Manuel P. Villatoro
Tras el desastre de Annual, el periodista Luis de Oteyza mantuvo una conversación con el líder cabileño. En ella, el general fue más conciliador que enemigo: «Los españoles son bienvenidos aquí»
Abd el-Krim
El desastre de Annual (acaecido en el Rif) conmocionó a la sociedad española. El 21 de julio de 1921, jornada aciaga y negra como el hollín, una mezcolanza de factores provocó que la posición más avanzada en territorio enemigo del general Manuel Silvestre fuese pasada a cuchillo por guerrilleros de las cábilas locales. El resultado: entre 10.000 y 13.000 ataúdes llenos de soldados rojigualdos. Y todo ello, apenas una década después de que se viviera otra matanza similar (aunque de menor calibre) en la posición del Barrando del Lobo. Si antes ya era uno de los enemigos más temidos de nuestro país, aquella pesadilla provocó que Abd el-Krim (el líder regional) se convirtiera en un verdadero demonio de cara a la península. Sus hombres fueron acusados de mil y un barbaridades. Desde abrir en canal a nuestros compatriotas, hasta quemarles vivos.
En ese contexto, y a pesar de que el dolor había tomado las calles, hubo un periodista que se propuso conocer la opinión del mismísimo Abd el-Krim sobre la contienda que se libraba a pocos kilómetros de la península. Alguien que quiso sentarse frente a él, sin intermediarios ni emisarios, y preguntarle el por qué de muchas de sus decisiones. El porqué se había levantado contra España; el porqué había permitido aquella barbarie; el porqué había avanzado, tras la caída de Annual, contra el resto de posiciones hispanas a golpe de gumía o, simplemente, el porqué odiaba tanto a nuestro país. Aquel reportero fue Luis de Oteyza; el mismo hombre que, según explica Antonio Rubio en «Luis de Oteiza y el oficio de investigar» (Libros.com, 2015) creó el «primer equipo de investigación» de la historia de nuestra prensa. Lo que el líder y su hermano (presente en el encuentro) respondieron fue memorable...
En la guarida del diablo
Oteyza comenzó su trabajo a golpe de insistencia. Ya en 1909 había intentado trasladarse al Rif para parlamentar con los líderes locales, aunque no lo logró. Una década después, el desastre de Annual se convirtió en el empujocito que necesitaba. En 1922 reunió al grupo que se dirigiría hacia la guarida del diablo: Alfonso Sánchez (fotógrafo) y Pepe Díaz (de «Prensa Gráfica»). Rafael Hernández (redactor del periódico «La Libertad») fue el encargado de organizar el viaje al margen del gobierno, pues no querían que nadie se enterase de sus intenciones.
Ya en territorio marroquí enviaron tres misivas al mismo Abd el-Krim y a sus colaboradores más cercanos para solicitar un encuentro. Estos aceptaron, aunque la condición fue que la entrevista se llevase a cabo en su cuartel general, cerca de la bahía de Alhucemas.
Llegar hasta allí fue una verdadera odisea. Según explicó el mismo Oteyza en «Abd-El-Krim y los prisioneros», el libro que narra este encuentro de forma pormenorizada, el equipo tuvo que dirigirse hasta Melilla y, desde allí, contratar a un marinero con el naso suficiente para llevarles hasta Alhucemas. Así, se hicieron con una «lancha para pescadores», aunque a cambio de «muchos duros». «Una vez solucionado el problema del transporte, el reportero fue a ver al Alto Comisario, Luis Silvela, para pedirle que esa noche no se cañoneara la bahía de Alhucemas. Inexplicablemente, el militar aceptó», añade el autor. Pesquisa por aquí, soborno por allá, el equipo arribó frente al entonces líder de la autoproclamada República del Rif en los primeros días de agosto.
Entre el 1 y el 2 se celebró la ansiada reunión. Aunque, de entrada, los periodistas no hablaron con Abd el-Krim. En primer lugar mantuvieron una agradable charla con varios de sus lugartenientes. El más destacable de ellos era Mohamed Abd el-Krim, su hermano pequeño (a quien el reportero define, no obstante, como la mano derecha del líder cabileño). También compartieron mesa el jefe local Mohamed Azerkan (más conocido como «Pajarito») y otros tantos mandamases como el Maal-lem (jefe de los guardias del mar) o Mohamed Quijote (comandante de la artillería). Parecía como si aquel encuentro previo fuese un examen que debían aprobar para encontrarse con el verdadero director de aquella orquesta.
En mitad de territorio enemigo, el grupo mantuvo una animada conversación en la que se trataron todos los temas posibles, por espinosos que fueran.
De traidores y la toma de Melilla
Según dejó escrito Oteyza, la reunión se celebró en una «tarde fresca» y en una «casa abierta al borde de la Vega y a los azules del mar y del cielo». Como bebida, el clásico café musulmán (espeso como chocolate y sumamente aromático); para acompañar, una pipa con tabaco local. «Platicamos o, como ellos dicen onomatopéyicamente, nos entregamos al chau-chau. El momento y la ocasión son propicios para obtener informes».
