EL PAÍS CULTURA
Borja Hermoso
El pensador francés publica en español su controvertido ensayo ´Lo único exacto'.
Alain Finkielkraut, el pasado 26 de enero, en Madrid. ÁLVARO GARCÍA
El yihadismo avanza en su senda hacia la conquista del poder y el ulema Yusuf al-Qaradawi llama a la guerra santa. Un choque de civilizaciones estalla cada viernes en los suburbios de París. Olas de antisemitismo avanzan por los campos y las plazas de la dulce Francia y los papás judíos retiran a sus hijos de las escuelas temerosos del odio islamista. Los periódicos de la izquierda se callan entre asustados e interesados y prefieren el “fascismo” de Le Pen como chivo expiatorio. No estamos ante una distopía franco-francesa al estilo Houellebecq. Es la lista de obsesiones que alimenta la pluma del prestigioso pensador y ensayista Alain Finkielkraut (París, 1949), todas ellas y bastantes más reflejadas en las páginas de Lo único exacto (Alianza Editorial).
La nueva obra del autor de ensayos tan vitriólicos desde el punto de vista del análisis político y cultural como La identidad desdichada o La derrota del pensamiento volvió a hacerle merecedor de una acusación: la de ser el ideólogo en la sombra de la derecha identitaria francesa. La intelectualidad rive gauche lo ha venido tachando de reaccionario. Diarios como Le Monde o Libération y semanarios como L’Obs demolieron sus interpretaciones acerca de cuestiones como el avance islamista, la laicidad en la escuela pública, la integración o asimilación de los inmigrantes, la cuestión judía y el “antisemitismo de izquierdas” o lo que el autor considera “una pérdida de diversidad en Francia a manos de la homogeneización ideológica”.
Finkielkraut sostiene como tesis vertebradora del relato la imposibilidad de seguir analizando el mundo desde el plano histórico. Y a sus ojos, la dicotomía integración/asimilación cuando se habla de los inmigrantes y de su encaje en suelo francés –y en la identidad francesa: es la verdadera obsesión del autor- tiene que verse superada por la sincronización. “El filósofo marxista alemán Ernst Bloch habló en su libro Herencia de esta época de la no contemporaneidad de los contemporáneos. No vivimos todos la misma época. Y los yihadistas, los salafistas, los islamistas en general, viven en otra temporalidad histórica completamente distinta a la que estamos acostumbrados. Manejan otra agenda”.
El libro recoge 67 piezas escritas entre 2013 y 2015. Por ellas desfilan lo mismo una crítica sin freno al “esnobismo e infantilismo” de Quentin Tarantino en su película Django desencadenado, que un conmovedor retrato de Philip Roth en la fiesta de su 80 cumpleaños; o el lamento ante lo que el filósofo llama “el espíritu de penitencia” puesto en pie por el Estado francés tras los atentados yihadistas de París (“un espíritu que increíblemente convierte a las víctimas en culpables por aquello del ¿pero qué habremos hecho mal?”); o la falta de integración de los jóvenes inmigrantes de la Francia actual; o el surgimiento de “un nuevo fenómeno francés, el islamo-izquierdismo”.
"EL FRENTE NACIONAL ES TEMIBLE PERO NO ES FASCISTA"
BORJA HERMOSO
“Considero el Frente Nacional como un adversario, no quiero que llegue al poder ni que la señora Le Pen sea presidenta, su política económica me resulta sumamente inquietante, sus tropismos putinianos y trumpistas me parecen temibles… ¡la señora Le Pen fue a la Torre Trump y ni la recibieron, qué vergüenza!... pero no lo considero un peligro. Hace mucho tiempo que el FN dejó de ser un partido fascista, si es que alguna vez lo fue. Juega el juego democrático, gobierna en ciudades sin mucho escándalo y desde luego no quiere establecer una dictadura en Francia. Nunca votaré al FN pese a que entiendo el sentimiento de inseguridad cultural de muchos de quienes le votan. Lo mejor que pueden hacer los otros partidos contra el Frente Nacional es dar alternativas a la gente”.
El escritor parisiense tiene claro por qué levantan tanto resquemor en el arco político-mediático-intelectual de la izquierda sus denuncias de lo que llama “el nuevo malestar francés”. En una conversación con EL PAÍS en el Instituto Francés de Madrid, donde participó el jueves en La Noche de las Ideas, explica: “Lo que me achacan es haber escrito un libro en 2013, L’identité malheureuse (La identidad desdichada, editado en español por Alianza), donde defiendo el concepto de identidad francesa. También soy culpable de mis lazos con Israel. O sea, que como ve soy doblemente culpable. Soy un racista y defiendo cierta idea de mi país, lo que es un pecado. Y eso, ser el objetivo de los antirracistas es, para alguien que se llama como yo y que viene de donde yo vengo (el padre de Finkielkraut fue un judío polaco deportado a Auschwitz), terrible de verdad. Terrible e inesperado”.
Uno de los capítulos clave en su nuevo libro se titula El espíritu de penitencia, y es una de las claves para entender su (tremendamente discutible, como siempre en Finkielkraut) teoría del culpable y la víctima. Preguntado sobre si hay cierta dosis de masoquismo en esa búsqueda de culpables, contesta: “Es muy curioso que usted utilice el concepto del masoquismo para hablar de esto. Hace años leí un artículo que Octavio Paz dedicó a Sartre tras la muerte de este. Decía que, en Sartre, el espíritu crítico había tomado la forma de un masoquismo moralizante. Sí: la izquierda ha sobrepasado la frontera que separa el espíritu crítico del masoquismo moralizante. Y en Francia eso se puso sobre todo de manifiesto en los días siguientes al atentado contra Charlie-Hebdo. Primero dijeron: ‘¡Es horrible!’. Y enseguida dijeron: ‘Bueno, pero es que hay gente a la que prácticamente hemos obligado a convertirse en terroristas”.
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