su interior, como en el jardín, grandes tesoros. Allí estaban «El segador», de Miró; la «Montserrat», de Julio González; la «Fuente de Mercurio», de Calder, «El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella», de Alberto Sánchez... También varias obras de Picasso: «La dama oferente», «Cabeza de mujer», «Busto de mujer», «Bañista»... Pero, sin duda, la joya del pabellón fue el «Guernica». Esta es la historia de cómo se gestó un icono del siglo XX.
Picasso era el artista español vivo más reconocido. De ahí que el Gobierno español quisiera a toda costa contar con él para la Exposición de París y mostrar al mundo la modernidad de nuestro país. Le nombraron director honorífico del Prado, un museo sin obras de arte, pues emprendieron un largo y complicado exilio para su protección. Picasso aceptó encantado el cargo, aunque nunca ejerció como tal.
Fue el entonces director general de Bellas Artes, José Renau, quien le comunicó el nombramiento y le pidió que colaborara en el pabellón español de la Exposición de París. En enero del 37, Sert, acompañado por una comitiva formada por Max Aub, Louis Aragon y José Bergamín, le encargaron una gran pintura mural.
Bombardeo de Guernica
Pasaron los meses y Picasso, inmerso en una crisis personal y creativa, no lograba ejecutar el encargo. El 26 de abril se produjo el bombardeo de Guernica a cargo de la aviación alemana de la Legión Cóndor. Todos los medios se hicieron eco de la noticia y, por supuesto, Picasso, que seguía muy atento a todo lo que ocurría en su país, se enteró. El 1 de mayo, la manifestación por el Día del Trabajo en París fue un grito en contra de la guerra, en recuerdo con las víctimas de aquel bombardeo. Ese mismo día Picasso comenzó a pintar un inmenso lienzo (351 por 782 centímetros), su cuadro más emblemático, en su estudio de la Rue des Grands Augustins de París. Lo hizo frenéticamente, enfurecido. Tan solo en 33 días. El 4 de junio se colocó en el pabellón español.
Previamente, Picasso hizo numerosos bocetos y estudios preparatorios del cuadro, que plasma en el lienzo a partir del 11 de mayo. Hay siete figuras principales: el toro, el caballo, el soldado muerto y cuatro mujeres: una con su hijo muerto en brazos, otra con los brazos en alto saliendo de una casa en llamas, otra portando una lámpara en su mano y una cuarta arrodillada. Entre el toro y el caballo pintó una paloma, apenas reconocible.
Olga, Marie-Thérèse y Olga
Por entonces, Picasso ya había dado por acabado su matrimonio con la bailarina rusa Olga Khokhlova –esta no quería divorciarse– y tenía como amante a la jovencísima Marie-Thérèse Walter, con quien tuvo una hija, Maya. Pero en 1936 conoció a la joven fotógrafa francesa Dora Maar. Y ya se sabe: tres son multitud. Dora será su modelo, musa y amante en esas fechas. Es ella «la mujer que llora» que aparece en muchos de los bocetos del «Guernica», pero que acabó no plasmando en el lienzo final. Fue testigo privilegiado del proceso de creación del cuadro, que inmortalizó en imágenes. Henriette Theodora Markovitch, más conocida como Dora Maar (1907-1997), era pintora, fotógrafa y escultora. Picasso la abandonó por Françoise Gilot.
Cuentan que el «Guernica» no tuvo una buena acogida en la Exposición de París. Tuvo que pasar el tiempo para que fuera entendido y reconocido en su justa medida. Hoy nadie duda de que esa obra, archiconocida y reproducida hasta la saciedad, se ha convertido en símbolo de la guerra universal. De la Guerra Civil española, pero también de Hiroshima, de Vietnam, de Corea, de Bosnia, de Irak...
Una obra muy viajera
Desde que Picasso creara este icono universal para la Exposición Internacional de París de 1937, se convirtió en una obra muy viajera, lo cual, unido a sus grandes dimensiones y a lo que ha sufrido en las tareas de enrollado y desenrollado de la tela, ha debilitado mucho su estado de salud. Tras el éxito de su exhibición en París todos querían verlo. La primera parada del último exiliado español fue una muestra itinerante integrada por obras de Picasso, Matisse, Braque y Henri Laurens, organizada por el galerista parisino Pierre Rosenberg y que recorrió Noruega, Dinamarca y Suecia, de enero a abril de 1938. Tras este viaje por las frías tierras escandinavas, el cuadro retornó a su estudio de la Rue des Grands Augustins de París donde fue gestado, pero allí estuvo poco tiempo, pues en septiembre de 1938 el «Guernica» fue enviado, con muchos de sus dibujos preparatorios, al National Joint Commitee for Spanish Relief (Comité de Ayuda a los Refugiados Españoles) de Londres para recaudar fondos. El cuadro se vio en varias ciudades de Inglaterra.
