José Enrique Ruiz-Domènec
El padre de Alatriste analiza con humor, sarcasmo y ánimo divulgativo una larga trayectoria.
El autor Arturo Pérez-Reverte (Emilia Gutiérrez)
En ese escenario portentoso y trágico al que llamamos España, se reúnen a menudo los hombres y las mujeres para quejarse: no del país que, según opinión unánime, es de los más bellos de la Tierra, sino de las oportunidades perdidas que se les ha ido brindando a lo largo de la historia. El carácter de sus habitantes, del que habló el gran historiador romano Tito Livio para advertirle al emperador Augusto del problema al que se iba a enfrentar, atraviesa los siglos con su tendencia a destruir lo que construye.
Asoma así inesperada, discretamente, desde una época antigua, el rasgo privativo de un país capaz de estropear sus mejores logros debido a la torpeza, trufada de vanidad, de sus dirigentes. España, una tierra olvidada por el sentido común. Y los que duden del diagnóstico lean el libro ‘Una historia de España’, donde Arturo Pérez-Reverte sale al encuentro de su país no como un espectador detrás de la barrera, sino en la misma arena, con la convicción que se tuvo antaño, en 1898, cuando sonó para España la hora europea y que condujo a Ortega a hablar de la rebelión de las masas y a Unamuno del sentimiento trágico de la vida.
El libro, fruto de una colaboración con el suplemento ‘XL Semanal’, es una sucesión de estampas (noventa y dos, contando con el epílogo) desde el más remoto pasado hasta la más rabiosa actualidad que permiten descubrir que siempre ha sido igual en este país: una clase política corrupta y malversadora de bienes públicos, unos religiosos tajantes que queman al que les discute, un gobierno incapaz que recurre a la Guerra Civil para seguir medrando, un apego a exterminar al oponente, no a convencerlo. Aun así, a lo largo de una historia desgraciada pero fascinante, los españoles han expresado su indignación con humor, gracias a una lengua robusta, visual, como quería Juan de Valdés o el propio Nebrija, de la que este libro es una buena muestra (no en vano su autor es académico de la Española); pero también gracias a una tradición literaria enfrentada al desatino de los poderosos con ironía, incluso sarcasmo, desde Rojas o Cervantes hasta Larra o Ganivet.
Sobre el Al Ándalus
“Ese cuento chino de un país tolerante y feliz, lleno de poetas y gente culta, donde se bebía vino, había tolerancia religiosa y las señoras eran más libres que en otras partes, no se lo traga ni el idiota que lo inventó”, escribe el autor
La persistencia de situaciones, fácilmente reconocibles, es una constante en el libro, desde la descripción de los godos hasta el franquismo, el argumento olvidado de la actual enseñanza. Baste leer el párrafo de cómo se liquidó el imperio romano en España para darnos cuenta del estilo: “Imagínense a la clase política de entonces, más o menos como ahora la chusma dirigente española, con el imperio-estado hecho una piltrafa, la corrupción, la mangancia y la vagancia, los senadores Anasagastis y los diputados Rufianes, la peña indignada cuando todavía no se habían puesto de moda las maneras políticamente correctas y todo se arreglaba degollando”.
Las estampas se suceden sin parar, hay que leerlo de un tirón, para luego volver sobre sus fragmentos magistrales que son muchos, por cierto. Desde el consejo que Leovigildo le da a su hijo (“mira, chaval, éste es un país con un alto porcentaje de hijos de puta por metro cuadrado, y su naturaleza se llama guerra civil”) hasta la definición de lo que fue Al Ándalus (“ese cuento chino de un país tolerante y feliz, lleno de poetas y gente culta, donde se bebía vino, había tolerancia religiosa y las señoras eran más libres que en otras partes, no se lo traga ni el idiota que lo inventó”), encontraremos aquí decenas de observaciones juiciosas y de comentarios intempestivos sobre los episodios más relevantes de nuestra historia, sin la épica de Galdós pero con un fuerte realismo narrativo. Este libro es Pérez-Reverte en estado puro. La severidad de su mirada le sale natural, como si formase con él una misma sustancia, según podemos apreciar en el modo de concluir una de esas estampas diciendo “de lo que hablaremos en el capítulo siguiente de nuestra siempre apasionante, lamentable y muy hispana historia”.
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