Pilar Bonet
El 8 de diciembre de 1991, en una dacha para dirigentes, el ruso Boris Yeltsin (ya fallecido), el bielorruso Stanislav Shushkevich y el ucranio Leonid Kravchuk dieron el tiro de gracia a la URSS.
Boris Yeltsin se dirige a la multitud desde lo alto de un tanque frente al Parlamento ruso, en Moscú, durante el intento del golpe de Estado de agosto en la URSS. AFP
Al llegar al poder en 1985, en calidad de secretario general del Politburó (máximo organismo dirigente colegiado del PCUS) Mijaíl Gorbachov emprendió una política de reformas, conocida como la “perestroika”. Desde su punto de partida (la necesidad de salir del estancamiento económico y superar el creciente retraso tecnológico) a su punto final, la “perestroika” pasó por diversas fases y estableció diversas prioridades. La consecuencia no deseada por sus artífices fue el desmembramiento de la Unión Soviética, el Estado creado como una alternativa al capitalismo tras la revolución de 1917 y consolidado por sus fundadores mediante el Tratado de la Unión de 1922.
Los historiadores debaten si aquel proceso fue inevitable y si hubiera podido desarrollarse de otra manera y con otro ritmo, pero lo cierto es que la “perestroika” se les fue de las manos a sus protagonistas iniciales y acabó siendo víctima de la complejidad misma de la tarea emprendida y de la falta de experiencia y tecnología para concluir con éxito un proceso sin precedentes.
En 1990 los síntomas de desintegración afloraban ya claramente. Los dirigentes de las quince repúblicas federadas de la URSS cultivaban sus propios proyectos, que no estaban en sintonía con los de Gorbachov y su equipo, divididos entre un ala conservadora y otra más radical. El nuevo parlamento surgido en 1989 en la URSS enmendó en marzo de 1990 el artículo 6 de la Constitución, que fijaba el papel dirigente del Partido Comunista. La consecuencia fue el desmoronamiento de la columna vertebral del Estado. Ese mismo parlamento y ese mismo año eligió a Mijail Gorbachov como presidente de la URSS, lo cual, para muchos analistas, fue el principio del fin, porque privó al líder de la “perestroika” de la legitimidad que hubiera tenido si hubiera sido elegido por sufragio universal.
Al sufragio universal acudió en cambio Boris Yeltisn, el líder ruso, que utilizó la “soberanía” de Rusia (declaración de soberanía aprobada el 12 de junio de 1990) para luchar contra el centro federal representado por Gorbachov y arrebatarle poderes. Yeltsin se hizo elegir como presidente de Rusia, mientras otros dirigentes republicanos se consolidaron como líderes de sus territorios (que formalmente nunca habían dejado de ser Estados independientes con derecho a la secesión de la URSS) y dejaron de apoyar el proyecto democratizador del Estado único soviético. El intento de golpe de Estado de agosto de 1991 fue mortal para la Unión Soviética que, perdidas ya las repúblicas bálticas, entró en una fase de agonía.
En el otoño de 1991, en la dacha de Novoogariovo, en las cercanías de Moscú, Gorbachov reemprendió el intento de salvar el Estado y las discusiones sobre un nuevo Tratado de la Unión. Por aquel entonces Leonid Kravchuk, era el jefe de la Rada Suprema de Ucrania (el parlamento de aquella república), donde la idea de la independencia de Ucrania adquiría cada vez más fuerza. El referéndum del 1 de diciembre en Ucrania confirmó la voluntad independentista de aquel país y reinvirtió la tendencia expresada en marzo de 1991, cuando aquella república eslava había votado por el mantenimiento de la URSS.
La desintegración de la URSS fue una sorpresa para el mundo. En julio de 1991 el presidente de EE UU, George Bush padre, interviniendo ante el parlamento en Kiev, instó a la clase política ucraniana a mantenerse en la URSS. Sin embargo, cuando coincidió en Madrid con Gorbachov en octubre en una conferencia sobre Oriente Próximo, Bush acosó a preguntas al líder soviético quien se mostró confiado en que Ucrania permanecería junto a Rusia.
Después de la cita en los bosques de Bielorrusia el 8 de diciembre, los líderes eslavos acudieron a una cumbre con los líderes de otras repúblicas de la URSS en Alma Atá, en Kazajistán, el 21 de diciembre. El tratado de constitución de la Comunidad de Estados Independientes (la CEI), que era una forma de mantener los vínculos durante el proceso de “divorcio”, fue firmado por un total de 11 de los 15 Estados de la URSS: Kazajistán, Armenia, Azerbaiyán, Kirguizistán, Moldavia, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán, además de las tres repúblicas eslavas.
La URSS había dejado de existir y el 25 de diciembre de 1991 Gorbachov renunció a la presidencia del Estado desaparecido, entregó el maletín nuclear a Boris Yeltsin, en calidad de jefe del Estado declarado heredero de la URSS. Por última vez, aquel día, se arrió la bandera soviética del Kremlin. En aquellas jornadas finales en la fortaleza del poder ruso y soviético algunos periodistas compraron vajilla con la hoz y el martillo de la URSS por un módico precio a los camareros del Kremlin.
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