La primera cuestión fue un golpe. Aunque no para sus interlocutores, sino para el orgullo español. «¿Os causaría una gran sorpresa, al atacar Annual, no que la posición cayera […] pero sí que todas las demás posiciones se desplomasen también?». La respuesta, del mismo hermano de Abd el-Krim, no fue menos sangrante. Y es que, según desveló por primera vez, el levantamiento masivo de las tribus del Rif estaba más que planeado. «Desde abril. Y crea usted que no nos costó trabajo hacerlo».
Oteyza sabía que, si el alzamiento se llevaba pergeñando desde abril, la Policía indígena (una unidad al servicio de España creada en 1908 con soldados locales) debería haber informado de ello a sus superiores. «Pero, ¿y nuestra Policía indígena no se enteró?». La respuesta la dio uno de los presentes en un castellano algo arcaico, y fue seguida de unas risas que atronaron el corazón de los reporteros.
-«Enterarse, claro que enterarse. Y no decir nada. Policía decir lo que querer, solo lo que querer. Y cobrar duros, encima cobrar duros».
A continuación, y al ver que aquellas palabras habían acongojado el alma de los periodistas, el hermano de Abd el-Krim intervino:
-«Es triste, pero es así. Hágase usted cargo. Además que odian la ocupación. No tiene usted idea de lo que les hacen sufrir, de lo que les vejan, de lo que se les tortura».
Nuestro protagonista consideró aquello exageraciones para justificar la barbarie de los soldados del Rif.
Así comenzó una conversación muy esclarecedora y que ayudó a entender a Oteyza cómo se había preparado el levantamiento contra España. Según del líder local, su padre les había enviado a él y a su hermano a estudiar a la península para conocer las debilidades del enemigo y utilizarlas, a la postre, en su contra. Aunque, cuando el poder recayó sobre ellos, entendieron que había que preservar la paz para evitar generar una guerra masiva. Todo cambió, sin embargo, después de que el general Silvestre arribara al Rif y comenzara su avance sobre las cábilas. El odio se generalizó en ese momento, como le explicó el pequeño Abd el-Krim.
-«Ocurrió la toma de Annual, ¿sabe cuándo? Entonces se avisó a Silvestre […] de que allí había de detenerse. Supimos que quería tomar Quilates, y éste [Pajarito] fue a verle y le dijo que no moviera ni un soldado. Que hablaríamos, porque deseábamos de veras que no estallase la guerra. Pero que si movía un soldado, pasaría algo irremediable».
El oficial, según él, omitió esa y otras tantas advertencias. Silvestre, el general sobre el que recayeron las culpas de tal tragedia tras haber muerto en el asedio de Annual, copó los siguientes minutos de conversación:
-El decidirse a proceder sobre Annual, ¿se debió principalmente al deseo de Coger a Silvestre?
-¡Oh, claro!
-Según eso, ¿se le odiaba mucho?
Pajarito fue quien respondió.
-No se le odiaba a él solo. La culpa no la tenía toda él. Era su rivalidad con Berenguer la que le había vuelto loco. Ya lo sabíamos. Y también que le empujaban desde Madrid.
Sin embargo, lo que de verdad desconcertó a Oteyza fue la versión que el hermano de Abd el-Krim dio sobre la llegada del ejército cabileño hasta Melilla. La misma ciudad que defendió poco después hasta la extenuación la Legión española para evitar que fuese conquistada. Mohamed ofreció una versión diferente:
-«Nosotros no queríamos pasar de la línea del Kert, y establecer allí la frontera, pero al ver que las cábilas sometidas se excedían en acometividad y en furia, temíamos que asaltasen Melilla. Hubiera sido horrible. La Humanidad entera se hubiese horrorizado ante un saqueo así, con los incendios, las violaciones y los asesinatos consiguientes. Mi hermano lo comprendió, y envió a este con tres caídes y seiscientos hombres para evitarlo. En el Gurugú estuvieron una semana protegiendo a Melilla, hasta que estableció Berenguer la línea defensiva».
¿Verdad o fantasía? Eso barruntó el reportero durante los siguientes minutos.
Con «sidi»
La conversación se cortó de raíz cuando uno de los guardias personales de Abd el-Krim, el líder cabileño, les informó de que podían pasar a las estancias privadas de su señor. «Abd el-Krim recita pausadamente las rituales preguntas de la cortesía musulmana. Si estamos bien de salud, si nuestras familias gozan de igual beneficio, si nos ha cansado el viaje... Después se detiene en una pausa larga, que al cabo rompe súbito, diciéndome: “Habla tú”», escribió el reportero.
La charla se desarrolló en un tono pausado. El entonces presidente de la República del Rif sabía que el español estaba apuntando todo lo que salía por su boca y no quería hablar demasiado rápido. Si iba despacio, casi dictando, evitaría una mala transcripción. La primera cuestión fue sobre la finalidad de la contienda y el por qué se había levantado contra el Protectorado español.
-Te ruego me digas si tú, representante indiscutible del pueblo rifeño, haces la guerra por tu voluntad.
