domingo, 1 de abril de 2018

Complutum, una ciudad romana a un paso de Madrid. 2º ESO

EL MUNDO CULTURA
Mar De Miguel

Trabajos de restauración en uno de los mosaicos hallados en Complutum, Alcalá de Henares. OLMO CALVO

Es día de mercado en Complutum. Los comerciantes preparan sus puestos en la plaza. Puede ser una jornada importante. Desde Roma ha llegado un emisario del senador Quinto Aurelio Símaco para comprar caballos. En el Circo Máximo se prepara una importante carrera de cuadrigas e Hispania cuenta con las mejores razas.
En una villa cercana todo está listo para su visita. Es un gran palacete en el que se cría y se entrena con paciencia a estos animales. Su dueño, un rico terrateniente, pretende impresionar con sus establos al enviado romano y hacer un buen trato. ¿Se llevará, como dice, más de una centena de caballos? Son muchos los que necesita Símaco y, por sus cartas, parece que con urgencia.
Así podría ser un día cualquiera en la antigua Complutum (vea el álbum), la ciudad hispanorromana que creció en el siglo I. Fue un importante cruce de caminos, entre las colonias Augusta Emerita (Mérida) y Caesar Augusta (Zaragoza), además de vía de comunicación con Carthago Nova (Cartagena). Hacia el año 74 d.C., el emperador Vespasiano le otorgó el título de municipium, con el que llegó a su apogeo en el siglo III. Esta fecha marcó el comienzo de grandes reformas en edificios y calles hasta el siglo V.
«Se piensa que Vespasiano promovió a las ciudades españolas que le habían apoyado para acceder al trono. Complutum fue, además, valiosa para el control del territorio por parte del imperio. Fue un núcleo romanizador en el centro de Hispania», explica Sebastián Rascón Marqués, jefe del Servicio de Arqueología de Alcalá de Henares.
Con el imperio ya en decadencia, el centro neurálgico de la ciudad se trasladó a suelo cristiano. El lugar coincide con el punto de veneración a los niños mártires Justo y Pastor, en la actual catedral de Alcalá de Henares, ciudad patrimonio de la Humanidad y cuna de la Universidad Complutense.
La Complutum romana está abierta al público, puede visitarse y recorrerse sus calles. Desde el foro se llega a la basílica civil, donde se impartía la justicia. «Es uno de los poderes que se reserva Roma y lo delega en personajes de Complutum en los que confía la autoridad imperial», aclara Rascón.
Los órganos de gobierno locales (la curia), se emplazaron en las antiguas termas tras una reforma. Hay también templos, monumentos a las ninfas, plazas y numerosos edificios privados. El paseo por este parque arqueológico, único en la Comunidad de Madrid y a tan sólo 30 kilómetros de la capital, incluye visitas al interior de dos grandes casas de bellos mosaicos, pinturas murales y jardines exóticos. Además, se conoce el sitio exacto en el que se ajustició a los Santos Niños por no renegar de su fe: la fachada de la curia, que aún se conserva y se conoce como el Paredón del Milagro.
A pocos metros, junto a la basílica, los arqueólogos han excavado parcialmente un edificio enigmático que en su día estuvo adornado por la diosa de la fortuna. Los expertos piensan que era un auguraculum, un lugar de culto en el que los sacerdotes augures realizaban ritos de purificación y ceremonias adivinatorias.
En el templo se hacían ofrendas de animales que se enterraban o se incineraban.Los enterramientos satisfacían a los dioses del inframundo. Las incineraciones, a las deidades celestiales. «Estas costumbres también aparecen en casas privadas. Para complacer al espíritu de un muerto se le hacía una ofrenda», asegura Rascón. Los augures también leían las entrañas de los pollos para interpretar un presagio y guiar las decisiones de los altos funcionarios públicos.
De vuelta al mercado, en este paseo histórico uno puede incluso imaginarse el bullicio de artesanos y comerciantes tratando con sus clientes. Casi suena el tintineo de los ases, los denarios o los sestercios de bronce con la efigie del emperador Constantino y la inscripción del invencible dios Sol. En la plaza, con estas monedas se compraban carnes, verduras y productos perecederos.
En los pórticos se instalaron los artesanos. «Hay un taller de mosaicos, pintores, ceramistas y una amalgama de profesionales que atendían la vida material de los romanos», destaca Rascón. Allí se ofrecía el género más elaborado, como peines y agujas de hueso, joyas y abalorios de oro, de plata o de madera.
Un empresario acaudalado era el propietario del mercado y de una taberna. Su vivienda estaba adosada a su negocio y ocupaba toda una manzana. Era una casa de clase alta, construida a partir de un patio central (peristilo) con pozo y jardín, rodeado por un pórtico de 14 columnas que daba paso a 24 ambientes. «Durante la ceremonia de la cena se demostraba en qué puesto de la pirámide social te encontrabas, quiénes eran tus iguales y quiénes tus dependientes. Para ello se necesitaba tener una serie de salas en las que eso se evidenciara», remarca Rascón.

