Pedro Gargantilla
- Cuenta la leyenda que Filípides, un mensajero profesional ateniense, falleció al concluir la primera maratón de la Historia.
En el museo de la ciudad de Olimpia se puede admirar un casco que perteneció a un mítico guerrero ateniense, su nombre, Milcíades (550-489 a.C), uno de los grandes héroes de la antigüedad.
En el año 490 a. C. tuvo lugar una batalla que recordarían los siglos venideros, la que enfrentó a las tropas persas y las atenienses en la llanura de Maratón, en la costa este de la península griega de Ática, entre el mar Egeo y las montañas del Peloponeso.
En ella, diez mil hoplitas atenienses lucharon sin cuartel contra más de veinte mil invasores bajo las órdenes del rey Darío (549-486 a.C) y sus temidos generales, Datis y Altafernes. El desequilibrio numérico presagiaba la victoria para el ejército invasor, hasta el punto de que los ciudadanos de Atenas estaban dispuestos a prender fuego a su ciudad antes que entregarla al enemigo.
Filípides, un corredor de «armas tomar»
Dos días antes de la contienda los atenienses habían demandado ayuda a sus vecinos espartanos. Enviaron a un corredor –un hemerodromos- llamado Filipides (530-490 a.C), que en aquella época hacía funciones de «mensajería» entre las polis griegas.
El joven tardó tres días en recorrer los casi 240 kilómetros que separan ambas ciudades. A pesar de que los espartanos estaban dispuestos a ayudar a los atenienses, no podían transgredir las leyes, en ese momento se encontraban en el noveno día del mes lunar y estaban obligados a esperar un días más hasta la entrada en la luna llena.
Cuando Filípides regresó al Partenón e informó de la respuesta espartana, el general Milcíades decidió no esperar, y al frente de sus tropas partió hacia Maratón. Allí sucedió lo que todos sabemos, los atenienses derrotaron a las tropas persas, poniendo fin a la primera Guerra Médica.
Tras la victoria inesperada, el estratega sintió la ferviente necesidad de anunciar el éxito a sus conciudadanos, que esperaban impávidos el desenlace, puesto que estaban dispuestos a incendiar Atenas. Para ello envió al exhausto Filípides de regreso a Atenas para que anunciase la buena nueva.
Cuenta la leyenda que Filípides llegó al Partenón agotado, como no podía ser menos, con el yelmo de metal, las sandalias hechas jirones, los pies ensangrentados y la boca seca. Tan sólo le quedaron fuerzas para decir: «¡Alegraos atenienses, hemos vencido!».
Tras lo cual se desplomó y falleció ante la atónita mirada de sus conciudadanos. Muy posiblemente el deceso se produjo a consecuencia de un agotamiento fisiológico extremo, ya que Filípides no se había recuperado de la carrera previa que le había llevado a Esparta. Si la muerte hubiese sucedido en el momento actual habría sido portada de todos los periódicos deportivos.
¿Y si Filípides hubiese muerto en el camino…?
Tras la batalla de Maratón, Milcíades viajó hasta Olimpia y ofreció a Zeus su casco en señal de gratitud. Como curiosidad decir que el casco está firmado, quizás por el general ateniense, lo que lo hace aún más precioso.
Juguemos con la historia: ¿qué habría pasado si Filípides hubiese fallecido antes de llegar a Atenas y comunicar la buena nueva? Posiblemente, los atenienses habrían incendiado la ciudad y se habrían sometido a un suicidio colectivo, para evitar la esclavitud.
Una reflexión: Las rodillas y los tobillos de los maratonianos actuales deben estar agradecidos que recordemos a Filípides por su última carrera (Maratón-Atenas) y no por la carrera verdaderamente heroica (Atenas-Esparta), propia de los «ironman».
Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.
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