Luis Alemany
Diderot, Rousseau y Voltaire.
- Gonzalo Torné recopila 71 textos de la Enciclopedia de 1751.
D'Alembert había sido abandonado por sus padres y tenía un talento natural para las matemáticas. Diderot tenía una opinión muy mala de España y fue feminista antes que existiera esa categoría. D'Holbach era desafiantemente ateo, casi hasta la obsesión. Quesnay fue un médico de éxito y economista por intuición. Romilly tuvo que expiar los pecados de su padre, que dejó un artículo lleno de faltas ortográficas en la primeraEnciclopedia. Rousseau había sido mendigo de niño y tenía mucha necesidad de que le quisieran, aunque quién no. Y Voltaire era capaz de tomar 70 tazas de café al día.
Con menos que eso se puede escribir el guión de un cómic sobre un equipo de superhéroes, de esos de los que el escritor Gonzalo Torné habla como una influencia insospechada para sus novelas. No lo haremos por ahora: D'Alambert, Diderot, Voltaire y compañía son los protagonistas de la Breve antología de las entradas más significativas del magno proyecto de la Enciclopedia... (Debate) que Torné ha traducido y recopilado.
El libro (390 páginas, prólogo de Fernando Savater, portada guasona) es exactamente lo que promete su título: 71 textos tomados de la Encyclopédie Méthodique de 1792, recogidos con propósito divulgativo. Adulterio, Optimismo, Idolatría y Elegancia son cuatro nombres de artículos tomados al azar pero permiten intuir que los temas de la Enciclopedia no nos quedan lejos a los lectores de 2017.
«Lo más importante que se debe saber sobre la Enciclopedia», explica Torner, «es que constituye el primer intento de yuxtaponer todo el saber humano occidental (técnico, filosófico, musical, artístico) en una obra colectiva. Y el principal malentendido es la idea de que estos pensadores contaban con el viento a favor de su tiempo. En realidad escribieron los artículos en circunstancias muy adversas: encarcelamientos, persecuciones, censura...».
Entonces, ¿a quién pertenecía la Enciclopedia? ¿Contra quién iba? «Pese a su pretensión universal, cada enciclopedista va a lo suyo y libra batallas pegadas a su tiempo: d'Holbach está contra cualquier forma de religiosidad, a Voltaire le ponen muy nervioso los ateos, Rousseau dirime cuentas pendientes con los musicólogos de su tiempo, Diderot está muy enfadado con los gremios... Si la leen pensando en su época es una empresa indócil con el poder; si la leen desde los valores de la revolución inminente y el romanticismo tiene un aire conservador. Su partido es la exigencia de pensarlo todo por uno mismo, sin aceptar cortapisas; y al mismo tiempo el compromiso a revisar sus propias ideas, vengan de donde vengan los argumentos: una exigencia bastante transversal».
Su antología permite identificar como voces singulares a siete escritores a los que distinguimos con vaguedades. ¿Tiene Torner predilectos entre ellos? «Los enciclopedistas son varias docenas, así que los seleccionados son mis favoritos. En cualquier lista que estén Voltaire y Diderot parece difícil no sentir predilección por ellos. D'Alambert escribe de maravilla. Los dos textos que aporta Romilly son profundos y emotivos, y claves para entender de qué va el espíritu de los enciclopedistas».
¿Y la belleza? ¿Tiene algo que ver con todo este asunto? «Sí. El compromiso de los enciclopedistas de ofrecer la mayor cantidad de estratos de conocimientos posibles es leal. Aquí se habla de chocolate, de cerveza, de volcanes y de unicornios. De manera que no se podía prescindir de la dimensión artística que no hay esfuerzo que sofoque. ¡Si a nuestros primitivos los encerrabas en una cueva y no se les ocurría otra que pintar las paredes!».
Sólo nos falta poner el resultado del partido. ¿Ganaron la Historia los enciclopedistas? ¿O ganó la irracionalidad? Torné no dice ni que sí ni que no. «Como no podemos comprobarlo ni experimentarlo todo por nosotros mismos, pensamos siempre sobre un conjunto impresionante de supuestos y prejuicios. Por otro lado, siempre estamos haciendo apuestas sobre el futuro... Esto es más o menos inevitable. Lo que sí tiende a una irracionalidad peligrosa es cuando nos negamos a examinar esos prejuicios o a cambiarlos cuando la realidad los desmiente.».
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