REBECCA GREENFIELD
Es uno de los máximos expertos en la lucha contra el yihadismo. Fue jefe de policía de Nueva York antes de saltar al sector privado. Tras el 11-S, el alcalde Bloomberg recurrió a él para dirigir una unidad antiterrorista con plenos poderes incluso fuera del país. Está convencido de que el extremismo seguirá golpeando en Occidente de forma imprevisible.
El 11 de septiembre de
2001, a las 8.46, cuando el primer
avión se estrelló contra la torre norte del World Trade Center
(WTC), Ray Kelly estaba en un desayuno de trabajo en Bear Stearns, el banco que
le había fichado como jefe de seguridad. Aquello parecía un accidente trágico,
pero 17 minutos después, cuando el segundo avión impactó en la otra torre,
Kelly sabía que la historia de Nueva York acababa de cambiar. Su mente viajó a
1993, al atentado que el mismo WTC había sufrido cuando él era jefe de la
policía de la ciudad. Al ver las ruinas, asumió que el país estaba en guerra.
“Y yo quería estar en ella”, cuenta en las memorias que publicó el pasado otoño (Vigilance;
Hachette, 2015).
Cuatro
meses después del 11-S, el recién elegido alcalde, Michael Bloomberg, le
propuso retomar las riendas del cuerpo. Bajo su mando nació una nueva agencia
antiterrorista dentro del departamento, con su propio servicio de inteligencia
pilotado por un exdirectivo de la CIA, agentes desplegados en el extranjero y
una autonomía y unos recursos que no tienen parangón en ninguna otra policía
local. La nueva oficina sustituía a una unidad convencional contra el
terrorismo que el nuevo alcalde consideraba insuficiente. Porque Nueva York,
quintaesencia del poderío cultural y económico de EE UU, era un objetivo
preciado por el terror desde hacía 100 años y lo seguiría siendo. Después de
las Torres Gemelas intentaron reventar el puente de Brooklyn, atentar en Times Square
o inundar el sur de Manhattan. Kelly es capaz de relatar pormenorizadamente cada una de las 16 tramas
del extremismo islamista que fracasaron entre 2002 y 2013, su segundo periodo
al frente de la policía neoyorquina, una de las mayores del mundo, una suerte
de ejército azul de 50.000 efectivos. Antes había sido la mano de hierro del
alcalde David Dinkins a principios de los noventa. El plan terrorista que más le
impresionó fue el de Times Square, en 2010, porque, confiesa, “no sabíamos nada
de ello”. Un hombre llamado Faisal Shahzad no acertó con la fórmula del
artefacto y por eso se evitó la tragedia. Nacido
en 1941, Kelly es una criatura de factura 100% neoyorquina. Su niñez abarca la
transformación de la moderna Gran Manzana, la herencia del new deal y los últimos
años
del carismático
alcalde Fiorello La Guardia. Su madre era dependienta en Macy’s,
los grandes almacenes más
populares del país,
y su padre trabajaba como lechero hasta que las nuevas ordenanzas municipales,
impulsadas por La Guardia, hicieron más barato comprarla en el ultramarinos.
Creció en el Upper West Side, en el noroeste de Manhattan, un barrio entonces
de clase trabajadora en el que los hijos de los inmigrantes puertorriqueños e
irlandeses jugaban en la calle. Se hizo policía, combatió en Vietnam, pasó por
la Interpol y es la persona que más tiempo ha estado al mando de la fuerza
metropolitana. Ahora es vicepresidente de K2 Intelligence, una firma de
investigación y ciberdefensa. Y sigue conociendo de memoria cada rincón de la
ciudad más populosa del país. “Nadie defendería nunca Nueva York como lo harían
los propios neoyorquinos”, añade en sus memorias.
