Manuel P. Villatoro
Tras la Guerra Civil, el gobierno inició la expulsióm de los nativos americanos de sus territorios. Esta campaña contaba con varias patas -desde la política, hasta la alimenticia-, aunque su mayor exponente fue la militar.
Indios de las praderas americanas. ABC
Narra el mito que, allá por 1869 (cuando los Estados Unidos ya habían logrado expulsar a una buena parte de los nativos americanos de sus tierras), el jefe comanche Cuchillo Plateado se reunió con el general Philip Sheridan en Fort Cobb con el simple objetivo de parlamentar. «Yo, Tosawi, indio bueno», afirmó. El militar respondió al instante: «Los únicos indios buenos que he conocido estaban muertos».
Aunque la conversación fue negada siempre por el oficial (la frase, de hecho, se ha atribuído a mil y un personajes), lo cierto es que ejemplifica a la perfección los sentimientos que emanaban de una parte de la sociedad norteamericana. Así lo demuestra el que los Estados Unidos iniciaran, a partir de 1866, una campaña para conquistar los territorios que los nativos tenían en su poder; una operación que se basó en su expulsión de la región por la fuerza y mediante unidades como el mítico Séptimo de Caballería.
Contra los nativos
Con todo, la militar fue solo una de las patas sobre las que se sustentó la expulsión de los nativos americanos y la destrucción de sus costumbres. En 1830, por ejemplo, los colonos empezaron (sin saberlo) la destrucción de la «despensa» de los nativos mediante la caza masiva de búfalos. Su punto álgido se vivió entre los años 1870 y 1875, cuando los terminaron con dos millones y medio de ejemplares. Y todo ello a pesar de que, por entonces, ya se sabía que de su carne dependía la sociedad indígena.
«La causa principal de su exterminio fue, sin duda, la voluntad política de su erradicación como método para acabar con la fuente de subsistencia de los indígenas», explica Gregorio Doval en «Breve historia de los Indios Norteamericanos». Hasta tal punto se conocía que el mismo Sheridan alabó su destrucción. «Estos hombres han hecho más para solucionar el problema indio que todo el ejército en los últimos cuarenta años. Han destruído la despensa de los indios. [...] Dejémosles matar, despellejar y vender hasta que los búfalos se hayan extinguido», afirmó.
Tampoco faltaron las medidas políticas. En 1866, por ejemplo, el Congreso aprobó una ley que garantizaba la igualdad de los ciudadanos antes la ley... pero excluyó de ella a los indios. Menos de dos décadas después, en 1883, la Oficina de Asuntos Indios prohibió sus prácticas religiosas, su lengua e impuso un corte de cabello determinado a los nativos. Aunque el pistoletazo de salida oficial de esta compleja maquinaria se dio mucho antes...
Comienza la persecuión
Tras la Guerra Civil (1865) el presidente Andrew Johnson inició su particular campaña de odio contra los indios. El mismo político que -tras conquistar o anexionarse territorios como Texas, México y Oregón- estableció que la expansión de los Estados Unidos se veía drásticamente frenada por los nativos americanos. Un pueblo que se asentaba en el centro del continente y que impedía la conexión por tierra de los dos extremos del país.
Decidido a unificar el territorio, el presidente ordenó al ejercito expulsar a los indios hasta reservas apartadas en las que no entorpeciesen los intereses de la nueva nación. Algo que, por descontado, no gustó ni una pizca a los hombres del penacho de plumas, que se armaron para resistir por las bravas el empuje de los hombres de las barras y las estrellas.
En el marco de esa tensa situación se creó el mítico Séptimo Regimiento de Caballería de los Estados Unidos. Una unidad cuya misión (entre otras tantas) era la de asegurar las fronteras y evitar que los nativos acabasen con los buscadores de oro y las caravanas que se adentraban en sus tierras.
«Constituido el 28 de julio de 1866, el 7º Regimiento de Caballería se organizó formalmente el 21 de septiembre en […] Kansas», explican los autores de «The Encyclopedia of North American Indian Wars, 1607–1890. A Political, Social, and Military History». En la misma obra se señala que, desde sus inicios, la unidad fue conocida como «Garryowen» por adoptar esta marcha irlandesa como himno.
