EL PAÍS INTERNACIONAL
Ángeles Espinosa
La rivalidad entre iraníes y saudíes, y la imprevisibilidad de Trump dificultan los conflictos regionales.
El sultán de Omán y Hasan Rohaní a la izquierda, este miércoles en Muscat (Omán). OFICINA PRESIDENCIAL OMANÍ EFE
El presidente de Irán, Hasan Rohaní, visita este miércoles Omán y Kuwait, en un intento de rebajar las tensiones con sus vecinos árabes. La gira se produce tras un reciente viaje a Teherán del ministro kuwaití de Exteriores con un mensaje para reabrir el diálogo entre la República Islámica y las seis monarquías de la península Arábiga (además de las citadas, Arabia Saudí, Qatar, Bahréin y Emiratos Árabes). La intensa rivalidad entre Irán y Arabia Saudí bloquea la solución a los conflictos regionales y lastra el desarrollo para todos, un problema que ahora se agrava con la incertidumbre que ha traído la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
“Esta iniciativa regional es una oportunidad que nuestros amigos en la región debieran aprovechar. Es como una nube que pasa. Aprovéchenla”, tuiteó Hamid Aboutalebi, un asesor del presidente iraní, el martes tras el anuncio del viaje.
Aunque Rohaní ya estuvo en Omán en 2014, se trata de su primera visita a Kuwait desde que llegó a la presidencia un año antes, precisamente con la promesa de mejorar las relaciones con el resto del mundo. Sorprende la escasez de visitas y contactos bilaterales entre los dos países a los que solo separa una vía de agua de entre 50 y 300 kilómetros: el golfo Pérsico. Pero la distancia política entre ellos es mucho mayor debido al enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudí, que rivalizan por la hegemonía regional y se atribuyen el liderazgo de las dos principales ramas del islam, respectivamente chií y suní.
Agrupadas en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), que lidera el gigante saudí, las monarquías acusan a Teherán de interferir en los países árabes y utilizar a las comunidades chiíes para establecer su influencia en ellos. Irán niega esos propósitos, pero sus posiciones chocan con las saudíes en casi todos los conflictos regionales, de Siria a Yemen, pasando por Líbano, Irak y Bahréin.
Solo Omán, el único de los seis países cuyo monarca no es suní, se ha desmarcado tradicionalmente de los esfuerzos de sus socios del CCG de cerrar filas frente a Irán. Arabia Saudí y Bahréin cortaron relaciones diplomáticas con la República Islámica tras los incidentes en que unos manifestantes incendiaron la embajada saudí en Teherán. Enseguida, Emiratos Árabes, Kuwait y Qatar llamaron a consultas a sus embajadores como gesto de solidaridad con Riad.
La posibilidad de tender puentes y de buscar salidas negociadas a las guerras en Siria o Yemen choca contra el muro de la desconfianza recíproca. Además, el papel de mediador que podía ejercer EE. UU. ha desaparecido. Por un lado, Arabia Saudí y sus aliados perdieron la confianza en la superpotencia tras el acuerdo nuclear con Irán. Por otro, el frágil canal de diálogo que dicho pacto abrió entre Teherán y Washington ha desaparecido tras la elección de Trump como presidente. Aunque los árabes celebren la actitud crítica de este hacia Irán, tampoco tienen claro si sus políticas les vayan a resultar favorables.
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