Dicen que los neoyorquinos están hechos de un material especial,
¿verdad? Resiliencia,
esa es la palabra. Podemos llevarnos un buen puñetazo y seguir peleando. Están a punto de cumplirse 15 años del atentado más sangriento de
la historia de EE UU, con Nueva York como epicentro. ¿Imaginó entonces que la
ciudad se recuperaría tan rápido? Era difícil, pero
demuestra la resiliencia de los neoyorquinos. La ciudad se recuperó de muchas
cosas ese mismo año. Mi casa estaba al lado de donde ocurrió y no pude volver
allí en dos meses, pero para mí fue alucinante ver cómo enseguida la vida
continuaba por encima de Canal Street, aquella gente en los restaurantes… Era
una sensación buena, era un “eh, vamos a superar esto”, “vamos a mantener Nueva
York tal y como el mundo entero lo ha conocido…”. Y se recuperó mucho más
rápido de lo que esperaba. Le reconozco el mérito a mucha gente, a muchas
entidades, como la Autoridad Portuaria o el sector privado, y le concedo un
papel crucial al liderazgo de Michael Bloomberg. ¿Cómo le planteó la creación de esa fuerza antiterrorista dentro
del cuerpo? Nueva York es un
caso especial en muchos aspectos, diferente de otras ciudades, y había sufrido
dos ataques terroristas muy graves. Sabíamos que teníamos que hacer algo, no
queríamos suplantar el papel del Gobierno, sino complementarlo. La falta de
intercambio de información entre la CIA y el FBI había posibilitado a algunos
de esos terroristas entrar y quedarse en el país. No queríamos depender solo
del Gobierno federal. El 11-M de Madrid es un buen ejemplo de la autonomía de la unidad
antiterrorista de Nueva York. En el libro Securing The City, el periodista
Christopher Dickey relata cómo, escasas horas después de que estallaran las
bombas, un agente del cuerpo –asignado en Tel Aviv– ya estaba en la capital de
España recabando información y reportando a Kelly. El FBI intentó evitar el
despliegue: “No estáis autorizados a enviar a nadie”, le dijo el agente federal
destinado en la Embajada de EE UU en España, pero David Cohen –exjefe de
operaciones de la CIA y entonces responsable de inteligencia del departamento
de la policía– le replicó que ya habían logrado luz verde de las autoridades
españolas y que su gente estaba de camino. Cuando amaneció al otro lado del
Atlántico, aquel 11 de marzo de 2004, toda mochila dejada en el metro
neoyorquino se había convertido en objeto sospechoso. Cuando España sufrió el terrible ataque… En 2004. ¿Vio pronto que el 11-M era un atentado islamista? Esa era la premisa
con la que trabajábamos. En ese momento conocíamos que había un problema de
terrorismo en España, en las provincias vascas, sabíamos que existía esa amenaza…
La organización terrorista ETA… No recuerdo qué es
lo que nos lo indicó, pero la premisa con la que funcionamos era que no estaba
relacionado con ellos.
¿Recuerda cómo reaccionaron aquel día? Mandamos al agente
de Tel Aviv; cuando llegó, se puso en contacto con la Interpol y pudo ir a la
escena del crimen para recabar detalles. Nos importaba mucho la composición y
dónde se había montado la bomba… Tener a gente en el extranjero nos permite
llegar con rapidez adonde han ocurrido los atentados y lograr la información.
Yo no quería verme en la situación de esperar a tener la información de quien
sea, el Gobierno o el FBI. La autonomía y los recursos de esta oficina antiterrorista han
provocado controversia e incluso algún problema de competencias con el FBI y la
CIA.
Hubo cierta resistencia en el Gobierno federal, aunque no con el entonces jefe del FBI, Bob Mueller. Se trataba de
complementar lo que hacía la Administración federal: ellos estaban en contacto
con el embajador y yo buscaba algo diferente, una relación de policía a
policía, porque hay algo único en ese vínculo. Y lo hicimos. Fuimos a los
países que nos aceptaban, no lo hubiésemos podido hacer de otro modo. Destinamos
a 11 agentes en 11 países para ayudarnos a recabar información. ¿Diría que un modelo así podría funcionar en las capitales
europeas? Debería conocer las
especificidades de sus estructuras de gobierno para hacer esa recomendación,
depende de la voluntad de cooperación que haya entre los países. Creo que hay
aún alguna resistencia a la hora de compartir información o trabajar en equipo.
Lo ideal sería que existiera una entidad como el Centro Nacional de Lucha
contra el Terrorismo que está en Washington y reúne a las diferentes agencias
con sus diferentes informaciones de inteligencia. Pienso que algo similar para
Europa sería de mucha ayuda.
Dentro de la gran agencia antiterrorista empezó a operar la llamada Unidad
Demográfica, que fue acusada de infiltrar agentes en las comunidades musulmanas
con la ayuda de la CIA y se acabó disolviendo. Associated Press ganó un Premio
Pulitzer con las informaciones que publicó entre 2011 y 2012 sobre esta unidad.
“ENTRE LOS PAÍSES DE EUROPA HAY
RESISTENCIA A COMPARTIR LA INFORMACIÓN SOBRE TERRORISMO. DEBERÍAN CREAR UNA
ENTIDAD UNIFICADA” La Unidad Demográfica nació como una herramienta para conocer
mejor la ciudad, pero acabó siendo muy controvertida. Nueva York es la
ciudad más diversa del mundo, queríamos saber con más detalles dónde iba la
gente, sabíamos que algunos que venían de Oriente Próximo tenían intención de
involucrarse en el terrorismo. Nuestra pregunta era: ¿adónde van? Nueva York es
una ciudad tribal en muchos aspectos. Si eres de un país X, hay posibilidades
de que te mudes a una comunidad con compatriotas. Queríamos analizar eso, mirar
en sitios de ciertos dialectos. Por ejemplo, en 2003, en la guerra de Irak, nos
enteramos de que hubo 12 terroristas suicidas que venían de Libia, así que
queríamos saber si había en la ciudad gente de ese país de la que debíamos
conocer más cosas. No se hizo a escondidas, sino abiertamente. Íbamos a las
comunidades, a los cafés, y preguntábamos… Era para proteger a la gente, todas
las ciudades tienen derecho a saber quién vive en ellas. Los censos que se
hacen aquí cada 10 años no te dan el nivel de detalle necesario para proteger a
Nueva York. El
trabajo de AP puso sobre la mesa que la actividad de este grupo, formado por
unos 16 agentes que hablaban varios idiomas, no llevó a ninguna detención o
investigación criminal. Kelly lo defiende: “Nunca contentarás a los activistas.
Criticaron que no se desarrolló ninguna investigación a raíz de esa unidad y
estaban en lo cierto, porque ese no era su propósito. El [actual] alcalde, Bill
de Blasio, eliminó esta unidad para ganarse a los activistas y lograr noticias
de portada en los periódicos. Pero es interesante cómo ahora, cuando pasan
todas estas cosas en el mundo, nadie está reclamando el mérito de haberla
suprimido. Ahora mismo no parece la decisión más inteligente” ¿Qué se puede hacer ante los ataques terroristas de lobos
solitarios, como las matanzas de Orlando y San Bernardino? ¿Cómo se protege un
país o una ciudad de esa nueva amenaza? Con una enorme
dificultad, porque se creía que los ataques terroristas tendrían lugar en las
principales ciudades contra objetivos icónicos. Y San Bernardino no tiene que
ver con eso, es una ciudad de 200.000 habitantes de clase trabajadora, no había
forma razonable de anticipar un ataque allí a menos que se estuviera llevando a
cabo una acción de inteligencia concreta… Todo lo que hicieron fue hacerse con
un tipo de arma que se consigue sin problemas y disparar. Ninguno de esos
ataques parece asociado a red alguna, sino llevado a cabo por individuos
automotivados, y eso complica mucho su prevención. Así que debemos asumir que
el país entero está en jaque. Tenemos que estar en guardia allá donde haya
seres humanos, porque una gran concentración o incluso una pequeña puede un ser
objetivo, es difícil de identificar. Por eso necesitas mucho intercambio de
información, y esa es una acción que corresponde principalmente a las fuerzas
de seguridad, lideradas por el FBI. Todo el mundo, todas las fuerzas de
seguridad deben estar en alerta con esta amenaza, porque, según mi criterio, es
un riesgo a nivel nacional.
Esa acción de inteligencia es muy difícil si los individuos no
están conectados a grandes estructuras… Sí, muy difícil.
Ese es el mundo en el que vivimos. No solo aquí, sino también en España y en
Europa.¿Qué diferencia ve entre Al Qaeda y el ISIS [siglas en inglés del
autodenominado Estado Islámico]? ¿Qué tipo de amenaza supone este grupo? Desgraciadamente,
va a ser una amenaza para generaciones venideras. Como hemos visto, al mismo
tiempo que pierden terreno en Oriente Próximo, Siria e Irak, crece la amenaza
dentro de las fronteras de EE UU y la UE. Necesitan mostrar su capacidad para
golpear, que aún tienen poder. Su visión, y lo que usan de cebo para reclutar
gente, es que su religión está amenazada, que las mujeres y niños están siendo
asesinados indiscriminadamente, y enseñan vídeos de atrocidades. Los abusos en
la prisión iraquí de Abu Ghraib se convirtieron en una razón más para atacar a
Occidente.Mohamed al Adnani, el portavoz del ISIS, ha alentado a la lucha:
“Arrolladlos con un coche, apuñaladles, disparadles…”. Y lamentablemente
siempre habrá gente dispuesta a responder a ese llamamiento, puede que no en un
gran número, pero esto va a estar con nosotros durante mucho tiempo.
Irónicamente, esto pasa mientras vamos diezmando sus fuerzas. Sabemos que sus
efectivos terrestres se han reducido de unos 30.000 a unos 22.000. Estados
Unidos ha estado en guerra, pero nunca las ha sufrido dentro de sus fronteras
ni en el siglo XX ni en el XXI. Y ellos quieren traer aspectos de esas guerras
aquí y a otros países desarrollados.
HORAS DESPUÉS DE QUE ESTALLARAN LAS
BOMBAS EN MADRID, UN AGENTE AMERICANO, ASIGNADO EN TEL AVIV, RECABABA PISTAS EN
LA CAPITAL Los cuerpos y los sindicatos de policía de EE UU denuncian que,
tras la oleada de vídeos de violencia policial contra negros, los agentes se
han visto sometidos a mayor control y son objeto de más ataques. ¿Qué reflexión
hace tras la matanza de cinco policías en Dallas? No solo lo dicen
los sindicatos policiales, sino mucha otra gente. El efecto Ferguson [en alusión a la muerte de un joven negro hace dos años a manos de la policía en
esa ciudad de Misuri, que provocó graves disturbios e incrementó el escrutinio
sobre las fuerzas de seguridad] es real y eso explica cómo han subido las
cifras de asesinatos en las grandes ciudades.Pero
estamos viendo unos vídeos muy duros, de hombres negros muertos en actuaciones
policiales que parecen poco justificables. ¿No hay un problema de racismo de
base en la actuación policial? Lo que se ve en ese tipo de vídeos, como las
recientes muertes en Minnesota o en Baton Rouge, debe investigarse
minuciosamente, juzgarse y establecer responsabilidades si los agentes son
culpables. Hay más incidentes con afroamericanos porque hay más contacto con
ellos, es una cuestión proporcional: el 30% de las actuaciones policiales están
relacionadas con afroamericanos, aunque representen el 13% de la población. En
muchos de esos casos, además, hay que tener en cuenta que los agentes se
enfrentan a hombres armados. En este país hay demasiadas armas, hay 300
millones, y los agentes son humanos y se pueden equivocar. Los críticos también ven un sesgo racista en la práctica del stop
and frisk (parar y registrar), como se le llama en Nueva York, por la que la
policía puede parar a un peatón en la calle, interrogarle y cachearle. No, esa técnica,
que en realidad debe llamarse “interrogatorio sobre el terreno”, es muy
importante. Debe hacerse de forma justa, inteligente y razonable. Pero es una
herramienta de la que no se debe prescindir.
Usted ha dedicado toda su vida a vigilar y proteger a personas.
¿Qué ha aprendido del ser humano? Que son criaturas
complejas, difíciles de predecir. Hay gente en el mundo que lleva el mal
dentro, y cuando trabajas en las fuerzas de seguridad lo ves de forma habitual.
Pero yo he lidiado con mucha gente en diferentes ambientes y creo que, aunque
están esas excepciones, las personas, en general, son buenas. —EPS
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