Dos crueles líderes
El mando del Séptimo de Caballería se le otorgó al mediocre George Armstrong Custer (llamado «Cabellos largos» por los nativos), ilustre a pesar de ser el último de su promoción y de haberse hecho tristemente famoso en la Guerra Civil por usar con demasiada ligereza a sus hombres para acabar con el enemigo a toda costa. No en vano, Ed Rayner y Ron Stapley le definen en su libro «El rescate de la historia» como un oficial «enérgico y nada escrupuloso […] que despreciaba a los indios y esperaba alcanzar una victoria espectacular sobre ellos para dar mayor impulso a su carrera».
«Cabellos largos», por su parte, llamó a filas al mayor Joel Haworth Elliott por considerarlo «un soldado curtido por una amplia experiencia en el campo del servicio». Este combatiente se había hecho un nombre combatiendo en batallas como la de Shiloh en abril de 1862 (la cual se saldó con 23.000 bajas después de que los confederados atacasen por sorpresa a los unionistas cerca de Tennesse); la de Perryville en octubre de ese mismo año (con más de 7.000 bajas) o la de Stones River en diciembre (donde se produjeron unas 24.000 bajas
No le faltaba razón a Custer, aunque los historiadores coinciden en que, bajo el liderazgo de «Cabellos largos», Elliott dejó salir de su interior toda la barbarie que atesoraba contra los nativos americanos. «En las llanuras demostró ser un oficial celoso y despreciable bajo las órdenes de Custer», explican los autores de «Encyclopedia of Frontier Biography».
Ejemplo de ello es que nuestro protagonista persiguió ferozmente, el 7 de julio de 1867, a un grupo de desertores hasta dar buena cuenta de ellos. «Siguió la pista de seis huidos a pie, uno murió, dos fueron heridos y el resto arrestados. Él informó de que el fallecido iba a disparar contra él, pero el resto afirmaron que el hombre estaba de rodillas pidiendo clemencia por su vida cuando fue asesinado por el segundo teniente William W. Cooke», añaden los autores de la mencionada obra.
Con todo, su experiencia permitió a Elliott hacerse con el mando del Séptimo de Caballería cuando Custer fue procesado y suspendido del mando (labor que comenzó entre agosto y octubre de 1867, atendiendo a las diferentes fuentes de información utilizadas).
Sigue la campaña de odio
La campaña de presión del Ejército de los Estados Unidos, no obstante, se vio retrasada debido a dos factores principales que explica pormenorizadamente el historiador y periodista Jesús Hernández(autor del blog «¡Es la guerra!») en su obra «Las 50 grandes masacres de la historia»: «Por entonces, los indios contaban con dos claras ventajas sobre el Ejército. Una era su táctica de guerrilla, favorecida por su gran conocimiento del terreno y su facilidad para vivir sobre él. La otra era su mayor movilidad; al ser capaces de trasladar sus campamentos con cierta agilidad, resultaba difícil capturarlos o perseguirlos».
Por entonces el odio hacia los nativos americanos no conocía ya límites. Así lo demuestran afirmaciones como las del general William T. Sherman («Hay que actuar con fervor vengativo contra los sioux, incluso hasta la exterminación de todos sus hombres, mujeres y niños») o la más popular, y ya mencionada, «El único indio bueno es el indio muerto» (atribuida a multitud de personajes).
De esta guisa, el general Philip Sheridan (gran valedor de Custer) se decidió a dar un golpe decisivo a los nativos que les obligara a retirarse a las reservas. «El general Sheridan creyó haber encontrado el Talón de Aquiles de su enemigo; al llegar el invierno, las tribus solían replegarse a unos campamentos fijos, ofreciendo así un blanco estable que el Ejército podría atacar de manera planificada. La “Estrategia invernal”; como se le denominó al plan de Sheridan, consistía en que los regimientos saliesen a buscar esos campamentos de invierno para destruirlos», explica Hernández en su libro.
