Irene Mira
Domingo Badía, espía al servicio de Manuel Godoy, se convirtió en el primer europeo en visitar La Meca. Acabó sus días despreciado y acusado de afrancesado por Fernando VII.
Aunque su nombre real era Domingo Badía, este funcionario y científico catalán pasó a la historia como Alí Bey Abd Allah. Fue el primer español y europeo en pisar La Meca, la ciudad sagrada del Islam y prohibida para todo infiel. Se convirtió en uno de los exploradores más audaces de su tiempo y permitió a los occidentales conocer los secretos más ocultos del mundo árabe.
Bajo una identidad falsa y haciéndose pasar por un príncipe sirio, trabajó como agente secreto en una de las misiones políticas del reinado de Carlos IV. Su habilidad diplomática y sus conocimientos sobre la cultura musulmana fueron el salvoconducto perfecto de un viaje de cinco años entre Marruecos y Turquía, con parada en Chipre, Egipto, Siria y Palestina.
Sus aventuras orientales las plasmó en una obra científica e ilustrada que atrajo la atención del Imperio francés. Fernando VII lo acusaría de traidor por su colaboración con Napoleón en un tiempo marcado por la Guerra de la Independencia. De ahí que sus biografías lo tildasen de afrancesado.
De espía español a príncipe musulmáan
Las aspiraciones de Badía siempre habían sido científicas. Desde joven mostró tener un gran talento para materias como las matemáticas, la física o la astronomía. En edad adulta se convirtió en un gran ilustrado. Siempre estuvo interesado en el mundo que le rodeaba y le fascinaban las obras que narraban las grandes expediciones de aventureros como James Cook o Alexander von Humboldt.
Anhelaba poder viajar y conocer la cultura islámica desde dentro, de la que ya había tomado conocimiento previo estando en Córdoba. Así, comenzó a trabajar en un plan elaborado para emprender una expedición dedicada a investigar el continente africano.
En 1801, empeñado en llevar a cabo este propósito, Badía decidió presentarlo ante la corte de Carlos IV. En una España de principios del siglo XIX, poco dada a las empresas científicas, era una suerte que el ministro Manuel Godoy decidiera financiar su proyecto. Según narra Fernando Escribano en «El peregrino Alí Bey, un príncipe abasí español del siglo XIX» (Revista científica CSIC, 2005), detrás de esta misión existían unas claras intenciones políticas como requisito indispensable de la Corona.
Aceptando su doble papel de viajero y espía, Badía partió a la costa africana en 1803. A Godoy le preocupaba la relación entre España y Marruecos, la cual se había enfriado por la política de hostilidad que el sultán Solimán había tomado hacia el comercio peninsular. De esta manera, la misión del científico era la de persuadir al dignatario marroquí de que abandonara su actitud de bloqueo y procediera a liberar el comercio, algo necesario para llevar a cabo las exportaciones de trigo que tanta falta hacía a los españoles.
Para tal encargo, Badía tomó la identidad falsa de Alí Bey Abd Allah, hijo y heredero de un príncipe sirio muy rico. Los conocimientos que había adquirido desde bien niño sobre la lengua y la cultura islámica jugaron un gran punto a su favor. Pasó por un auténtico árabe y nunca llegó a ser descubierto. Es más, hizo muy buenas migas con Solimán, pese a que conspiró desde el principio a sus espaldas.
Una vez finalizado este exitoso cometido, en 1805 Badía empezó su soñado viaje por los países islámicos. «No se sabe bien porqué hubo de abandonar Marruecos y peregrinó a La Meca», explica Escribano. Desde ese momento, cortó la comunicación con Godoy y se dedicó a redactar su cuaderno de viajes, dejando constancia de todos los sitios por los que pasaba. Fue el punto de partida de una de las exploraciones científicas europeas más importante de la época.
El primer extranjero en La Meca
El primer mapa que Europa tuvo de La Meca fue gracias a un español, Alí Bey. Durante los treinta días que pasó allí dejó una completa descripción de sus templos. «Esto fue fundamental en aquella época, ya que nunca antes un cristiano había relatado de forma tan exacta la ciudad santa», añade el experto. Gracias a las mediciones astronómicas que poseía, se averiguó al fin la zona correcta en la que estaba ubicada.
