miércoles, 21 de septiembre de 2016

GUERRA FRÍA URSS: Los 'Shuravi': Perdidos en Afganistán, el Vietnam soviético. 4º ESO

EL MUNDO
La aventura de la Historia

El soldado uzbeco, Bakhretdin Khazimov, durante la guerra, y su aspecto tras quedarse en Afganistán bajo el nombre de Seikh Abdullah.

El conflicto fue silenciado en la URSS; muchos de los caídos en combate fueron hechos prisioneros y nunca regresaron.

"¿De qué se habla a mi alrededor, de que se escribe? De deberes internacionales y de geopolítica, de intereses soberanos y de las fronteras del sur. Y la gente se lo cree. ¡Se lo creen! Las madres que hace nada se arrodillaban sumidas en la desesperación frente a los ciegos cajones de metal en los que les devolvían a sus hijos, hoy dan discursos en las escuelas y en los museos militares para animar a otros muchachos a 'cumplir con su deber ante la Patria'". El desgarro de una lucha incomprendida, inútil y devastadora para una generación tuvo en boca de sus víctimas un lamento que podría haber sido perfectamente intercambiable entre americanos y rusos, entre Washington y Moscú, los polos opuestos del mundo de la Guerra Fría dividido en bloques que originaron ambas guerras.
Estas palabras pertenecen a una de las más de cien entrevistas que recopiló la escritora y periodista rusa Svetlana Alexievich en Los muchachos de zinc, así como a sus impresiones como corresponsal de guerra durante la invasión de la URSS en Afganistán. Una guerra con más paralelismos que diferencias con la librada por Estados Unidos en Vietnam, que en la práctica, la más notoria para sus ciudadanos fue que mientras el pueblo americano lo supo casi todo sobre el sufrimiento de sus soldados y el de la población civil a la que teóricamente ayudaban, para los de la URSS fue una tragedia silenciada hasta el ridículo.
Grupo de combatientes soviéticos en 1986.

"Me llamaron a filas en 1981. Por entonces la guerra ya llevaba dos años, pero entre los civiles todavía no se sabía mucho de ella y se hablaba poco. En mi familia pensaban: 'Si el Estado ha mandado tropas allí, es porque es lo preciso'. Así razonaban mi padre, los vecinos. No recuerdo que nadie opinara distinto. Las mujeres ni siquiera lloraban, todo aquello aún estaba lejos y no asustaba. Una guerra que no lo parece, y si es una guerra, pues es una guerra rara, sin muertos ni prisioneros", recoge en su libro la escritora galardonada con el Nobel de Literatura en 2015.
Versiones ridículas
En EE UU, a partir de 1968, tras la Ofensiva del Tet, la opinión pública estadounidense agotó su paciencia con los cadáveres que regresaban y las informaciones detalladas de los periodistas en prensa y televisión sobre las barbarie que se vivía en la selva del sudeste asiático, que incluían las imágenes atroces del napalm, y las informaciones sobre mujeres violadas y los niños asesinados en los poblados, como en el caso de My Lai.

Cuando encontraron a Bakhretdin Khazimov, este apenas recordaba algunas palabras en ruso: el nombre de su madre y el de sus hermanos.

En la URSS, su reflejo fue oscurecido, a pesar de que las matanzas en aldeas como represalia febril de unos soldados masacrados también por la población civil se produjeron de la misma forma que en Vietnam: "Nadie había visto todavía los ataúdes de zinc. Fue más tarde cuando nos fuimos enterando de que los ataúdes llegaban a la ciudad y que los enterraban en secreto, de noche, y en las lápidas ponían 'falleció' en vez de 'cayó en combate'. Nadie se preguntaba: ¿por qué de pronto los chavales de diecinueve años se morían haciendo el servicio militar? ¿Era por el vodka? ¿Por la gripe? ¿O tal vez se habrán empachado de naranjas? Los únicos que los lloraban eran sus parientes, mientras que los demás vivían como siempre porque no los tocaba de cerca".
Ciudadanos afganos esperan frente a la prisión central de Kabul, el 14 de enero de 1980.


El trauma fue, además, doblemente doloroso, porque la derrota y posterior retirada de sus tropas se produjo casi al tiempo que los ideales de las repúblicas socialistas soviéticas se desvanecieron. En 1989, el mismo año en que se produjo la retirada de Afganistán, cayó el muro de Berlín, símbolo del bloque soviético. La URSS se desintegró finalmente en 1991.
Los soldados que volvieron ya no lo hicieron a la patria que les había enviado a luchar por los ideales soviéticos. Cientos de los caídos en combate fueron abandonados a su suerte, y hubo prisioneros de guerra que nunca regresaron. Seikh Abdullah, un sanador local en la provincia de Shindand, nómada desde que se quedara viudo, hubiera pasado desapercibido como un afgano más si no fuera porque su nombre original era en realidad Bakhretdin Khazimov, un soldado uzbeco de la URSS que cayó gravemente herido durante un combate en Herat, en 1980. Nunca más se supo de él hasta que treinta y tres años después saltó a las portadas de los periódicos, cuando una organización de veteranos de guerra rusos creada en el año 1993 comenzó la labor de búsqueda de los soldados soviéticos que quedaron perdidos en Afganistán.
Un muyahidín afgano muestra una ración de comida enviada por EEUU en 1986.

