Manuel P. Villatoro
ABC HISTORIA recomienda «La Última Isla» (Afronta Editorial), la primera obra publicada por David López Cabia. Autor de libros y artículos de historia bélica, este escritor desvela a ABC los rincones más oscuros de la mente de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial en pleno aniversario del comienzo de la batalla de Okinawa.
El fanatismo ha sido una práctica habitual durante la historia militar. Ya en la Hispania de Viriato y Escipión existían unidades celtíberas que -según algunas fuentes clásicas- se inmolaban si su líder caía en batalla. Otro tanto sucedió posteriormente en Constantinopla con la Guardia Varega (un grupo de combatientes que juraban la máxima lealtad al emperador) o, en nuestras tierras, con los almohades (una dinastía bereber que buscaba implantar la versión más radical de la religión musulmana). Sin embargo, hablar de extremismo evoca irremediablemente una imagen que se hizo tristemente popular durante la Segunda Guerra Mundial: la de un caza japonés lanzándose de bruces contra un buque aliado para gloria de su emperador.
La pequeña pantalla ha hecho que esta sea la instantánea que nace en nuestra mente al hablar de fanatismo. La de los famosos kamikazes (algunos de los cuales recibían solo 40 horas de entrenamiento para poner término a su misión). Pero este sacrificio -considerado un orgullo para los pilotos de los cazas nipones- es solo la punta del iceberg del Bushido, un modelo de conducta basado en las antiguas creencias de los guerreros samuráis. Y es que, para esta casta militar la humillación que traía consigo no combatir de forma valerosa en batalla (y ser capturado por ello) era tal que únicamente podía borrarse con el «seppuku»: un suicidio ritualizado con una gran consideración social que permitía al afectado dejar el mundo terrenal con el honor impoluto.
Esta idea se pervirtió hasta tal punto en la Segunda Guerra Mundial que, cuando el Imperio del Sol Naciente empezó a perder terreno ante el gigante estadounidense, se hizo tristemente habitual ver a combatientes nipones inmolarse poniéndose granadas en la cabeza o clavándose un cuchillo en las entrañas. Los militares pasaron de la idea medieval de mostrar una ferviente lealtad a un señor, a ser auténticos fanáticos. De combatir con gallardía, a entender el valor como luchar de forma temeraria e irracional. Dicha mentalidad quedó perfectamente representada en la Guerra del Pacífico, el enfrentamiento que se produjo entre Japón y Estados Unidos tras el ataque de Pearl Harbour y que terminó, cuatro años después, con la capitulación del emperador. Y también en la batalla de Okinawa(iniciada el 1 de abril de 1945), donde se quitaron la vida 25.000 nipones.
A su vez, queda plasmada de forma perfecta en «La última isla» (Afronta Editorial). La primera de las dos novelas históricas que el escritor David López Cabia, especializado en la Segunda Guerra Mundial, ha escrito desde que comenzó su carrera como autor. En sus líneas se hacen varias referencias al Bushido, pues en base a dicho código de honor los japoneses defendieron hasta la muerte las islas que los americanos ansiaban conquistar en su camino hacia Japón. Esta obra se adentra además en la Guerra del Pacífico de la mano de dos curiosos personajes ficticios. El primero de ellos es Jack Eames, un marine hastiado de la contienda y poco amante de las balas. Su particular compañero es Kento Saito, un soldado japonés que -desde las primeras páginas- muestra sus dudas sobre la mentalidad nipona y busca sobrevivir al conflicto.
Origen y perversión
El Bushido, ese antiguo código en base al que cientos de soldados se dejaron la vida por el emperador, no tiene un origen claro. Más bien debe entenderse como una serie de normas forjadas con diferentes mimbres llegados del budismo, la escuela zen, el confucionismo y el sintoismo. Esta amalgama de ideas dio como resultado un reglamento que mostraba el verdadero camino que debían seguir los samuráis (la élite militar y política de la época) para vivir de forma recta y honorable. Las recopilaciones de estas normas fueron varias, pero destacan dos a lo largo de la historia: la realizada en el XVII por el erudito confuciano Taira Shigesuke (el «Bushido Shoshinshu») y la llevada a cabo en el XIX por Inazo Nitobé, catedrático de la Universidad Imperial de Tokio.
