lunes, 5 de diciembre de 2016

ISTORIA Sobrevivieron 33 militares. Los últimos de Filipinas: ¿locos o héroes? 4º ESO

EL MUNDO CULTURA
Ángel Vivas

Imagen de los 33 militares supervivientes de Baler, fotografiados en los cuarteles de Jaime I de Barcelona 'LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y NORTEAMERICANA'

Una película y un ensayo recrean la resistencia de medio centenar de soldados en el interior de una iglesia durante casi un año en 1898.

Enrique de las Morenas, Saturnino Martín Cerezo, Juan Alonso Zayas, Rogelio Vigil de Quiñones, Vicente González Toca... ¿Le suenan estos nombres al español medio? Poco o nada, seguramente. ¿Han oído hablar de los últimos de Filipinas? Ah, sí, esto sí. Pues esos nombres corresponden a algunos de aquellos últimos de Filipinas, el medio centenar de soldados que resistió en una iglesia de la pequeña localidad de Baler, en la isla de Luzón, durante casi un año y hasta después de que hubo acabado la guerra.
Lo anterior demuestra que, aunque haya pasajes de nuestra historia poco conocidos por la mayoría, algunas etiquetas sí se han grabado en la memoria popular. Lo curioso es que a aquellos resistentes empecinados nunca les llamó nadie de ese modo, los últimos de Filipinas, hasta la película homónima de 1945, genuino producto de la época.
Después vino un olvido casi absoluto; para muchos -errónea o injustamente, sin duda- todo lo que tuviera que ver con el viejo imperio español apestaba a franquismo, vade retro. Sólo gente curiosa, desprejuiciada o que le iba esa marcha (militar, por supuesto) se acercaron a ese episodio histórico. Así, el gran Manuel Leguineche, que le dedicó un libro en 1998, José Luis Garci y Juan Manuel de Prada, que trabajaron en un guión que no llegó a la pantalla, o Sancho Gracia, que también quiso hacer una película; su hijo le sacó la espina hace poco viajando allí y a través de la serie El Ministerio del tiempo.

Ahora, cuando se acaban de cumplir 41 años de la muerte de aquél que, por asociación, volvía odioso el imperio, la gesta (porque gesta fue) de Baler vuelve a las librerías y a las pantallas. Hoy se estrena una de esas producciones españolas hechas con buenos medios y gran reparto. En ella han trabajado como asesores históricos Miguel Ángel López de la Asunción y Miguel Leiva, autores del libro Los últimos de Filipinas. Mito y realidad del sitio de Baler (Actas), que también sale estos días a la calle.
Ambos productos, libro y película, ya sin adherencias ideológicas como las de antaño. Porque la película del 45, en la que, como recuerda López de la Asunción, participaron muchos profesionales que también lo hicieron en Raza, tenía que ver con el boicot internacional al régimen de Franco, y "el régimen la utilizó como metáfora del momento, con un mensaje de 'estamos solos y aislados, pero tenemos razón y ganaremos'".
Adherencias franquistas aparte, lo de Baler fue, se dice en la contraportada del libro, "una de las páginas más brillantes de la historia militar de España". Y no, no estaban locos aquellos héroes de Filipinas, que sabían lo que querían. Querían resistir, mantener el tipo, porque simplemente desconfiaban de la información que les pasaban sobre el fin de la guerra. "Sabían que había empezado la guerra con Estados Unidos, pero no podían entender el giro tan rápido que había dado la situación. Entraron en la iglesia como amos del imperio y creyendo que el ejército norteamericano era endeble y le iba a durar poco a los españoles. Una vez dentro, no saben que todos los destacamentos se han rendido y esperan que, en cualquier momento, aparezca un barco español que los rescate. Y, por supuesto, creen que, si salen, los filipinos les van a pasar por las armas".
Aguantaron y las pasaron de todos los colores. Un dato entre muchos posibles de los descubiertos por los autores tras 20 años de investigación: un soldado cuenta que salieron a coger un perro, desafiando las balas enemigas, cuando consiguieron hacerse con él descubrieron que tenía sarna; "pero nos supo a jamón", remata el soldado. Llegaron a extremos como ése, aunque parece que no traspasaron la línea del canibalismo. Los cuatro jinetes del Apocalipsis les acompañaban a diario. De los 19 muertos, 12 lo fueron por el tristemente célebre beriberi, tres por disentería, dos por fuego enemigo y dos fusilados.
Uno de los mitos a los que alude el subtítulo del libro es la bisoñez y falta de preparación de los soldados. "Eran veteranos, tenían experiencia de combate, algunos estaban condecorados, era gente que había tomado puestos enemigos luchando cuerpo a cuerpo. En Baler mantuvieron la posición porque era su deber, ni siquiera eran conscientes de estar haciendo algo heroico", dice López de la Asunción. Finalmente, tras desoír varias informaciones sobre el fin de la guerra, creyendo que los periódicos que les pasaban eran falsos, un soldado ve una noticia que no podía ser inventada, sobre el destino de alguien que él había conocido.
En el último acto, los sitiadores se portaron con nobleza en el trato a aquellos últimos de Filipinas. "Tenían sus propios motivos", dice López de la Asunción. "Han entrado en guerra con Estados Unidos y quieren aparecer como un pueblo civilizado, como gente preparada para vivir independientemente, no como indígenas salvajes. Su actitud caballerosa hacia los españoles les viene bien en ese sentido, pero también reconocen el valor demostrado por éstos".
Una diferencia entre el libro y la película es que ésta ha diluido a los soldados de Baler en un colectivo anónimo, simbolizando en ellos todo el sufrimiento de los que lucharon en el Desastre del 98; mientras que los autores del libro han rescatado, uno por uno, con sus nombres y biografías, a los protagonistas. "Eso es más culpa mía", dice López de la Asunción. "Además del aspecto militar, me interesaba el drama humano, quiénes eran, de dónde venían. Ha sido muy difícil, pero también la parte más bonita. A veces, si descubría un dato nuevo a las tres de la mañana, le ponía un mensaje a Miguel Leiva y me decía que él estaba trabajando. Nosotros sí hemos estado más locos que los de Baler".
En cuanto a la película, hay anécdotas para dar y tomar. Desde los actores que se metían en un río guineano con cocodrilos ("el miedo es un rato, pero el cine es eterno", lo justificó uno de ellos) a usar sellos reales de entonces aunque no se vieran, como dicen que hacía Visconti, que, dentro de armarios que no se iban a abrir, exigía que hubiera ropa de época.

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