La Meca siempre ha sido un lugar prohibido para todo aquel que no procesa la religión. Badía fue la excepción y pudo recorrer su interior bajo la apariencia de un fiel musulmán. Se comportó como uno más y cumplió con todos los rituales de peregrinación, hasta entonces desconocidos por los occidentales. El camino que tomó el barcelonés sería imitado años después por otros viajeros, entre ellos Richard Francis Burton en 1851.
Con su singular espíritu ilustrado, no solo recopiló datos sobre la ciudad santa, sino que también se dedicó a grabar sus otros recorridos por el mundo islámico, como el Templo de Jerusalén. Observó la captura de los lugares santos musulmanes por los wahhabi (antepasados de la actual casa real saudí). Alí Bey fue el único testigo europeo de estos eventos.
Su viaje a la ciudad santa fue la cumbre de un fascinante viaje por el mundo oriental. Desde allí puso rumbo a Constantinopla, pasando por Gaza y Siria, describiendo a su paso todo cuanto veía o le parecía importante. Para su desgracia, tuvo que salir huyendo de allí cuando uno de los esclavos a su cargo lo denunció como cristiano.
El Alí Bey afrancesado
Después de muchas penalidades consiguió llegar a Madrid en 1808, donde tenía previsto reunirse con el Monarca. Pero desde su partida, la situación había cambiado mucho en España. La figura de Napoleón Ise había impuesto en el país y allí no había nadie para recibirle.
Badía no tuvo más remedio que viajar a Francia. En mayo de ese mismo año se produjo la abdicación en Bayona de Carlos IV, quien cedió el trono español a Napoleón I y a su hermano José Bonaparte.
El científico y explorador seguía empeñado en hablar con su Rey, pero este le recomendó que cualquier proyecto se lo propusiera al emperador, que ahora era quien manejaba los asuntos del reino. De esta manera, tuvo una audiencia con Napoleón I en la que se ofreció para dirigir una invasión francesa de Marruecos.
Sin embargo, este lo envió de vuelta a España con el nuevo monarca, José I. Al emperador le parecía que Badía sería más útil para la causa francesa en su país natal. En este punto ocupó varios altos cargos, como intendente de Segovia y prefecto de Córdoba. Los desempeñó con gran distinción y destacó por su carácter ilustrado, el cual le permitió llevar a cabo muchos proyectos de investigación bajo su mecenazgo.
Cuando José Bonaparte huyó a París en 1813, Badía hubo de exiliarse con él, como tantos otros afrancesados. Nunca pudo regresar a España, donde estaba proscrito como traidor. Aunque más tarde pidió perdón a Fernando VII, este nunca le contestó.
En Francia publicó su obra «Voyages» (1814), que causó una sensación inmediata. Salieron traducciones al inglés, alemán e italiano años más tarde. Sin embargo, el libro no pudo publicarse en su país natal, pues aún se le tachaba de afrancesado. Se editó en 1836, una vez hubo muerto el padre de la futura Isabel II.
Agonizante y misterioso final
Cansado de su vida de Corte, Badía presentó un nuevo plan de exploración en 1815. Esta vez fue al Rey francés Luis XVIII (Napoleón II ya había caído) quien lo aceptó con la intención de establecer una ruta terrestre a la India desde el Mediterráneo.
Tomando los mismos pasos que en su antigua misión a Marruecos, Badía volvió a esconderse bajo la identidad falsa de un musulmán. Esta vez utilizó el alias de Othoman Bey, como hijo de Alí Bey, quien ya era demasiado reconocido.
Partió hacia Oriente Medio y nunca más regresó a Europa. Las últimas noticias que se tuvieron de él es que se encontraba en Damasco preparando su segundo viaje a La Meca, adonde no llegó. Su final está envuelto en un misterio aún no resuelto.
Se dice que murió en el desierto sirio, aunque no se sabe cómo. La tesis oficial argumenta que fue asesinado por unos agentes británicos, conocedores de su misión secreta con el gobierno galo. Lo que sí está un poco más claro es que, pocos días antes de su muerte, escribió una carta al cónsul francés de Damasco, a quien informó que habían intentado envenenarle.
Domingo Badía murió despreciado por afrancesado en España, mientras que en Francia fue visto como un extranjero sospechoso. De una manera u otra, para la historia quedó registrado como un hombre polifacético que abarcó muchas vidas. Poco le importó ser cristianos o musulmán, español o francés. Su única misión fue la de explorar y divulgar todo aquello que veía, siempre desde esa visión suya de científico e ilustrado.
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