David López Cabia, autor de «La última isla», explica claramente a este diario el origen de dichas normas: «El “bushido” era un código por el cual se regían los samuráis. En el origen de esta guía moral de principios tiene un gran peso la religión, en concreto el budismo zen. Esta serie de preceptos morales establecían cómo debía comportarse todo samurái. La abnegación, la lealtad, el manejo de la espada, la devoción hacia la figura del emperador y el desprecio por una muerte deshonrosa lo eran todo para los guerreros japoneses. El código del Bushido era mucho más que un conjunto de normas, era toda una filosofía de vida. Como su propio nombre indica era un auténtico camino para el guerrero, interiorizar este código era fundamental para ser un hombre de honor».
A pesar de que las reglas de los samuráis descritas por Shigesuke y Nitobé son extensas, se pueden resumir principalmente en una: un samurái luchaba por la defensa de su honor y el juramento de lealtad hecho a su emperador. Ya en la presentación del «Bushido Shoshinshu» se determina que un guerrero debía «pensar en la muerte en todo momento, de día y de noche» debido a que toda vida humana es como «el rocío del anochecer y la escarcha del amanecer». Es decir, «frágil y efímera». Según estas creencias, un guerrero tenía que ser consciente de que, tarde o temprano, moriría de una forma u otra. ¿Con qué objetivos? Principalmente, para saber que, en el momento de dejar este mundo, sería recordado por sus «deberes de lealtad y piedad filial».
Por descontado, en esta obra se prima el valor del combatiente. «En el camino del guerrero, tres son las cosas esenciales: lealtad, sentido del deber y valor», añade Shigesuke en su obra. A su vez, estas creencias cargan contra los «cobardes y derrochadores» («desperdiciar la vida de esa manera es propio de mentes débiles e inmaduras, incapaces de soportar y tolerar nada») y abogan por el respeto al enemigo en batalla. No en vano, en la obra de Nitobé se afirma que la benevolencia, la compasión, el amor, la magnanimidad y la simpatía eran «virtudes supremas, los más altos de todos los atributos del alma humana».
El Bushido de Nitobé, no obstante, hace referencia también al ya mencionado «seppuku». Aunque también critica que se lleve a cabo esta práctica como un acto extremista: «En el “seppuku” normal no hay nada que se parezca al fanatismo, ni a la locura, ni a la excitación: la más absoluta sangre fría era necesaria para su realización». Para el autor, este acto era el más vivo ejemplo de una muerte «racional». Su descripción no deja lugar a equívoco: «No era un simple acto de suicidio. Se trataba de una institución legal y ritual. Invención de la Edad Media, era una práctica por medio de la cual los guerreros podían lavar sus faltas, excusarse de sus errores, evitar la deshonra, salvar a sus amigos o probar su sinceridad. El acto de perder la vida era como una purificación».
Toda esta ideología, no obstante, fue adulterada a mediados del siglo XX. Apenas unos años después de que Nitobé llevase a cabo su recopilación. La época era propicia. No en vano, Japón se había ganado el odio de la comunidad internacional tras ocupar Manchuria en 1931 y entrar en guerra con China siete primaveras después. En ese clima de tensión hacia el Imperio del Sol Naciente se volvió a editar el Bushido como una forma de dar valor a la imagen de Japón. En palabras del historiador Yuki Tanaka, los oficiales nipones comenzaron entonces a tergiversar las enseñanzas de lo samuráis para favorecer que los soldados combatieran hasta la muerte.
Así pues, y mientras el ejército de los Estados Unidos se dirigía hacia Japón conquistando isla tras isla, se generalizaron los suicidios entre los japoneses. Se trivializó el «seppuku» de una forma obscena llegando hasta el punto de que no eran pocos los oficiales que se daban muerte por causas tan absurdas como trabarse al declamar alguna de las premisas del Bushido. Y eso los menos sanguinarios, ya que muchos otros solo consintieron matarse después de decapitar «honrosamente» a sus hombres. Tampoco faltaron los soldados que, ante el riesgo de ser capturados (todo un deshonor, según creían) ubicaban una granada activada sobre su cabeza o se abrazaban a ella. Se pasó, como bien explica la autora Iris Chang en su obra «La violación de Nanking», de «lealtad a obediencia ciega» y de «valor a violencia imprudente».
Un ejemplo de estas prácticas quedó patente en la tragedia de Marpi Point (Saipán). Aquel día, según varios autores, se expresó «el horror del Bushido». En esta región, unos 8.000 militares se quitaron la vida ante la presunta deshonra que les suponía ser capturados. Con todo, quizá las peores prácticas llevadas a cabo en nombre del Bushido fueron las vejaciones a prisioneros. Y es que, durante la Segunda Guerra Mundial los nipones entendían que los reos que se habían rendido no merecían ningún respeto por haber faltado a su honor.
David López Cabia: «El Bushido se manipuló intencionalmente»
1-¿Qué llegaron a hacer los japoneses en nombre del Bushido durante la Segunda Guerra Mundial?
Las tropas japonesas habían asimilado profundamente uno de los preceptos del Bushido: la muerte antes que la deshonra de la rendición. Por el contrario, los aliados consideraban la rendición como un triste escenario fruto de la desgracia en el campo de batalla. Para un soldado occidental, la capitulación era asumible cuando la situación se había vuelto militarmente insostenible.
Así pues, los japoneses consideraban que los prisioneros carecían de honor y por tanto no tenían ningún derecho. Para los nipones no había nada más despreciable que la capitulación. Esta situación provocó que los japoneses cometieran terribles atrocidades contra los soldados capturados. Prueba de ello fue la salvaje «marcha de la muerte de Bataán» en abril de 1942. Las fuerzas filipinas y estadounidenses en Bataán fueron obligadas a llevar a cabo una marcha forzada tras su rendición. El camino estuvo marcado por las atrocidades, americanos y filipinos sucumbieron al hambre y a la sed mientras los japoneses los golpeaban con culatas y bayonetas. Fueron muchos los que perecieron en el camino víctimas de la crueldad de soldado japonés con el prisionero.
La idea de preferir la muerte a la rendición también provocó que los soldados nipones se inmolasen masivamente. Muchos japoneses simulaban rendirse, sin embargo, cuando se acercaban los estadounidenses para capturarlos se hacían volar por los aires con granadas.
Un ejemplo muy ilustrativo de la fiereza y del fanatismo del soldado japonés es la batalla de Tarawa, donde de una guarnición de unos 4.800 hombres tan solo 17 japoneses quedaron con vida.
2-¿Cree que los japoneses corrompieron realmente la idea original de esta guía moral?
Japón es un país con un gran respeto por sus más ancestrales tradiciones, sin embargo, en lo que respecta al bushido, se manipuló intencionadamente. Era evidente que los militares japoneses buscaban un ejército muy motivado y que apostaron claramente por el fanatismo. Pese a que en el siglo XX los samuráis habían desaparecido, el código permaneció vigente en el ejército.
En la instrucción de todo soldado japonés se hacía especial hincapié en la lealtad, incluso se iba más allá y se exigía una obediencia ciega a los mandos. Tanto en la Armada Imperial como en el Ejército Imperial la disciplina era férrea y los soldados eran sometidos a palizas y humillaciones por el más mínimo desliz.
A los soldados japoneses se les enseñaba que era mejor morir que vivir en la humillación de la derrota. Un claro ejemplo son las siguientes instrucciones del general Hideki Tojo a las tropas: «Para evitar una vergüenza, un hombre tiene que ser fuerte. Siempre debe tener presente el honor de su familia y de su comunidad, y luchar para justificar la fe que estos tienen en él. No debe sobrevivir en la vergüenza, sino morir para no dejar un rastro de ignominia tras de sí».
3-¿Cómo acaba un estudioso de la economía convirtiéndose en todo un experto de la Segunda Guerra Mundial?