En su obra, Doval corrobora esta afirmación: «El plan de Sheridan encaraba los dos mayores problemas del ejército. Primero, la dificultad de contrarrestar las tácticas de guerrilla de los indios […]. Segundo, su superior movilidad».
Para dirigir esta búsqueda y destrucción de los campamentos, Sheridan escogió a su preferido: Custer. Oficial al que le devolvió el mando del Séptimo Regimiento de Caballería. «Los ecos de las proezas de Custer durante la Guerra Civil aún resonaban, por lo que esa decisión fue considerada acertada. Aunque durante el conflicto logró ascender a general con tan solo veinticinco años, tras la guerra su graduación fue reducida a la de teniente coronel», completa Hernández.
Bajo la promesa de un ascenso rápido, «Cabellos largos» se dispuso a perpetrar la sangrienta «Estrategia de invierno» para ganarse el favor de Norteamérica. «Quería emprender cuanto antes su carrera política hacia la Casa Blanca y necesitaba con urgencia victorias militares que le avalasen», destaca Doval. Y todo ello, de la mano del mayor Elliott.
Final de una era
A mediados de noviembre de 1868, con el frío sacudiendo sus casacas, Custer y Elliot partieron hacia las llanuras con su cruel objetivo en mente. Su «enemigo» (si es que puede llamarse así) no tardó en aparecer en forma de una pequeña tribu itinerante de indios cheyenes que se había instalado a orillas del río Washita. El poblado, dirigido por Cazo Negro (nombre traducido también como Caldera Negra u Olla Negra), estaba formado principalmente por mujeres y niños y no era hostil.
«Cazo Negro advirtió a los suyos de que no debían ser pillados por sorpresa […]. En lugar de esperar a que vinieran los soldados a por ellos, él acudiría a su encuentro al frente de una delegación para hacerles ver que el poblado cheyene era pacífico. La nieve era abundante y caía ininterrumpidamente, pero tan pronto como las nubes abandonaran el cielo, se pondría en marcha», explica Dee Brown en su documentada obra «Enterrad mi corazón en Wounded Knee».
Para su desgracia, desconocía la misión del Séptimo de Caballería. El 26 de noviembre, Custer y Elliott arribaron a las cercanías del campamento y prepararon el ataque. «La columna se dividiría en cuatro unidades, que atacarían desde cuatro ángulos distintos, convergiendo en el centro del poblado», añade Hernández. El asalto comenzó una hora antes del amanecer, y al son de «Garryowen» (pues Custer había hecho acudir a los músicos de la unidad para que la interpretaran mientras cargaban).
De nada valieron las banderas blancas y las señales de paz. En pocos minutos, y tras acabar con los pocos conatos de defensa con los que se toparon, el poblado quedó reducido a cenizas. «De los 103 indios que murieron en el ataque, tan solo 11 de ellos eran guerreros», completa el historiador español en su obra. Brown reduce este número a 10.
La crueldad del Séptimo de Caballería no se detuvo en la aniquilación del campamento cheyene. Ávido de sangre, Elliott dirigió a una veintena de sus hombres (las cifras varían entre 16 y 18 dependiendo de los historiadores) contra los hombres, mujeres y niños que habían logrado escapar de aquel desastre. Las fuentes también difieren a la hora de señalar si lo hizo o no con el consentimiento de Custer, aunque la teoría más extendida es la que recoge el Servicio de Parques Nacionales de los Estados Unidos. Según desvela este organismo en su dossier sobre nuestro protagonista, «pidió voluntarios para perseguir río abajo a los indios que escapan de la aldea» sin contar con su superior.
Aquel fue su último acto de barbarie, pues fue cazado por una partida de nativos que tendieron una trampa a su pequeña avanzadilla. Fue el primer golpe de un regimiento que, durante el verano de 1876, sufrió un gran revés en la batalla de «Little Bighorn» con la muerte del mismísmo Custer. Pero ni con él terminó la sed de venganza de la unidad. Y es que, sus hombres perpetraron su última matanza contra los nativos americanos en «Wounded Knee», donde (el 22 de diciembre de 1890) acabaron con decenas de indios pacíficos que trataban de huir de la barbarie.
Pinchando en el enlace se llega al vídeo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario