domingo, 1 de octubre de 2017

Esto va de nacionalismo

EL PAÍS
J.I. Torreblanca

Esto va de democracia, nos dicen los independentistas. Pero no es cierto. Va del intento de romperla.


Varias estudiantes ponen carteles por el referéndum del 1 de octubre en la pared de la Universidad de Barcelona.  EFE


Llegamos aquí divididos, con un Gobierno tan débil como patético en su incapacidad de dirigirse a la ciudadanía para tranquilizarla sobre el presente y, como sería su obligación, dibujar un futuro mejor donde los problemas y la insoportable tensión que vivimos se encauzara políticamente en las instituciones democráticas de todos.
Pero también llegamos aquí con una oposición gastada, desdibujada e irrelevante a la que nadie parece escuchar, ni cuando acierta ni cuando disparata, y que solo se exige y a la que solo se le pide no empeorar las cosas. Y mientras, soportamos la presión de un magma de fuerzas de izquierda radical que ha visto en el proyecto independentista la oportunidad de empujar su propia agenda de desbordamiento populista.
Muchos ciudadanos, demócratas que solo aspiran a vivir en paz, se sienten abandonados por la inoperancia de su Gobierno, pero también por aquellos catalanes con quienes pensaban que compartían un espacio de convivencia y de quienes ahora solo reciben desprecio e insultos. Tan huérfanos de sentido común están que se reconfortan enviándose frases de Kennedy que recuerdan lo obvio —que sin ley no hay democracia—. A otros, sin embargo, les da por sacar su bandera —como si el nacionalismo se combatiera con más nacionalismo—. Agotadas las razones y los procedimientos, nos vamos todos a los instintos y las pasiones.
La democracia es la igualdad, el nacionalismo es la diferencia. De ahí su incompatibilidad radical. La igualdad ante la ley y dentro de ley es el único instrumento que tienen los débiles para imponerse a los poderosos, las minorías para sobrevivir a las mayorías y los individuos para oponerse a la irracionalidad de la masa. Con una asombrosa candidez, Puigdemont confesó el pasado domingo que al carecer de la fuerza necesaria en el Parlamento, se veía obligado a forzar la ley desde la calle y mediante la presión popular. Convertirse en víctima para justificar la ilegalidad y asaltar la democracia en nombre de ese victimismo es puro fascismo; Europa lo ha vivido mil y una veces. Esto va de democracia, nos dicen los independentistas. Pero no es cierto, esto va de nacionalismo, puro y duro, y del imperdonable intento de romper la democracia y la convivencia. 

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