-Nosotros no queremos la guerra, pero estamos dispuestos a defender nuestro honor, es decir, nuestra independencia, porque yo juzgo, y todos los míos lo creen así, que la independencia es el honor de los pueblos, mientras sea preciso.
-Entonces, sidi, ¿estás dispuesto a aceptar la paz y la amistad con España?
-Siempre que no haya cosa que se relacione con ningún lazo de yugo.
Severo, Abd el-Krim incidió en que no toleraría estar subyugado a nadie. Ni a España, ni a ninguna potencia internacional que se negara a la independencia del Rif.
-«Con ellas pasará lo mismo que ha pasado con España. […] Lucharemos por nuestra independencia como han luchado los demás».
A continuación, repitió una frase que se clavó en Oteyza:
-«Quisiéramos que no hubiese guerra. El Rif no odia la pueblo español, y no le hubiera odiado nunca si no fuera por la invasión militar. Hubo odio porque el Rif vio en el militar al español; pero ya comprende que no es así. Ahí está la cosa».
Cuando escuchó aquello, el reportero solo podía pensar en las tropelías que habían perpetrado los cabileños contra sus compatriotas del ejército.
-Y en ti, personalmente en ti, ¿no hay nada contra los españoles?
-Personalmente, nada. No hay nada más que esto: que los militares que están encargados de gobernar no son capaces de hacerlo y abusan mucho de la dignidad. Nos hemos convencido, y no hemos podido admitir eso
-¿Y particularmente con Silvestre?
-A Silvestre le conocí en Melilla hace muchos años, cuando no era más que comandante, y fue muy amigo mío.
Preguntas incómodas
Oteyza no se detuvo en este punto. Con Abd el-Krim en apariencia abierto a contar sus más íntimos secretos, no dudó en preguntarle cuestiones personales que, según sabía, podían provocar su ira. La primera le hizo palidecer.
-«Estuviste preso, ¿verdad, sidi?».
La respuesta fue escueta, pero esclarecedora.
«En Cabrerizas. Once meses menos dos días».
Luego, le explicó al español que le detuvieron sin razón mientras estudiaba en España. Y todo, porque su padre (sospechoso de rebeldía) no había querido presentarse ante las autoridades. La amargura podía notarse en sus palabras.
-«Se me acusó de errores y malicias en un trato que tenía con el capitán de la Policía indígena Sist. Un capitán que no me quería bien».
En sus palabras, aunque los jueces le absolvieron, continuó en la cárcel seis meses más. Allí pudo gestarse su odio hacia nuestro país, según barruntó Oteyza.
«Callo y medito. Presos políticos... Detenidos gubernamentales... Son resortes de gobierno que no hay inconveniente en emplear; ¿verdad, señores estadistas? Pero a veces el tener seis meses en la cárcel a un hombre ocasiona la pérdida de veinte mil soldados y un gasto de varios miles de millones, sin contar con la vergüenza de las derrotas, el horror de los sacrificios...».
A pesar de ello, Abd el-Krim reiteró en multitud de ocasiones al periodista que la paz entre ambos pueblos era posible siempre que se respetara su independencia. Repitió las palabras de su hermano: los comerciantes y los ciudadanos peninsulares serían recibidos con los brazos abiertos en el Rif. Amaba al pueblo español, insistió. También hizo hincapié en que no deseaba quedarse con los prisioneros que había hecho tras la ofensiva de Annual, y que estaba dispuesto a entregarlos a cambio de que nuestro país liberara a los reos rifeños que mantenía en prisión.
-Pero hay entre ellos ladrones y asesinos juzgados y condenados. ¿Estos también se han de liberar? Los detenidos políticos y los prisioneros de guerra no hay nadie que no crea justo devolvértelos. Pero esos tros, esos otros... ¡son criminales!
-Más criminales son los aviadores, que matan mujeres y niños. A los aviadores que hemos cogido también les hemos formado causa y les hemos condenado.
-Los aviadores emplean un arma terrible, tan terrible, tan terrible como quieras. Para mí todas las armas son igual de brutales; pero reconozco, si quieres, que esa lo es más que otras. Sin embargo, es un arma admitida por todos los pueblos civilizados. Y los militares la usan por mandato de su patria.
-¡Las naciones civilizadas! Vienen a civilizar con aviadores... Matan seres indefensos, y los matan impunemente. ¡No hay, entre todos los asesinos de la tierra, mayores asesinos!
La tensión hizo que la entrevista terminara poco después. A pesar de todo, Oteyza consiguió que el líder rifeño se hiciese una fotografía con él. Según arguyó, era la única forma de que los españoles creyeran que aquella entrevista se había sucedido. Aunque en principio no quería, Abd el-Krim aceptó. Una instantánea le permitía demostrar que no había sido herido de forma grave en batalla, como se decía por entonces en la prensa local. Cuando ambos se pusieron frente a la cámara, uno de los guardias mantuvo la punta de su pistola en la nuca del reportero.
-«No lo noté. Pero aunque lo hubiese notado no me habría movido... ¡No era cosa de estropear un cliché tan valioso por semejante pequeñez!».
Así acabó uno de los encuentros más destacables y olvidados de la historia de nuestro país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario