lunes, 7 de noviembre de 2016

Velázquez y Murillo, aire de familia. 2º ESO

EL PAÍS CULTURA


19 obras maestras de los artistas sevillanos se exponen cara a cara en su tierra natal.


Una mujer ante 'La infanta Margarita de blanco', de Velázquez, en Sevilla. A su derecha, 'Santa Ana enseñando a leer a la Virgen', de Murillo /
Los dos nacieron en Sevilla con menos de una generación de diferencia. Diego Velázquez en 1599 y Bartolomé Esteban Murillo en 1617. El autor de Las Meninas abandonó muy joven, con solo 24 años, la ciudad culta y rica que era entonces la capital hispalense para instalarse en Madrid y protagonizar una carrera deslumbrante al servicio de Felipe IV y su entorno. Viajó a Italia en dos ocasiones y se centró en relatos pictóricos cargados de historia y mitología. Murillo, en cambio, desarrolló toda su prolífica carrera en Sevilla centrado en temas religiosos por encargo de las entidades eclesiásticas. No viajó nunca fuera de España y se le suponen algunos viajes a Madrid, aunque no estén suficientemente documentados. Sin embargo, la obra de ambos tiene un aire de familia y unas aproximaciones que, por primera vez, pueden observarse en la exposición Velázquez. Murillo. Sevillaque hoy se abre y podrá verse hasta el 28 de febrero en el Hospital de los Venerables de la capital andaluza. Es un encuentro de 19 obras maestras elegidas por Gabriele Finaldi, director de la National Gallery de Londres. Con esta muestra, la Fundación Focus Abengoa celebra sus 25 años en esta sede, explicó Josep Borrell, vicepresidente de la Fundación Focus y consejero de Abengoa.

El proyecto de enfrentar a estos grandes artistas de origen andaluz surgió en la cabeza de Gabriele Finaldi hace unos cuatro años, cuando todavía era adjunto a la dirección de El Prado. Reconoce que en el imaginario del público la obra de ambos puede parecer muy opuesta: Velázquez sería el gran intelectual y Murillo el autor de pinturas religiosas. “Pero esas grandes diferencias están en la obra de madurez de ambos y aquí he querido plantear las aproximaciones entre el joven Velázquez y la obra que dejó hecha en Sevilla antes de irse para no volver nunca más y algunos de los lienzos más conocidos y logrados por Murillo.
La elección de las obras por parte de Finaldi incluye pinturas prestadas por El Prado (cinco), la National Gallery de Londres, el Museo del Louvre, The Wellington Collection, Dulwich Picture Gallery, Kunsthistorisches Museum de Viena, el Museo de Bellas Artes de Orleans, The Frick Collection de Nueva York o el Fondo Cultural Villar Mir.
La exposición ocupa una sola sala y está concebida para que el espectador pueda comparar las diferencias de tratamiento de ambos ante un mismo tema, para establecer un diálogo. Empieza el recorrido con dos autorretratos. El primero es de Velázquez, fechado en 1623 y procedente del Prado. Con Retrato de un hombre, así se llama, Finaldi reconoce haber tenido la audacia de arriesgarse a certificar que es el propio Velázquez pintándose a sí mismo un año antes de trasladarse a Madrid, antes por tanto de incluirse de fondo en Las Meninas. El retrato que se expone de Murillo, prestado por la Frick Collection, presenta a un artista en un entorno muy distinto al de Velázquez, pero refleja igualmente a un hombre que se sabe poderoso. El rostro de Murillo aparece pintado sobre una losa, una elección que, según explica el comisario, quiere hacer ver que su fama es como la piedra: indestructible y eterna.
Las Inmaculadas como motivo pictórico constituyen el núcleo de la exposición. Dos de las expuestas de Velázquez, que datan de 1619, cuando el pintor tenía veinte años, nunca antes se habían exhibido juntas. Con aire escultórico, la Virgen se aúpa sobre una nube diáfana y tiene aire de modelo real. Poco que ver con la de Murillo, coronada por grupos de angelitos y con predominio de tonos pastel que multiplican la luz de la Inmaculada, un tela de la que Murillo llegó a realizar más de 40 versiones.
El juego de las comparaciones prosigue con La Adoración de los Magos (1619), de Velázquez, junto a la Sagrada Familia del pajarito (1650) de Murillo, ambos del Museo del Prado, donde el comisario asegura que se demuestra cómo ambos empleaban un lenguaje naturalista similar y una paleta de colores comparable, explorando la psicología de las relaciones familiares de manera más contenida Velázquez, y más emotiva Murillo. Aunque es en las pinturas de género donde se pueden ver mayores aproximaciones. De los últimos años de Velázquez en Sevilla se muestra Dos mozos comiendo (circa 1622), un retrato en el que se ve a dos hombres de condición humilde junto a un bodegón de utensilios de cocina. Era, cuenta Finaldi, un tipo de pintura al que Velázquez se dedicaba por afán experimentador, no porque tuviera éxito entre su clientela. Temas puramente sevillanos tratados a su vez por Murillo en dos famosas obras: Niño espulgándose, (de entre 1645 y 1650), Tres muchachos (circa 1670) donde un muchacho negro, seguramente un esclavo, ejemplifica las relaciones sociales y raciales en la Sevilla posterior a la peste de 1649.



¿AMIGOS O ENEMIGOS?


Las teorías sobre la relación entre ambos artistas son muchas, pero las pruebas documentales son inexistentes. Hay quien asegura que Velázquez alojó en su mansión madrileña al joven Murillo nada menos que durante tres años. Otros, que pudieron tener algún encuentro esporádico. Gabriele Finaldi es escéptico. Mantiene que lo único seguro es que Murillo conoció las pinturas que Velázquez pintó en Sevilla y que pudo tener noticias de otras realizadas con posterioridad: “Sería raro que un pintor que triunfa en la Corte haga hueco a otro más joven, por más que los dos hubieran nacido en la misma ciudad. No es una tendencia humana ni entre artistas ni entre otros oficios. No hay que descartar ninguna teoría, pero si nos atenemos a pruebas científicas el encuentro no se produjo nunca. Ni amigos, ni enemigos”.

Autorretratos

La exposición ocupa una sala del edificio y ha sido organizada de manera que el espectador pueda comparar el tratamiento de cada artista ante un mismo tema. El recorrido empieza con dos autorretratos. El primero es de Velázquez y está fechado en 1623. Finaldi reconoce aquí haber tenido la audacia de arriesgarse a asegurar que es el propio Velázquez pintándose a sí mismo un año antes de trasladarse a Madrid y mucho antes de la ejecución de Las Meninas, cuando llega a lo más alto de su carrera y se ha convertido en la personificación de la pintura. El retrato de Murillo presenta a un artista en un entorno distinto, pero también refleja a un hombre que se sabe poderoso. El rostro de Murillo aparece sobre una losa, una elección que, según el comisario, quiere hacer ver que su fama es indestructible y eterna.
Las inmaculadas como motivo pictórico es uno de los núcleos más vistosos de la exposición que forma parte del Año Murillo, organizado por el Ayuntamiento de Sevilla y otras instituciones. Se muestran dos realizadas por Velázquez cuando tenía 20 años, nunca antes expuestas juntas.


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