Pilar Bonet
El enclave de Kaliningrado debería de haberse transformado en una atractiva vitrina de Rusia en Europa, según los planes de Bruselas.
Viandantes en una calle de Kaliningrado, en julio. DAVID MDZINARISHVILI REUTERS
El enclave de Kaliningrado debía transformarse en una atractiva vitrina de Rusia en Europa, según los planes que Bruselas y Moscú trazaban en 2004 cuando Polonia y Lituania, los países fronterizos de la región, ingresaron en la Unión Europea. Pero la realidad ha ido por otro derrotero en la antigua Prusia Oriental, cuya población alemana fue sustituida por ciudadanos de la URSS tras la segunda guerra mundial.
Trece años después de aquella ampliación, Kaliningrado, un territorio habitado por un millón de personas y algo menor que la provincia de León, se ha convertido en rehén de la geopolítica. Tras la anexión de Crimea en 2014, la desconfianza se ha impuesto al sueño de la convergencia en el Báltico y los vecinos exhiben su potencia militar precisamente aquí, en la línea de frente entre la OTAN y Rusia.
La Alianza ha reforzado su presencia en el Báltico y en Polonia y Moscú advierte que sus misiles Iskander, capaces de alcanzar Varsovia en contados minutos, están en el enclave y prestos a neutralizar la defensa antimisiles que EEUU ubicará en Polonia, según designios anteriores a la intervención rusa en Ucrania.
En los cielos de Kaliningrado, los cazas de unos y otros patrullan en arriesgados vuelos de reconocimiento y en este clima, el enclave se afana por mantener las compensaciones del Estado por los costes del tránsito al resto de Rusia (por Lituania y Bielorrusia) y por las cargas extras de la geoestrategia.
El gobernador de Kaliningrado, Antón Alijánov, de 31 años, es el más joven de Rusia, y en septiembre fue confirmado en las urnas en el cargo que ocupó en octubre de 2016. Alijánov trabajó en el ministerio de Industria y es un ejemplo de la nueva generación de tecnócratas que el presidente Vladímir Putin foguea en puestos de responsabilidad o envía como “prefectos” a las provincias.
Alijánov reconoce que el régimen de sanciones y contra sanciones entre Rusia y Occidente y las devaluaciones del rublo influyeron negativamente en Kaliningrado. “Pero nos adaptamos muy rápido y nos han ayudado las medidas gubernamentales de apoyo a la agricultura. No hay mal que por bien no venga”, exclama. En los últimos tres años, dice, se han puesto en explotación 175.000 hectáreas antes abandonadas. Entre los impulsores de la agricultura en el enclave está el exalcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, que produce cereales para el Ejército.
En el primer semestre de 2017 las inversiones en Kaliningrado aumentaron un 30%, sobre todo por “proyectos de empresas energéticas y construcción de carreteras”, afirma Alijánov, pero según el periodista económico Vadim Jlébnikov, “no son inversiones de mercado, sino “proyectos energéticos estratégicos prácticamente estatales”. Entre ellos figuran cuatro centrales eléctricas, una de ellas de carbón, combustible que no se produce en Kaliningrado. “Esta central no será ni económica ni ecológica y es posible que ni siquiera llegue a funcionar, pero se construirá por si Lituania nos cortara el gas”, dice el periodista. Rusia construye también tres transbordadores para reforzar el transporte marítimo y dejar de depender del tránsito y las tarifas ferroviarias por Lituania.
Las cifras de las inversiones extranjeras en Kaliningrado son “cerradas”, recalca el gobernador, pero Stefano Vlajovich, jefe de la asociación de inversores internacionales en la región, decía en agosto que “en realidad” no se dan nuevas inversiones extranjeras en Kaliningrado.
El enclave apuesta por el turismo, pero de los 1,5 millones de visitantes llegados en 2016, sólo 130.000 eran extranjeros, 20.000 menos que en 2015, según el ministro de Turismo Andréi Yermak. Viajar por los alrededores del enclave resulta hoy más incómodo que entre 2012-2016, cuando los kalingradenses podían desplazarse sin visado a localidades fronterizas de Polonia, incluidas ciudades como Gdansk. Varsovia decidió anular aquel cómodo régimen de viaje y no ha vuelto a restablecerlo. “Antes íbamos muy a menudo a Polonia, a pasar el día y a comprar”, afirma Dmitri, un especialista informático que viajó por última vez al resto de Rusia en 2012. “Desde entonces, he estado muchas veces en Europa y prefiero Berlín a Moscú, porque es más barato”, afirma. Con todo, muchos kalingradenses con visados Schengen a menudo hacen cola de varias horas para salir del enclave.
Los quesos y embutidos europeos que llenaban los supermercados de Kaliningrado han desaparecido desde que Rusia prohibió importar alimentos frescos de la UE. Estas medidas obligaron a la empresa de conservas de pescado KORAT, con sede en Pionersky, a buscar sustitutos para sus proveedores de España y a Noruega. “Costó tiempo encontrarlos, en Latinoamérica y el Sudeste Asiático, señala Tatiana Ratchenko, copropietaria de la compañía. Los sueldos en el enclave son relativamente bajos. Según las últimas estadísticas, el sueldo medio ruso es de 38.700 rublos (564 euros), y el de Kaliningrado, de 31.300 (456 euros). En las instalaciones del consorcio GS en las afueras de Gúsev, los obreros que montan descodificadores de televisión dicen ganar menos de 20.000 rublos y aseguran que su mejor opción de empleo es la que les proporciona esta empresa, instalada en el enclave por ventajas fiscales y arancelarias. Para atraer a personal cualificado de otras regiones de Rusia, el consorcio construyó viviendas en el enclave. Kaliningrado aumenta su población y sigue siendo un destino atractivo para los rusos de otras regiones.
El turismo nostálgico alemán, popular a principios de la década de los noventa, se ha agotado prácticamente por la desaparición física de sus protagonistas, pero los restos de la vieja Prusia, incluida la catedral restaurada y la tumba del filósofo Immanuel Kant siguen siendo marcas de la ciudad de Kaliningrado (la antigua Königsberg). Los enviados de Moscú, sin embargo, se muestran suspicaces ante la “germanización” de los habitantes locales, que aún sintiéndose rusos, asimilan las características de este entorno europeo. La Casa Ruso-alemana de Kaliningrado, organizadora de múltiples eventos, fue clausurada este año tras ser declarada “agente extranjero” y el delegado de la televisión estatal es Nikolái Dolgachov, periodista en sintonía con la época, que dirigió la delegación de la televisión estatal rusa en Crimea en 2014.
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