La verdad es que este interés comenzó a fraguarse desde mi niñez. Desde entonces he ido acumulando libros sobre el conflicto. La Segunda Guerra Mundial es un tema tan inabarcable que nunca dejas de aprender, siempre quieres saber más, llegar hasta el último detalle de cada batalla, pero es imposible. Constantemente aparecen nuevos libros de Historia, se revelan secretos de guerra o los historiadores descubren episodios ocultos u olvidados.
Aunque por formación estoy especializado en el campo de la Administración de Empresas, la historia y economía no son incompatibles, es más, conocer la historia resulta clave para comprender la economía. Pienso que ambas disciplinas son complementarias y si me apasiona la Segunda Guerra Mundial es por el eco que aquella época tiene aún en nuestros días; es más, muchas guerras tienen una explicación económica, como es el caso de la Primera Guerra Mundial, donde la lucha por los recursos fue un factor determinante.
4-¿Cuál fue su primer contacto con esta contienda?
En mi niñez tenía varios atlas y observaba detenidamente los territorios. Me preguntaba cómo se habían fraguado aquellas fronteras. La respuesta estaba en los libros de historia y mi curiosidad era insaciable. Empecé con pequeñas colecciones de fascículos y obras generalistas y quise seguir profundizando, siempre había algún detalle que llamaba mi atención, en el que necesitaba indagar.
Tampoco voy a negar la influencia del cine bélico. Películas como “Un puente lejano” y “Salvar al soldado Ryan” también contribuyeron a despertar mi interés. Las aterradoras escenas recreando el desembarco de la playa Omaha dejaron huella en mí, buscaba saber más sobre lo que sintieron los soldados que combatieron en las playas de Normandía o sobre los hombres que pasaron un calvario en la desastrosa batalla de Arnhem.
Este contacto inicial con la Segunda Guerra Mundial terminó transformándose en una sana afición por la lectura. Posteriormente, mi apego por la lectura me llevó a escribir novelas bélicas para transmitir mi pasión por la historia y tratar de contribuir a que el público conozca el mayor conflicto bélico de la Humanidad de manera amena.
5-«La última isla», habla del frente del Pacífico ¿Cree que este campo de batalla ha sido olvidado en favor del frente europeo?
La campaña del Pacífico ha sido injustamente olvidada, incluso denostada. Es fácil que cuando escuchamos las palabras Segunda Guerra Mundial nuestra mente evoque escenarios como Normandía o Stalingrado.
En esto tiene mucha culpa el cine (salvo honrosas excepciones como «Cartas desde Iwo Jima» y «Hasta el último hombre») que ha visto en los nazis unos villanos muy comerciales. La distancia geográfica y la vistosidad de los grandes despliegues en Europa también han contribuido a dejar en segundo plano el frente del Pacífico.
Conviene recordar que en el Pacífico se estaba librando una guerra de exterminio. En islas diminutas como Tarawa, Peleliu o Iwo Jima la guerra alcanzó una brutalidad que no se vio en Europa. Las guarniciones japonesas eran prácticamente aniquiladas y recurrían a tácticas suicidas para tratar de causar el mayor daño posible entre las filas estadounidenses. Rara vez se veía una resistencia así en Europa, tan solo los más fanáticos soldados de las Waffen-SS se defendían de una manera tan empecinada.
Por otra parte, hay que recordar que el último país del Eje en rendirse fue Japón y que el colofón a la campaña del Pacífico fueron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. He aquí algunos motivos para reivindicar la importancia del Pacífico en el conjunto de la Segunda Guerra Mundial.
Precisamente me lancé a escribir «La última isla» porque quería transmitir al público lo que supuso la lucha en islas insignificantes. A través de esta novela el lector podrá comprender el infierno al que se enfrentaban los marines cuando desembarcaban en una playa o la condena a muerte que suponía para un soldado japonés formar parte de la guarnición de una isla que estaba siendo atacada por los estadounidenses.
6-¿Cuál era el objetivo de «La última isla»?
