EL PAÍS
Juan Cruz
Conocemos algunos de esos usos, afuera y entre nosotros, siempre que se usa como insulto a los que no son o no creen o no se sienten como tú.
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en un mitin el pasado 22 de septiembre, en San Cugat (Barcelona). ALBERT GEA REUTERS
Catalán, anticatalán. Si estás con el referéndum, catalán. Si no, anticatalán. ¿El argumento? No eres de aquí. Eres un renegado. Eres un fascista. Se lo han dicho a Serrat, se lo han dicho a Marsé. La violencia de los que han trazado esas banderías está en el señalamiento: a ese no lo queremos, no nos entiende, que se vaya.
La tachadura de la palabra Barcelona en la biografía de Marsé en una biblioteca catalana es más que un insulto o un símbolo: es una agresión que va al corazón mismo del hombre del que reniegan. “Fue uno solo”, dicen, para quitarle hierro al creyón negro de la tachadura. Uno solo es miles, y puede ser millones. Está firme el bando de los que han trazado la línea por la que no han de pasar los que están en contra, es la censura implacable de “los que no están con nosotros”.
No han cuidado las palabras, no han cuidado a las personas, a los que dicen NO los maltratan con palabras como lápices rojos o como burlas
¿Y a Serrat? No tiene nada que demostrar este poeta. Y sin embargo lo acorralan con palabras que parecen piedras oscuras en su mochila. Fascista. Desde Argentina el cantante lo ha dicho: no saben lo que es el fascismo. O acaso señalan con esa palabra para que el eco dé miedo. ¿Fascista Serrat? Es tan antiguo el insulto, tan inútil ya, y tan malvado.
Catalán, anticatalán. Tengo en la memoria la sonrisa de Puigdemont cuando Évole le pregunta por Kurdistán o el Sáhara, los referendos a los que el presidentdijo no. “Porque no estaban convocadosss”, dijo arrastrando sus dudas. La certeza está hecha para lo propio: los buenos y los malos, los catalanes que valen la pena y los catalanes que le dan pena, los que van a votar y los que dicen que no hay garantías para votar. Puigdemont es de la Cataluña indudable. Tomorrow belongs to me. Mañana Cataluña será el paraíso, no nos dejan serlo. La mentira es el fascismo por otros cauces.
No han cuidado las palabras, no han cuidado a las personas, a los que dicen NO los maltratan con palabras como lápices rojos o como burlas. Tengo aquí el último libro de Toni Judt, que estudiaba idiomas raros para entender a otros. El libro es El refugio de la memoria; alegre, comprometido con la vida; escrito cuando ya él estaba en la última fase del ELA y solo le quedaba dictar a una máquina, usando el raro tesoro del recuerdo. Su penúltimo capítulo se titula Gente fronteriza. Debería leerse ahora en Cataluña y en otras alambradas. “Identidad”, comienza, “es una palabra peligrosa. No tiene usos contemporáneos respetables”.
Conocemos algunos de esos usos, afuera y entre nosotros, siempre que se usa como insulto a los que no son o no creen o no se sienten como tú la palabra identidad es el principio de la tachadura. Marsé, con Barcelona tachada en su biografía. “Renegat”. ¿Serrat no quiere referéndum sin garantías? Fascista, toma dos tasas de insulto. Judt recuerda la famosa frase de Samuel Johnson sobre “el orgullo nacional”. “El patriotismo”, dice Judt en El refugio de la memoria, “todavía es el último refugio de los sinvergüenzas”. Él prefiere los confines, aquellos que practican la tolerancia, a los que están en los márgenes, “a la gente fronteriza. Mi gente”.
Cataluña no dejará de ser la canción de Serrat, la geografía de Marsé. Gente fronteriza, en los márgenes. Mi gente. La identidad, cuántas maldiciones se dicen en tu nombre.
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