Luis Alemany
Sinclair McKay narra en su nuevo libro el incomprensible ensañamiento sobre la ciudad alemana a través de las pequeñas historias de vecinos, militares, víctimas y verdugos, 75 años después.
Rieles de desescombro, en el centro de Dresde, en febrero de 1945.
Hay algo curioso en Dresde, 1945. Fuego y oscuridad, el libro de Sinclair Mckay sobre el bombardeo de la ciudad alemana (editado por Taurus): a pesar de que narra uno de los días más trágicos del siglo XX, su lectura está llena de momentos de comprensión y compasión para sus protagonistas, ya fuesen alemanes o ingleses, agresores o agredidos.
Un ejemplo: «Kurt Vonnegut [el novelista de Matadero número cinco] estaba en Dresde en el bombardeo, era un prisionero de guerra empleado a la fuerza en una fábrica que hacía el sirope que se recetaba a las embarazadas», explica McKay. «Como las raciones que le daban eran escasas, la tentación de probar el sirope era enorme, pero lo tenía prohibido bajo amenaza de fusilamiento. Un día no pudo aguantar y metió el dedo en el azucar. Levantó la cabeza y vio que una trabajadora alemana lo miraba. Vonnegut pensó: 'Estoy acabado'. Pero la mujer le sonrió y se fue. Hay muchos recuerdos así en los testimonios de esa época: No son historias de heroísmo pero sí de amabilidad».
Otros relatos son conmovedores: «Dresde no tenía protección. Las baterías antiaéreas estaban en el frente, a 80 kilómetros. Había 10 cazas en el aeropuerto que no podían hacer frente a los 750 aviones que volaron desde Inglaterra. La última recluta era de quinceañeros», explica el autor. «Unas semanas después, cuando los soviéticos llegaron, dieron con unos soldados alemanes en el ático de una casa. Habían encontrado unos trenecitos de madera y jugaban con ellos. ¿Qué iban a hacer si eran niños?».
Un poco de contexto: en enero de 1945, hace ahora 75 años, Alemania había perdido la guerra pero los aliados no eran capaces de ganarla. El Ejército Rojo avanzaba a buen ritmo, pero el frente occidental estaba atascado. El Reich hacía correr el rumor de que tenía preparadas armas que cambiarían el signo de la guerra... Y Dresde, la ciudad más importante del este de Alemania, estaba colapsada con miles de refugiados que huían de los soviéticos y de soldados alemanes que iban a su encuentro.
¿Qué tipo de ciudad era Dresde? Una belleza de arquitectura barroca, famosa por su música, por su universidad y por su refinamiento. La descripción que McKay hace recuerda más a Praga que a Múnich o Berlín. «El centro era una especie de manual de historia del arte en Europa, estaban todos los estilos. En el centro predominaba el barroco, pero, si salíamos a los barrios residenciales, la arquitectura se parecía a la de París: ese tipo de edificios con patio...».
Dresde era un poco como Praga, un poco como París y un poco como Heidelberg, todo a la vez, y eso lo sabían los ingleses que la destruyeron. «Todas las casas de clase media del Reino Unido se preciaban de tener porcelana de Dresde. La ciudad fue también un destino turístico popular. Se vendía como un lugar mágico, como de cuento, suspendido en el tiempo», explica McKay.
Y continúa: «Es difícil saber si el ambiente de la ciudad estaba muy politizado o si se había impuesto la ironía hacia el régimen. Los testimonios están sesgados, sólo nos llegaron las voces de los críticos.Pero sabemos, por ejemplo, que mucha gente ayudaba en lo que podía a [el psiquiatra y escritor] Viktor Klemperer cuando le veían la estrella amarilla. Hasta el carnicero le daba comida a escondidas».
«Durante algún tiempo, existió la teoría de que Dresde fue bombardeada por lo que significaba, para atacar la cultura alemana. No lo creo. Había una lógica militar en elegir Dresde», explica el autor. Las industrias de la ciudad proveían de material de guerra a la Wehrmacht. Dresde era también el lugar en el que se unían los trenes que llevaban hacia el frente este. El objetivo militar era legítimo. ¿Pero el método y la intensidad?
Algunos datos: entre el 13 y el 15 de febrero de 1945, Dresde recibió tres rondas de bombardeos de intensidad descomunal. La primera llegó después de la cena y destruyó la ciudad. La segunda llegó en mitad de la madrugada y destruyó las cenizas de la ciudad arrasada. La tercera (obra de los estadounidenses) llegó a la mañana siguiente y fue como una broma diabólica. 25.000 personas murieron. Los animales del zoo se escaparon y huyeron por la orilla del río Elba.
Dresde, 1945 habla también de los pilotos y los artilleros que estaban al otro lado de aquel fuego: chicos ingleses atiborrados de anfetaminas que se sentían dioses en el cielo y, a la vez, estaban muertos de miedo. El día que bombardearon Dresde, volaron nueve horas en condiciones aterradoras y se llevaron para su memoria imágenes infernales que los atormentaron durante el resto de sus vidas.
El comandante que los dirigía, Arthur Harris, es el personaje más contradictorio de esta historia. «Era un duro. Estaba convencido de que la manera de ganar una guerra era bombardear las ciudades.Si morían niños, no importaba. Durante toda la guerra peleó con sus superiores para imponer ese criterio, para extender la guerra total».
En el libro de MacKay se cuenta la historia de una fiesta entre gente educada de Londres que discutía el bombardeo. «Una mujer dijo que los aliados hacían bien en matar a los niños de Dresde, porque, de lo contrario, esos niños serían los nazis que volverían a atacar Inglaterra dentro de 20 años», explica el autor.
«Lo sorprendente es que Arthur Harris tenía otra faceta que se veía en sus textos.Era un hombre ingenioso e inteligente.Era accesible para su tropa. Escribía muy bien. Sus descripciones de las misiones aéreas son casi poéticas».
Harris no era un loco sediento de sangre y odio, pero llevó la guerra total hasta su límite más infame. «El bombardeo de Dresde no responde a ninguna lógica racional, que es el acto desesperado de unos militares que no sabían cómo acabar la guerra».
Las últimas páginas de Dresde, 1945 hablan de la reconstrucción literal de la ciudad en los años de la RDA. «A mí tampoco me gusta el pastiche. Yo también dudé cuando subía por la Frauenkirche, recordé que todo era una reconstrucción... Pero la música que suena es verdadera, la vida de la iglesia es verdadera y su belleza también».
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