César Cervera
Un proceso contra el Arzobispo de Toledo requirió que se interrogara al Monarca, a su hermana y a más de 100 nobles.
Como Rey Católico que era, título que el Papa otorgó a Isabel y Fernando tras la conquista de Granada, Felipe II tenía la potestad de interferir ante el Santo Oficio en aquellos procesos que afectaran a personas de su entorno. Lo sorprendente es que solo lo hizo dos veces en todo su reinado, para salvar al escultor italiano Pompeo Leone, en 1558; y para obtener una confesión suplementaria de un enemigo del Cardenal Granvela.
No es que Felipe II fuera de esos reyes que se frenaba de intervenir en la independencia de los distintos órganos que conformaban la Monarquía hispánica. Como explica Geoffrey Parker en «Felipe II, la biografía definitiva», «en todas las demás materias judiciales, ya afectaran a Papas, obispos, abadesses, o a nobles, habitantes de las ciudades o campesinos, insistía en tener la última palabra porque, como en cierta ocasión manifestó Mateo Vázquez, “Vuestra Magestad es la ley viva para mandar”».
El Rey solía ejercer una suerte de legislador supremo y tenía, como otros monarcas del periodo, prerrogativa de gracia para indultar a los condenados. El Viernes Santo de cada año, el limosnero mayor presentaba «muchos procesos de hombres condenados a muerte, a quien ya habían perdonado las partes, para que perdonase él la que tocaba a la justicia, en día de tanta misericordia, para que Dios la tuviese en su alma. Él los perdonó». Así hizo también con motivo de hechos excepcionales, como la victoria en Lepanto, el nacimiento de su primer hijo con Anna de Austria, el Infante Fernando, o su entrada en Portugal como legítimo Rey.
En este sentido, el Rey no siempre se sentía obligado a cumplir sus propias leyes. Actuaba en ocasiones como legibus solutus, es decir, absuelto de respetar las leyes e incluso de explicar por qué no las cumplía. «De mi propio motu y cierta ciencia y poderío real absoluto de que esta parte puedo usar y uso», era la coletilla que solía emplear cuando quería dar carpetazo a un asunto.
Felipe II, el gran pilar del Santo Oficio
Por el contrario, cuando se trataba de asuntos del Santo Oficio, Felipe II prefería dejar hacer. El Rey favoreció a este órgano tanto moralmente como económicamente, y cuando se vieron afectadas personas de su entorno se abstuvo casi siempre de ayudarlas. Así ocurrió en el caso de Bartolomé Carranza, donde el monarca permitió sin protesta alguna que los inquisidores interrogaran a sus ministros, a su hermana e incluso a él.
Bartolomé Carranza fue un arzobispo y teólogo navarro que ejerció un papel protagonista durante la restauración del catolicismo en Inglaterra, la cual llegó de la mano de Felipe II, Rey Consorte de María Tudor, así como el español más influyente durante el Concilio de Trento. Precisamente por su contacto con protestantes de alrededor de Europa, el inquisidor general, Fernando de Valdés, inició un proceso contra él al inicio del reinado de Felipe II. El 1 de agosto de 1559, el pleno inquisitorial decidió su arresto y el teólogo, en ese momento Arzobispo de Toledo, fue conducido a la cárcel de la Inquisición en Valladolid, donde dio comienzo su proceso, largamente demorado.
Carranza estaba enfrentado a nivel personal con el inquisidor general, que aprovechó el entorno luteranos del arzobispo para abrir un proceso contra él. Durante 17 años, Fernando de Valdés arrojó contra su rival todas las acusaciones que pudo e interrogó a todo su entorno, incluido el Rey. Hasta que le abandonó a su suerte, Carranza había contado con la plena confianza de Felipe II, que incluso lo nombró gobernador de España y tutor de su hijo en caso de que él muriera. Sin embargo, conforme avanzaba el proceso contra Carranza fue retirando su confianza hasta niveles de ingratitud.
¿Cuándo decidió el Rey abandonar a su fiel consejero? Pocos meses después de la muerte de Carlos V, Felipe II debió sufrir un súbito ataque de religiosidad inquisitorial, puesto que escribió a la regente Juana instando a la Suprema a «que castiguen muy bien y con gran rigor estas herejías que escriben que allá hay, y que no dejen de hacer ninguna cosa de las que para esto convengan, y toque a quien tocare, aunque sea el príncipe». Una frase que fue entendida por el Santo Oficio como que el Rey estaba conforme con que se fuera contra Carranza.
El proceso del siglo: Valdés contra Carranza
Entre 1560 y 1562 más de 100 nobles y caballeros de calidad fueron llamados a testificar por el Santo Oficio en el proceso contra Carranza. Asimismo, unos jueces arbitrarios redactaron una primera lista de cinco preguntas dirigidas al Rey y se presentaron en palacio. La Santa Inquisición quería saber la naturaleza de la amistad de Felipe y Carranza y si había oído algunos de los sermones por los que ahora se le acusaba de hereje.
Otra de las preguntas claves, y donde se mostró la escasa lealtad del Rey hacia su viejo amigo, planteó si conocía la enemistad que Carranza y Valdés se procesaban: «Yo no puedo saber si por esto o otra causa haya odio o enemistad entre ellos, pues si la habido sería dentro de sus pensamientos, lo que nadie no puede juzgar ni afirmar por cierto». No iba a tomar partido por ninguno. Durante su defensa, Carranza contraatacó y también reclamó el testimonio del monarca, que, en su caso, la Inquisición exigió que lo hiciera en persona.
Los inquisidores formularon un interrogatorio intenso al Rey el 14 de octubre de 1562, estando en Palacio. Aunque en algunas cuestiones defendió a Carranza, las respuestas evasivas supusieron la mayoría de palabras del Rey, que, como señala Geoffrey Parker con ironía, recuerdan a las que cuatro siglos después daría el presidente Clinton al ser interrogado por sus relaciones con Monica Lewinsky. La trascripción de las preguntas revela las escasas ganas del Rey de implicarse en el caso:
–Pregunta 38. No sabe.
–Pregunta 39. No sabe.
–Pregunta 50. No se acuerda.
–Pregunta 55. No se acuerda.
–Pregunta 56. No se acuerda.
–Pregunta 61. No se acuerda.
–Pregunta 76. No se acuerda.
El paso de los años esquisto el proceso y trasladó el juicio a Roma tras la petición del Papa Pío V. Felipe había consentido una investigación que nacía de rivalidades personales solo por respaldar al Santo Oficio y pagó las consecuencias. Después de que le salpicara directamente a él, el proceso se escapó de sus manos y se resolvió al final de manera demasiado suave para haber durado 17 años. El mismo Papa asistió a docenas de sesiones del proceso y dictó sentencia a favor de Carranza. No en vano, el sucesor de Pío V, Gregorio XIII, decidió concluir la causa el 14 de abril de 1576 declarándole gravemente sospechoso de herejía, lo que se traducía en una suspensión de sus funciones eclesiásticas durante cinco años.
Bartolomé Carranza falleció en el Convento de Santa María sopra Minerva de Roma, en el años 1576, donde fue enterrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario