Pedro Rodríguez
Europol alerta sobre el uso de armas químicas en próximos ataques en Occidente.
Soldados de las fuerzas especiales iraquíes en zona este de Mosul, durante la segunda ofensiva para reconquitar la ciudad y echar a Daesh - REUTERS
El 2017 se presenta como un año terriblemente irónico en la lucha contra el «califato» proclamado por Daesh en el verano de 2014. Todo hace indicar que su expansión territorial en Irak y Siria, asesinando a miles de personas y reventando fronteras establecidas hace un siglo a partir del pacto Sykes-Picot, puede tener fecha de caducidad a corto plazo. Sin embargo, aunque en el frente de guerra convencional se logre incluso completar la liberación de los dos grandes centros urbanos controlados por los yihadistas -Mosul y Raqqa- eso no debe interpretarse como el final de Daesh como una significativa fuerza global.
Si la ofensiva aliada contra Mosul ha comenzado con decisión, pero sin prisas, el régimen de Damasco hasta ahora básicamente se ha dedicado a ignorar a Daesh y su baluarte de Raqqa. Pero una vez lograda la rendición de Alepo, todo hace indicar que la capital de facto del «califato» empieza también a tener los días contados. Gracias, por cierto, a una coalición especialmente extraña pero imparable formada por el triunfante Gobierno de Siria, la Rusia de Putin, el cada vez más hegemónico Irán y la inminente Administración Trump en EE.UU.
Transformación
Ante esta combinación, el más plausible vaticinio es que a lo largo del 2017 el autodenominado Estado Islámico se transformará a marchas forzadas en una estructura dedicada a la insurgencia local y al terrorismo internacional. Dos amenazas que resultan menos tangibles y por lo tanto mucho más complicadas de combatir.
A pesar de su retroceso militar, Daesh mantiene bastante intacto su frente online de propaganda y reclutamiento, el llamado «califato virtual». Y conforme ha venido sufriendo derrotas sobre el terreno, este non-state actor ha optado por compensar su geografía menguante con una proliferación de ataques terroristas a escala global. Para ello no le faltan ni voluntarios, ni milicianos retornados ni tampoco medios. Ya que están demostrando una cruel habilidad para convertir objetos y tecnologías cotidianas en efectivas armas para el terror.
Europol ha elevado la gravedad de la amenaza terrorista de Daesh contra el Viejo Continente al destacar el riesgo de posibles atentados con armas químicas y coches-bomba. Lo cual supondría una escalada sustancial en términos de masivas cantidades de víctimas y una capacidad de generar terror todavía mayor. Para «celebrar» a su manera la llegada del año nuevo, los yihadistas han asesinado a un centenar de personas en Turquía e Irak.
De hecho, como hoja de ruta para Daesh se empieza a repetir la analogía de lo que pasó con Al Qaida tras su casi exterminio en Irak entre 2007 y 2008. En aquella ocasión, fueron capaces de reagruparse en el desierto de Siria y resucitar cinco años después como puntal del extremismo suní. En este sentido, Daesh se podría eventualmente beneficiar de toda la hegemonía chií lograda en Damasco, Bagdad y Beirut. Además, la lucha contra el «califato» ha demostrado que sus contrincantes son bastante contumaces a la hora de perder una y otra vez la paz.
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