lunes, 9 de enero de 2017

Diez años y diez iPhones después

EL MUNDO EL GADGETOBLOG
Steve Jobs durante la presentación del iPhone, en 2007.
Todos los que estábamos sentados en el auditorio del Moscone Center el 9 de enero de 2007 esperábamos el anuncio del primer teléfono móvil de Apple. Lo que no esperábamos, lo que no podíamos imaginar entonces, era que ese teléfono sería el iPhone.
A la salida, mientras preparaba mi crónica para el suplemento Ariadna de ese fin de semana, escribí rápidamente mis impresiones en este blog. "El iPhone es como un móvil traído del futuro al presente [...]. Recordarán estos días dentro de unos años." Al día siguiente, en un post más extenso, añadía lo siguiente: "Creo que es uno de esos productos que actúa como catalizador y cambia la forma de diseñar y pensar que tienen el resto de los competidores". 
Lo que era difícil de explicar del iPhone en enero de 2007, sobre todo a quienes no habían visto la presentación, eran los motivos que hacían de ese teléfono algo revolucionario.
Algunos smartphones de la época apuntaban ya en direcciones parecidas o presumían de mejores características técnicas. HTC había comenzado a ensayar con gestos en la pantalla de sus móviles -aunque la mayoría de la interacción requería usar aún un puntero de plástico-, LG había puesto en el mercado un terminal con pantalla capacitiva, los N95 de Nokia tenían mejores cámaras y soporte para las incipientes redes 3G o GPS. 
Y, sin embargo, ninguno de ellos podía compararse con ese teléfono que Steve Jobs consiguió hacer funcionar por los pelos (años después los ingenieros de Apple confesarían que en muchas de las demostraciones realizadas tuvieron que contener la respiración) en una de las mejores presentaciones de producto que se recuerdan.
Detalles como el scroll inercial, deslizar el dedo por la pantalla para desbloquearla o que se apague al acercar el teléfono a la oreja, pinchar con los dedos para hacer zoom o simplemente poder llamar a un teléfono desde el resultado de una búsqueda en la aplicación de mapas hoy nos parecen triviales, la forma natural de interactuar con dispositivos de pantalla táctil. 
Fue la audacia de un equipo de ingenieros en Cupertino, sin embargo, la que consiguió implementarlos en un pequeño teléfono de menos de 200 gramos de forma fluida y consistente. En enero de 2007 cada uno de esos gestos era magia.
Con la ventaja que da el mirar hacia el pasado creo que el éxito del iPhone y la revolución que inició se puede resumir en una frase: mientras el resto de la industria trataba de buscar la forma de añadir más funciones a un teléfono, Apple descubrió como hacer muy, muy pequeño un ordenador y como manejarlo sin ayuda de un teclado o un puntero. 
No fue lo único que hizo bien. A lo largo de los años Apple ha encadenado una serie de decisiones estratégicas, como la apertura de una tienda de aplicaciones o la inclusión de un asistente virtual, que han ayudado a elevar al iPhone hacia su icónico estatus. No es el teléfono más vendido del mercado y, si se suman todos sus rivales equipados con Android, su cuota de mercado es relativamente pequeña pero sigue siendo uno de los teléfonos que marcan el camino de toda una industria, un objeto instantáneamente reconocido en cualquier rincón de este planeta.
Compré el primer iPhone en septiembre de ese mismo año, durante un viaje a Nueva York, y desde entonces todos los modelos que han salido año tras año, exceptuando reediciones muy concretas como el iPhone 5C o el iPhone SE. Repartidos por diferentes cajones de mi casa hay, por tanto, diez generaciones de iPhone, diez dispositivos de los más de mil millones que ha vendido Apple, diez teléfonos que han cambiado para siempre la forma en la que me comunico, trabajo y me divierto. La forma en la que todos lo hacemos. 
Algún día -tal vez en unos meses, tal vez en unos años- dejaré de escribir sobre tecnología. Colgaré mi último post y enviaré mi último artículo. Entre los recuerdos que me llevaré de esta etapa profesional estará sin duda la presentación del iPhone de Steve Jobs esa mañana del 9 de enero en San Francisco y la sensación, sentado a unos metros del escenario, de estar presenciando el nacimiento de una nueva era.

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