Escribí «La última isla» con el objetivo de recordar una campaña ensombrecida por la popularidad de los frentes europeos. A través de esta novela he tratado de reflejar el desgaste mental del soldado. En este sentido, Jack Eames es un fiel reflejo de ello, pues es un marine con la mirada vacía y perdida en el infinito, hastiado de la muerte que le rodea y dominado por ideas fatalistas. En el bando opuesto encontraremos a Kento Saito, un resuelto japonés dispuesto a sobrevivir. Puede que ambos pertenezcan a bandos distintos y tengan personalidades diferentes, pero tanto Eames como Saito están unidos por su ansia de paz y su deseo de un mañana mejor.
A través de las aventuras de estos dos soldados, que coquetean constantemente con la muerte, tendremos una visión global del conflicto y seremos testigos de los sentimientos que les embargan: miedo, odio, amor, tristeza, ansiedad y esperanza.
7-¿Qué recorrido lleva a cabo «La última isla» a nivel histórico? ¿A la narración de qué contiendas ha puesto un cariño especial?
Las aventuras de nuestros protagonistas se van a desarrollar fundamentalmente en dos escenarios: Peleliu y Okinawa.
La primera parada para uno de nuestros héroes será la isla coralina de Peleliu. Allí, la 1ª División de Marines se enfrentó a una guarnición dispuesta a luchar hasta el último hombre. El calor era asfixiante, con temperaturas que llegaron a alcanzar los 46 grados centígrados, el agua potable escaseaba y cada centímetro de terreno era una trampa mortal. De la mano de Eames vamos a vivir el infierno de Peleliu, sintiendo un calor asfixiante mientras nos arrastramos bajo el fuego en la playa o no pudiendo pegar ojo por la noche por temor a que un japonés se infiltre para rebanarnos el gaznate.
El segundo de los escenarios es Okinawa. La invasión de Okinawa, iniciada el 1 de abril de 1945 constituía el paso previo para la toma de las islas principales de Japón. Así pues, Okinawa será el escenario fundamental para el desarrollo de la trama de «La última isla».
Luchando junto a Saito viviremos como topos ocultos en galerías subterráneas, luchando cada día por aplazar la condena de muerte que supone estar defendiendo una isla atacada por los estadounidenses. Junto a Saito comprenderemos que estamos defendiendo nuestro país de una guerra que está a las puertas de nuestra patria. Cada día ganado, cada día que se retrase la llegada de la guerra a Japón será un triunfo conseguido a costa de mucha sangre.
Elegí Okinawa porque fue una contienda que tenía todos los elementos necesarios para poder crear una buena novela bélica: los combates eran intensos, lo que me permitía idear situaciones trepidantes; las lluvias eran constantes, lo que hacía más miserable la existencia del soldado y me permitía sumergirme en la psicología del combatiente. De este modo, logré combinar la acción y las emociones humanas, todo ello tratando de ser respetuoso con el rigor histórico.
8-En su segundo libro viaja hasta las Ardenas. Más concretamente, hasta Bastogne ¿Es arduo transmitir las sensaciones de un estadounidense atrapado en ese cerco? ¿Cómo se metió en su piel?
Siempre me ha llamado la atención cómo la 101ª División Aerotransportada pudo aguantar semejante asedio en Bastogne. La situación era realmente desesperada, los paracaidistas estadounidenses se habían quedado solos, los suministros escaseaban, estaban enterrados en la nieve y los alemanes les acosaban constantemente.
Buscaba reflejar la dureza de semejante cerco y por ello decidí escribir mi segunda novela «En el infierno blanco». No creo que haya sido arduo recrear la batalla de Bastogne, sin embargo, debo reconocer que hay momentos en los que me he metido tanto en la piel del protagonista que lo he pasado realmente mal.
Al igual que en «La última isla» cerraba los ojos y trataba de visualizar cómo fue la batalla de las Ardenas. Tenía que sentirme tan desquiciado como un soldado atrapado en Bastogne. Imaginaba los árboles explotando a mi alrededor, con las astillas volando y los panzers avanzando mientras la tierra retumba y los hombres de la 101ª solo disponen de sus fusiles y unos pocos bazocas para detener a los blindados.
