César Cervera
La tradición literaria posterior fue la que dio forma a la leyenda del gobernador ultrajado que se vengó de Don Rodrigo por violar a su hija.
Don Rodrigo arengando a sus tropas en la batalla de Guadalete .
«Florinda perdió su flor, el rey padeció castigo», canta el Romancero Español sobre el ultraje del último rey godo, Don Rodrigo, a la hija de Don Julián, el influyente gobernador de Ceuta. Tan importante e influyente que fue su traición al Rey lo que motivó, según la tradición popular, la derrota en Guadalete y el fin del reino visigodo: «De la pérdida de España/ fue aquí funesto principio».
Más allá de la tradición popular, la mayoría de datos sobre Don Julián son legendarios o muy posteriores al periodo en el que supuestamente vivió. La única fuente cercana a los acontecimientos, la llamada «Crónica Mozárabe del 754», no dice nada de Don Julián, pero sí de un cristiano de nombre Urbano que, procedente del norte de África, acompañó a los árabes en su recorrido por la Península y posteriormente viajó con uno de los generales musulmanes a Damasco.
La hermosa hija del gobernador
Deformando la historia y nombre de Urbano, fue la tradición literaria posterior la que dio forma a la leyenda del gobernador ultrajado que se vengó de su Rey. En esta línea, Urbano o Don Julián sería un noble bizantino que ejercía por esas fechas el cargo de Comes Iulianus, esto es, el gobernador en el estrecho, desde Ceuta a Algeciras, a partir de la caída en manos árabes de la ciudad de Cartago (698). Ante la presión musulmana, el último gobernador bizantino se alió con la Monarquía visigoda y defendió Ceuta repetidas veces de asedios musulmanes gracias a los suministros llegados desde la Península.
La amistad entre Ceuta y Toledo se estrechó cuando Don Julián envió a su hija, llamada La Cava («mala mujer») o Florinda, a educarse a la corte goda. Y precisamente allí se guisó el ultraje, cuando Florinda salió a pasear un día con sus doncellas por los jardines de su residencia y decidió darse un baño sin percatarse de que el Rey godo la contemplaba. La visión «abrasóle» al monarca que, sin quitarse de la cabeza a la joven, empezó a acosarla hasta lograr lo que quería. Para unas fuentes aquel Rey era Don Rodrigo, mientras para otro seguía siendo Witiza.
Víctima de la sarna, el Monarca eligió a la hermosa Florinda para que le limpiara con un alfiler de oro los ácaros y, de paso, permaneciera a solas con él. En una de esas ocasiones, Don Rodrigo (o Don Witiza) forzó a la joven a mantener relaciones sexuales.
«Ella dice que hubo fuerza; él, que gusto compartido», señala el Romancero sin aclarar si hubo o no violación. También de la crónica –si es favorable al Rey o no– depende encontrar una versión u otra de las circunstancias de este encuentro sexual. Para algunas el ultraje no fue exactamente la falta de consentimiento, sino la incumplida promesa del Rey de casarse con la joven después.
Agraviada hasta el tuétano, Florinda escribió a su padre una carta contándole lo ocurrido. Don Julián, que seguía resistiendo los ataques musulmanes, facilitó la entrada en la Península de las tropas árabes que, en el verano de 711, vencieron a las huestes de Don Rodrigo en la batalla del río Guadalete. Abandonó la defensa de Ceuta y, además, facilitó información de España y barcos para el traslado de los soldados. Según algunas fuentes, incluso acompañó al general musulmán, Táriq ibn Ziyad, y participó en la batalla. Incluso se dice que fue el padre ofendido quien mató a Don Rodrigo en Guadalupe, según la «Crónica Silense».
La verdadera traición se cocinó desde dentro
Las distintas leyendas que rodean al derrumbe godo buscan, desde una perspectiva cristiana posterior, solapar con literatura que la Monarquía hispano goda mostraba una debilidad crítica cuando llegaron los musulmanes. Durante los reinados de Égica y su hijo Witiza, el Estado godo estuvo acosado por las luchas internas entre nobles y la amenaza que en el norte suponían los francos y en el sur los musulmanes, que hace poco habían conquistado Cartago.
A diferencia de su padre, Witiza promovió la reconciliación con la nobleza hostil a su poder y abandonó la política de represión. También dejó sin efecto las agresivas medidas de su padre contra los judíos. Aquello no sirvió para mucho.
La demostración de que su apuesta por la paz fracasó en su reinado, marcado por sendas hambrunas, es que falleció joven, con menos de 30 años, probablemente asesinado a manos de sus enemigos. Su muerte súbita, ya fuera natural o no, fue seguida de la proclamación de forma simultánea de dos reyes diferentes: Don Rodrigo, en la Bética; y Agila, en la Tarraconense. Al primero se le cree dux de esta provincia goda, mientras que al segundo se le vincula directamente con Witiza, ya fuera hijo suyo o un noble afín a esta facción.
De ahí que el reino estuviera partido en dos cuando asomaron por el sur los musulmanes. Don Rodrigo nunca fue reconocido como rey en todo el territorio visigodo e incluso en las partes que controlaba tenía tantos partidarios como detractores. Entre el año 710 y el 711, la situación en el país fue de guerra civil abierta. La llegada poco después de los musulmanes, que la facción que apoyaba a Agila celebró como aliados suyos, sirvió para colocar a Don Rodrigo contra las cuerdas.
Los witizianos de Agila, con el obispo Opas a la cabeza, vieron en los árabes el intrumento circunstancial para imponerse a sus enemigos, como en el pasado habían hecho otros reyes godos con los francos. Solo el tiempo mostró que aquel pacto con los árabes tenía poco que ver con lo visto hasta entonces. A diferencia de los francos que lucharon y proclamaron rey a Sisenando un siglo antes, en esta ocasión los musulmanes no se iban a conformar con entregar el reino a Agila pudiéndose quedarse con todo el pastel.
La Monarquía de Don Rodrigo, por su parte, no prestó suficiente atención a las reiteradas señales de peligro procedente del Norte de África. La flota goda en el Estrecho, que en el pasado reciente había malogrado otros proyectos de invasión, brilló por su ausencia en vísperas de Guadalete. Porque, o bien ya no estaba operativa; o bien pertenecía al bando de Agila…
7.000 guerreros bereberes al mando de Tariq se plantaron en Tarifa y al poco se les unieron 5.000 árabes dirigidos por Muza, como relata León Arsenal en su libro «Godos de Hispania» (EDAF). La batalla que se produjo cerca del río Guadalete (Bética) confirmó que la Monarquía visigoda era un cadáver andante. Resulta imposible conocer los detalles del combate y, como siempre ocurre en estos casos, son los mitos los que han cubierto los enormes huecos del relato.
Una leyenda afirma que fue la retirada de los hijos de Witiza, al frente de las alas, lo que derrumbó la formación cristiana. Algo bastante complicado debido a la corta edad que pudieran tener en ese momento los hijos de Witiza y de que, en todo caso, hubiera sido más probable que hubieran luchado en el bando musulmán que junto a Don Rodrigo.
También en términos más fabulados que documentados se cree que Don Rodrigo murió ahogado cuando huía de la batalla o directamente luchando en ella. Una suposición que la aparición de monedas con su imagen en Lusitania y la posibilidad de que su tumba se encuentre en la ciudad portuguesa de Viseu ponen en cuestión. Es igual de probable que, en realidad, Rodrigo pudiera haberse refugiado en el oeste de la Península y gobernar allí una temporada.
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