Rosalía Sánchez
La efeméride, que se conmemora mañana, ha amparado la publicación de un buen número de libros y documentales sobre el Holocausto.
Entrada al campo de exterminio de Auschwitz
El compositor alemán Wolf Biermann, a sus 83 años, nunca ha visitado Auschwitz, el campo de concentración nazi en el que fue asesinado su padre en 1943. «No, no necesito coger el coche y conducir hasta allí porque he estado en Auschwitz toda mi vida –confiesa– en mi indefensión infantil, en mi condena a la soledad, a través de todas nuestras historias familiares… yo siempre he estado en Auschwitz».
El padre judío de Biermann, Dagobert, un trabajador del astillero Blohm & Voss de Hamburgo, participó en un sabotaje y estuvo en prisiones nazis durante años antes de morir en Auschwitz. «Fue un hombre recto que sobrevivió ocho años en la cárcel. Personaliza lo que Heinrich Heine, en su poema "Enfant perdu", llamó un valiente soldado en la eterna guerra por la libertad de la humanidad y es uno de los poquísimos destellos de luz que podemos encontrar en la impenetrable oscuridad que es Auschwitz», dice el hijo.
Biermann publicó sus primeras canciones y poemas en la Alemania oriental en la década de 1960. Debido a su oposición al régimen comunista y durante una gira de conciertos en la Alemania occidental, se le negó la entrada a la RDA en 1976, convirtiéndose en un símbolo para la disidencia. Todavía hoy, cuando le llaman para ir a un colegio a dar su testimonio, ha de esperar a que la conversación profundice para saber si esperan un testimonio sobre el nazismo o sobre el comunismo. «Al final siempre acabo hablando sobre la libertad».
El olvido del Holocausto
Setenta y cinco años después de la liberación de Auschwitz, la cultura alemana vuelve a hacer memoria, difícilmente aportando datos nuevos pero cumpliendo con otra tarea no menos importante: mantener vivo el recuerdo tras la progresiva desaparición de los testigos directos. Según un estudio realizado por la Fundación Körber, solo el 47 % de los escolares alemanes encuestados, de entre 14 y 19 años, sabe qué es Auschwitz-Birkenau. El director del Memorial del campo de concentración de Bergen-Belsen, Volkhard Knigge, confirma la «alarmante frecuencia con la que chicos que participan en excursiones escolares se mofan del Holocausto, banalizan el exterminio o instigaban debates con datos falsos o tesis revisionistas».
Esta es la situación que denuncia el historiador judío alemán Michael Wolffsohn, autor de «Juden und Christen» (Judíos y cristianos) y «Deutschjüdische Glückskinder. Eine Weltgeschichte meiner Familie» (Los afortunados niños judíos alemanes. Una historia mundial de mi familia), que ha criticado duramente la intervención del presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, durante la celebración del aniversario en el Yad Vashem de Jerusalén. «Las mismas palabras, año tras año… no es de extrañar que casi nadie las escuche», se queja, reivindicando una nueva cultura del recuerdo. «El presidente eligió demasiadas grandes palabras –explica Wolfffsohn–. Esa inflación léxica vuelve hoy inútil un discurso que sirvió para nuestros abuelos, pero no para las nuevas generaciones».
El historiador destaca que alrededor de una cuarta parte de los alemanes tiene hoy antecedentes migratorios, muchos de ellos musulmanes. «El antiguo discurso era para los descendientes de los alemanes que sobrevivieron a Hitler, que sabían lo que había ocurrido, pero el mundo musulmán no ha pasado décadas reflexionando sobre el Holocausto y esta nueva Alemania requiere una cultura del recuerdo más basada en los hechos».
Nuevos libros y documentales
Y ese es el objetivo de varios documentales publicados con motivo del aniversario. El cineasta británico Mark Hayhurst ha puesto el dedo en la llaga de los Aliados. Basándose en los «protocolos de Auschwitz» y las declaraciones de los prisioneros Rudolf Vrba y Alfred Wetzler, que escaparon en abril de 1944, reconstruye el funcionamiento de la fábrica de asesinatos en una cinta difícil de soportar. Hayhurst desliza un dilema irresoluble, la pregunta sobre si debería haber sido bombardeado Auschwitz, tal y como exigieron asociaciones judías en el extranjero a la Junta de Refugiados de Guerra, una agencia gubernamental creada por el presidente Roosevelt en 1944. John Pehle, que reaccionó entonces con cautela estratégica, reconoció en 1978 que había sido «un error trágico».
Entre las novedades editoriales del aniversario destacan «Ich blieb in Auschwitz» (Auschwitz: última parada), de Eddy de Wind, y «RÜckker nach Birkenau» (Regreso a Bisrkenau), de Ginette Kolinka, dos supervivientes que no se conocieron, a pesar de coincidir en el tiempo en Auschwitz, y cuyos relatos muestran formas opuestas de sobrevivir: mientras Kolinka se refugió en sí misma y afirma «no lograr recordar ni un solo rostro de los enfermos y muertos a mi alrededor», de Wind se aferró a soñar despierto con la liberación.
También ven la luz este mes de enero los cuadros de David Olère, el único pintor asignado al Sonderkommando en Auschwitz y que después de la liberación registró lo que había visto allí en más de 50 dibujos que nunca habían sido expuestos hasta ahora. La exposición está instalada en el Bundestag, la misma sede del parlamento alemán en la que se sientan por primera vez en esta legislatura diputados del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), uno de cuyos líderes, Björn Höcke, exige «una política del recuerdo completamente distinta».
Esa presencia impregna de forma silenciosa el aniversario, tiñendo la conmemoración de un inaprehensible pesimismo sobre el que Biermann ironiza. «Seguramente, la democracia es una forma de sociedad en peligro de extinción. La gente no puede soportar bien una dictadura, pero sufren la libertad aún peor… ¡Un dilema!», dice el compositor, cambiando de registro al instante para advertir que «de alguna manera, la democracia vuelve la cultura perezosa y plana, de modo que el núcleo humano del sistema ya no es reconocido, respetado y defendido. Eso lleva, finalmente, a caer en una nueva dictadura. Ya sea izquierda o derecha».
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