En Bastogne, los estadounidenses se hallaban entre la espada y la pared; todo lo que les quedaba era resistir. A través del soldado Evans he tratado de transmitir esa mentalidad de no rendirse ante la adversidad; precisamente, esa obstinación y esa capacidad para luchar hasta el final fueron determinantes en la defensa de Bastogne. Por otro lado, no solo he tratado de hacer hincapié en la determinación de los combatientes, sino también en las penurias que sufrieron. No hay nada más triste que pasar las navidades lejos del hogar, temblando de frío y a la intemperie, con las raciones y la munición escaseando y luchando al borde del colapso físico y mental.
9-¿Cuáles son sus siguientes proyectos?
Estoy peleando con mucha ilusión para sacar adelante una novela titulada «Indeseables». En esta ocasión, el libro cuenta la historia de un problemático grupo de comandos británicos enviados a misiones imposibles durante la Segunda Guerra Mundial.
Los protagonistas son muy peculiares: delincuentes, camorristas y héroes, y todos ellos constituyen una combinación explosiva. No solo van a provocarnos carcajadas con su particular forma de comportarse, sino que en combate van a formar una unidad realmente temible. Siguiendo al teniente Moore y a sus hombres vamos a adentrarnos en el arriesgado mundo de las operaciones especiales.
Una vez más, aprovecho para darle las gracias al historiador y periodista Jesús Hernández por encargarse de la redacción del prólogo. Su aval ha sido un gran estimulo moral a la hora de defender esta obra que estoy seguro que no dejará indiferente al público.
Con «Indeseables» he tratado de alcanzar una combinación lo más equilibrada posible entre acción, humor y sentimiento. Junto a este puñado de indeseables, el lector se sumergirá en misiones suicidas, reirá con las tropelías de retaguardia y se emocionará con la camaradería que existe entre estos hombres. ¡Me compadezco de los nazis! ¡Buena les espera con los indeseables!
10-¿Qué le falta a la novela histórica actual que podamos hallar en su obra?
Voy a adoptar una posición reivindicativa hacia el género bélico, particularmente el ambientado en la Segunda Guerra Mundial, ya que ésta no ha sido bien tratada. Si hoy en día acudimos a una librería es muy fácil encontrar obras que transcurren en Grecia, Roma o la Edad Media, en cambio, si buscamos novelas que se desarrollen en la Segunda Guerra Mundial, lo más probable es que nos marchemos con las manos vacías. Creo que en nuestro país se ha dejado abandonada injustamente la ficción bélica y se ha dejado desabastecido un importante nicho de mercado.
Otro argumento que quiero esgrimir es que de las escasas obras de novela bélica disponibles, la mayoría están escritas desde una perspectiva alemana, como sucede en el caso de las obras de Sven Hassel o en «La cruz de hierro» de Willi Heinrich. Por ese motivo, quería narrar el conflicto desde la óptica de los soldados aliados.
Ante semejante panorama opté por ponerme a escribir, quería hacer algo diferente y la Segunda Guerra Mundial me ofrecía oportunidades inigualables. Con gran ilusión me lancé a crear obras en las que el lector pueda trasladarse a la primera línea de combate y viva las batallas como si estuviese combatiendo junto al protagonista. Pero no todo se reduce a los disparos y las explosiones, también busco transmitir cómo era la sociedad del momento y los sentimientos y emociones de hombres que a diario se enfrentaban a la muerte. Todo ello siempre desde el rigor histórico, documentando en profundidad el trasfondo en el que se va a desarrollar la obra.
Otra de mis pretensiones es que el lector, fundamentalmente joven, aprenda todo lo posible sobre el conflicto. Con este tipo de ficción se consigue de manera dinámica despertar la curiosidad del público por la Segunda Guerra Mundial y así animarle a profundizar, lo que posteriormente le llevará a indagar en obras especializadas. En otras palabras, uno de mis objetivos es divulgar de forma amena.
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