La casa de los Grifos

Por las representaciones mitológicas de unas águilas con cuerpo de león, esta residencia se conoce como la casa de los Grifos. Y por una inscripción que a modo de firma dejó en los muros una niña, se dice que era el hogar de los Varios. «Han aparecido dos pintadas en las paredes en las que escribió su nombre: Varia. Esto ocurrió cuando la casa estaba en pleno uso», asevera Rascón. El dato lo recoge la tesis doctoral de Ana Lucía Sánchez sobre la casa privada romana en Complutum.
La casa fue construida en el siglo I y sufrió varias reformas hasta que un incendio la destruyó por completo en el año 215 d.C. El colapso de sus muros, unos sobre otros, es lo que ha permitido que, tras una laboriosa restauración, podamos disfrutar ahora de sus pinturas murales de vivos colores. «Imita la moda pictórica que se daba en la misma Roma o en las principales ciudades del mundo antiguo», afirma Rascón. Fue abandonada tras el incendio, en el que murieron varios perros que fueron enterrados allí mismo. «Por razones de estética urbana no la reconstruyeron, sino que la cubrieron. Quizás construyeron sobre ella un jardín, un monumento o dejaron una plaza abierta».
Pero la de los Grifos no es la única construcción privada que se puede visitar. Desde su musealización en 1999, la casa Hippolytus recibe a miles de turistas que se acercan a recorrerla en toda su extensión. Perteneció a los Annios, una familia adinerada que fundó en ella uno de los pocos Colegios de Jóvenes que se conocen en Hispania. Es un edificio que se encuentra en los suburbios de la ciudad romana y que fue construido como fundación benéfica para la reunión, la formación religiosa y otros fines lúdicos de familias romanas relevantes.
La casa recibe su nombre del maestro que realizó el mosaico principal del edificio, una gran escena de pesca con peces mediterráneos. En las instalaciones hubo también una taberna, un patio, una zona termal, una piscina lobulada, baños de agua fría y letrinas. En el exterior, un jardín de inspiración oriental con bancos para sentarse a la sombra, jazmines, tilos, cedros, un estanque, una fuente y hasta pelícanos traídos de Mauritania rodearon la finca.

Espacios por excavar

A pesar de que en el yacimiento arqueológico se ha descubierto una buena parte del foro, todavía queda en Complutum mucho por descubrir y restaurar. «Trabajamos en los proyectos que no hemos terminado aún, como la casa de los Grifos. Pero hay espacios muy interesantes por excavar, como un santuario urbano, que ocupa una manzana, o un gran edificio público de muros de hormigón y una potencia de varios metros hacia abajo», comenta Rascón. «Pensamos que podría tratarse de las termas que suplieron a las que se dieron a la basílica. Pero también podría ser un gran edificio administrativo», agrega.

Los últimos sondeos y prospecciones geofísicas avalan la existencia, bajo tierra, de estos edificios que no han visto la luz, como ocurre con la gran Villa del Val, que a las afueras de la ciudad, espera pacientemente a ser desenterrada para poder contar, por fin, su pasado y el de sus caballos.

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