El propio Picasso decidió seguir recaudando fondos para los refugiados políticos españoles y mandó el cuadro y los bocetos a Estados Unidos. A bordo del buque francés «Normandie» el «Guernica» llegó, junto con el presidente del Gobierno republicano en el exilio, Juan Negrín, a tierras americanas el 1 de mayo de 1939. El cuadro se exhibió en la Valentine Gallery de Nueva York y más tarde emprendería una gira de tres meses por Los Ángeles, San Francisco y Chicago. En 1939 volvió a exponerse en Nueva York, en este caso en el MoMA, que acaba de inaugurarse, como parte de una retrospectiva del artista, «Picasso: Forty Years of his Art».
Una gira agotadora
Estalla la II Guerra Mundial. Picasso cree que lo más conveniente es que el «Guernica» y los bocetos permanezcan en custodia en el MoMA durante la guerra, aunque siempre expresó su deseo de que su destino final fuera España. En los años cuarenta es cedido a exposiciones en el Art Institute de Chicago, la Gallery of Fine Arts de Columbus (Ohio) y el Fogg Art Museum de Cambridge (Massachussetts). Ya en los años cincuenta el «Guernica» regresa a Europa, esta vez a Milán, donde se muestra en el Palacio Real. Cruza de nuevo el Atlántico para participar en la II Bienal de Arte de Sao Paulo (1953-54) y en 1955 vuelve a Europa para participar en una retrospectiva de Picasso en París, tras la cual emprende una nueva gira por Alemania, Bélgica, Holanda y Dinamarca.
Entre 1957 y 1958, vuelve a exhibirse en el MoMA neoyorquino, en Chicago y en Filadelfia. Tras esta agotadora gira de muchos años, el cuadro estaba «agotado, cansado, débil y frágil». Tanto viaje, tanto enrollado y desenrollado, acabaron por pasarle factura. Picasso dio instrucciones al MoMA en 1958 para que no fuera prestado más por los graves deterioros que había padecido. Durante su estancia en el museo noyorquino el cuadro sufrió un atentado en 1974. El artista iraní Tony Shafrazi hizo una pintada con espray rojo sobre la superficie del «Guernica» como protesta por la guerra de Vietnam. Se decidió que permaneciera en el Museo de Arte Moderno hasta su traslado definitivo a España el 9 de septiembre de 1981.
Ese día se firmó el acuerdo entre el Gobierno español y el MoMA para formalizar la transferencia de propiedad del cuadro y sus bocetos a España. Picasso expresó por escrito su deseo de que el «Guernica» y las obras preparatorias «vuelvan al pueblo español, cuando en España se restablezcan las libertades públicas».
Un viaje histórico
Con todos los honores, el 10 de septiembre de 1981 el último exiliado español llega a España procedente de Nueva York, a bordo de un avión de Iberia. En nuestro país había sido pedido por Justino de Azcárate, desde el Senado, y por Manuel Morodo, desde el Congreso. Entre los artífices de que ello fuera posible, nombres clave en las complejas negociaciones fueron el entonces ministro de Cultura, Íñigo Cavero; el secretario de Estado de Exteriores, Carlos Robles Piquer; el director general de Bellas Artes, Javier Tusell; el subdirector general de Artes Plásticas, Álvaro Martínez-Novillo; el diplomático Rafael Fernández Quintanilla; el embajador de España en Estados Unidos, José Lladó...
Y, aunque unos meses antes había dejado la presidencia del Gobierno Adolfo Suárez, el acuerdo para la llegada del «Guernica» se fraguó estando él al frente del Gobierno, como recordaba a ABC José Pedro Pérez-Llorca, ministro de Exteriores de 1980 a 1982. «Faltaban por cerrar algunos aspectos –cuándo y cómo se haría–, pero el acuerdo con el MoMA y con la familia estaba cocido. Cuando yo llego a Exteriores en el 80 este tema estaba ya en vías de solución». Así es. El Gobierno español había nombrado en 1979 una comisión oficial especial para el regreso del «Guernica» a España. Martínez Novillo recuerda que Adolfo Suárez «escribió una carta personal a cada uno de los herederos de Picasso hablando del tema. Aquello tuvo una trascendencia enorme».
Su última morada
La icónica obra se instala en el Casón del Buen Retiro de Madrid. Su presentación oficial tuvo lugar el 24 de octubre de 1981. Es todo un acontecimiento. Allí estuvo expuesto hasta que en julio de 1992 el cuadro emprende el que hasta ahora es su último viaje. Del Casón pasó al Museo Reina Sofía, donde permanece desde entonces, en la segunda planta del centro, como la joya de la Corona. La división de las colecciones estatales entre el Prado y el Reina Sofía, establecida a partir de la fecha de nacimiento de Picasso (1881), supuso que el célebre lienzo partiera en 1992 hacia el Museo Reina Sofía, su última morada.
Pero el cuadro sigue sin descansar en paz. A las continuas peticiones de los nacionalistas vascos para que el cuadro viaje al País Vasco –siempre rechazadas por la frágil salud del cuadro, que aconseja que no se mueva nunca más–, se sumaron en 2010 las del entonces director del Prado, Miguel Zugaza, que pretendía recuperarlo para exhibirlo en el Salón de Reinos. Proyecto que parece al fin descartado.
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