Europa debe reforzar su seguridad frente a las injerencias cibernéticas.
Las redes rusas ponen el foco en la desestabilización de Europa. GETTYIMAGES
El ciberespacio es un nuevo territorio bélico en el que sofisticadas guerrillas han asumido el papel de los ejércitos tradicionales. Su poder de fuego no solo estriba en la posibilidad de atacar sistemas vitales de otros países —centros de recuento de votos, bases de datos o infraestructuras neurálgicas, como centrales eléctricas, transportes o abastecimiento de agua— sino en su capacidad de influir de manera certera y eficaz en la opinión pública de las sociedades atacadas.
La revolución digital ofrece considerables ventajas: las campañas bélicas, en forma de desinformación, mentiras y propaganda, requieren pocos recursos y su alcance es global. Tal manera de combatir al adversario ha sido abrazada con fervor por redes rusas, algunas financiadas por el Kremlin, que actúan con el objetivo de debilitar a los países democráticos.
Esta estrategia se ha visto en recientes procesos electorales europeos, desde el referéndum del Brexit hasta las elecciones celebradas en Francia y en Alemania en 2017. En todos los casos, las redes rusas se han alineado con partidos ultraderechistas, aliados naturales de Putin, con el propósito de intentar socavar los valores democráticos y la convivencia pacífica. Ante esta amenaza, que desgraciadamente está en alza, todos los países de la UE han de tomar conciencia del peligro que supone para su propia supervivencia la injerencia de los tentáculos del Kremlin.
Ya se ha demostrado la capacidad de medios de comunicación como la cadena televisiva RT o el portal Sputnik, financiados por el Gobierno ruso, para alterar el normal desarrollo de procesos electorales en Europa favoreciendo opciones populistas y xenófobas. En esta maniobra, se han colocado sobre los independentistas catalanes poniendo en circulación todo tipo de bulos y mensajes engañosos sobre Cataluña, como han acreditado las numerosas informaciones publicadas por EL PAÍS a lo largo de este año. El hecho de que los portales digitales teledirigidos por Putin se sumaran tan impetuosamente a la causa del procés pone de manifiesto que sus acciones no tienen una ideología clara. Su único plan es poner en jaque la legalidad constitucional y alimentar los movimientos separatistas. A Rusia le interesa una Europa débil y resquebrajada, y para ello no duda en utilizar su potencial tecnológico en la difusión de bulos e informaciones manipuladas.
La UE tiene que tomarse en serio esta oleada de amenazas cibernéticas. Y también España. Hay evidencias de que medios vinculados al Kremlin mantienen lazos con movimientos ultras que todavía son residuales pero pueden crecer. El Gobierno ha anunciado un aumento del gasto militar para cumplir los compromisos económicos que Donald Trump ha impuesto a los socios de la OTAN. Además, España debería unirse al programa atlántico de comunicación estratégica para combatir desde la primera línea las injerencias digitales externas. Es necesario dotar a este servicio de recursos para rastrear las comunicaciones que utilicen lenguas cooficiales de los Estados de la UE, entre otras, el español y el catalán.
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