martes, 12 de diciembre de 2017

Involución rusa. 4º ESO

EL PAÍS Opinión
Víctor Lapuente

La enorme desconfianza acumulada dificulta la consolidación de sistemas democráticos capitalistas en muchas repúblicas exsoviéticas.


Lenin y Trotski durante la celebración de un mítin el 5 de mayo de 1920. CORDON PRESS


Cerramos un año muy ruso. Al centenario de la revolución de 1917 se le ha sumado el intenso protagonismo de Rusia en la escena internacional. La mano del Kremlin ha mecido las cunas de todos los conflictos relevantes.
Rusia ha perfeccionado lo que algunos expertos en seguridad llaman la “manguera de falsedades”. Un modelo de propaganda que canaliza un alto volumen de mentiras y posverdades a través de las redes y los medios afines. El objetivo es desestabilizar a Occidente y consolidar los intereses rusos, sobre todo en Ucrania y Siria. Dentro de las fronteras rusas, la manguera depura a los disidentes.
Hay una continuidad entre el aparato represivo de la extinta URSS y el de la actual Rusia. El propio Putin fue un espía de la KGB. Pero lo inquietante es la pervivencia de una deprimida psicología colectiva.
Como en otros países excomunistas, la sociedad rusa vive atrapada en un círculo perverso. El comunismo dejó por los suelos los niveles de confianza social. Cualquiera podía delatarte. No podías fiarte ni de tus padres ni de tus hijos. Y el corrupto proceso de liberalización y privatización de los años noventa deterioró todavía más los valores cívicos. El mensaje que caló fue el siguiente: esto es la ley de la selva, así que piensa sólo en ti.
La enorme desconfianza acumulada —hacia empresas, administraciones y conciudadanos— dificulta la consolidación de sistemas democráticos capitalistas en muchas repúblicas exsoviéticas. Una sociedad que desconfía de todo prefiere soluciones de ordeno y mando a soluciones de mercado, tanto en la economía como en la política. Los votantes suspicaces no entregan el poder a políticos abiertos y consensuales, sino a líderes cerrados y autoritarios, dispuestos a castigar sin remordimientos. Y estos, lejos de implementar políticas que fomenten la cohesión social, siembran todavía más inquina con sus arbitrariedades.
Algunos balances sobre la revolución rusa destacan los liberadores efectos que tuvo el espíritu revolucionario, aun admitiendo sus nefastas consecuencias materiales. Pero 1917 fue una Gran Involución, tanto para los cuerpos como para las almas.

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