Tras ser hechos prisioneros, se enfrentaran a la elección de la conversión al islam o la muerte

Cuando Alexander Lavrentyev, un analista de inteligencia ruso y vicepresidente entonces del Comité Internacional de Veteranos, encontró a Bakhretdin Khazimov, este apenas recordaba algunas palabras en ruso: el nombre de su madre y el de sus hermanos. Había sido herido en la cabeza durante una operación en Herat y fue recogido por los locales afganos que lo curaron y lo acogieron desde entonces. Se convirtió al islam, aprendió su lengua y se casó. Nadie del gobierno ruso que surgió tras la caída de la URSS se preocupó por él o por muchos otros de los caídos en combate.
La extraordinaria historia de Bakhretdin Khazimov surcó la red durante 2013 de diario en diario, pero era solo uno de los cientos de casos que la organización de veteranos rastreaba por Afganistán. Durante años la organización de ex soldados soviéticos creada por el general Ruslan Aushev, ni siquiera pudo actuar, ya que el país ha estado sumido en conflictos bélicos prácticamente de forma ininterrumpida desde la invasión soviética en 1979. Cuando la URSS retiró finalmente sus tropas, sobrevino una guerra civil entre los talibanes y el Gobierno afgano.

Los que sí volvieron no encontraron un país que los recibiera como a héroes porque prácticamente era una desconocida para la gran mayoría

En la práctica, un conflicto que aún no se ha resuelto definitivamente. En ese momento quedó cerrado a cualquier actividad extranjera. Paradójicamente, no sería hasta que la coalición internacional liderada por los Estados Unidos, bajo el nombre Operación Libertad Duradera, que aprobó el presidente George W. Bush el 1 de octubre de 2001, menos de un mes después de los ataques terroristas de Al Qaeda del 11 de septiembre, cuando los rusos pudieron relanzar sus operaciones de rescate o de exhumación de cadáveres.
El congresista de EEUU, Charlie Wilson, en Afganistán. El representante de Texas creó un comité para financiar a los muyahidín.

La razón fundamental para que fueran abandonados allí, según los responsables de la organizaciones de veteranos, fue la disolución y desmembramiento de las antiguas repúblicas socialistas soviéticas, pero antes de eso, durante la guerra, las autoridades de la URSS habían levantado un pesado muro de silencio que hizo difícil saber qué ocurría realmente. Alexievich narra en su obra episodios de censura, desinformación y abandono mucho antes de que todo se desmoronara como un castillo de naipes:
"La censura vigila atentamente los reportajes bélicos para que no haya mención alguna de las pérdidas humanas, pregonan que el llamado contingente limitado de las tropas soviéticas está ayudando a un pueblo hermano a construir puentes, carreteras y escuelas, a repartir fertilizantes y harina por los kishlak, y que los médicos soviéticos asisten a las mujeres afganas en sus partos. Los soldados que regresan llevan sus guitarras a las escuelas para cantar aquello que pide hablarse a gritos".
El difícil retorno
Muchos 'Shuravi' o 'Afagantsy', como son conocidos los veteranos de la guerra,comenzaron una nueva vida en el país que habían ocupado después de haber sido capturados, como Khazimov; sin embargo, de los 29 ex soldados localizados, 22 regresaron a casa. "La mayoría de ellos tenía unos 40 o 50 años pero su apariencia era la de hombres de 60 o más, las condiciones en Afganistán son duras", según Alexander Lavrentyev, que ha dado a conocer la historia de sus compatriotas en los medios. Los cálculos indican que aproximadamente 266 de los desaparecidos en combate siguen allí.
Muyahidines en la guerra de Afganistán.

Muchos de ellos muertos, como cuando unas obras de construcción cerca de un antiguo campamento soviético en Kunduz, en la zona asignada a Alemania para la reconstrucción, descubrió seis cadáveres. Los que sí volvieron de su servicio en Afganistán no encontraron un país que los recibiera como a los héroes de la Gran Guerra Patria -como se denominó en la URSS a la II Guerra Mundial-, sencillamente porque prácticamente era una desconocida para la gran mayoría:

Los que sí volvieron de su servicio en Afganistán no encontraron un país que los recibiera como a los héroes de la Gran Guerra Patria

"En la guerra estábamos unidos: nos habían engañado por igual, todos deseábamos vivir por igual y nos moríamos por volver a casa, también por igual. Aquí nos une que, mientras que la fortuna en nuestro país se reparte por enchufe a los privilegiados, ninguno de nosotros tenemos nada. Y eso que están en deuda, por nuestra sangre. Compartimos los mismos problemas: subsidios, apartamentos, buenos medicamentos, prótesis, electrodomésticos... Una vez que los resolvamos, nuestras asociaciones se disolverán", relata otro de los veteranos en la desgarradora crónica de Alexievich.
La historia de Khazimov no es única; otros como Genady Tseuma o Serguéi Krasnoperov también quedaron atrapados después de que, tras ser hechos prisioneros, se enfrentaran a la elección de la conversión al islam o la muerte. Sus vidas cambiaron para siempre.
En una gran parte de los casos, tanto los que regresaron como los que fueron hechos prisioneros, no volvieron nunca de aquella pesadilla, que el Politburó calculó, en 1979, que sería breve: "Los atiborraremos de inodoros y les levantaremos viviendas de piedra. Les enseñaremos a conducir tractores. Así que les llevamos escritorios para los despachos, jarrones para el agua y manteles rojos para las reuniones oficiales, y de paso miles de retratos de Marx, Engels y Lenin. Estaban colgados en cada despacho, encima de la cabeza de cada jefe". Diez años después, la URSS no lograría imponer su modelo socialista.






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