ANDRÉS AMORÓS
Hallan un documento del escritor, la historia judicial de un supuesto crimen con tintes novelescos, sucedida tras su cautiverio.
Retrato de Cervantes conservado en la Real Academia Española - ABC
Al concluir el año dedicado a Cervantes, en el cuarto centenario de su muerte, ABC ofrece la primicia de un hallazgo cervantino: el descubrimiento de un documento, con la firma autógrafa del escritor. Solo 11 firmas han llegado hasta nosotros. Pero esta tiene, además, dos novedades: parece ser la firma más antigua que conocemos y no se refiere a sus trabajos por los pueblos andaluces sino a una historia judicial novelesca, con ribetes casi boccaccianos, que tuvo lugar en Valencia, cuando fue redimido.
El hallazgo
Lo ha encontrado, en el Archivo del Reino de Valencia, el archivero Jesús Villalmanzo –que ha publicado ya importantes documentos sobre Joanot Martorell, el autor del «Tirant lo Blanch», y Ausias March–, en el curso de sus investigaciones sobre fray Juan Gil, el trinitario que redimió a Cervantes . Éste es el avance de un estudio científico amplio, que está preparando.
Se trata de una declaración judicial realizada por Cervantes ante el Justicia Criminal de Valencia, el magistrado que entendía, en primera instancia, de los crímenes cometidos en la ciudad. (El folio siguiente recoge el testimonio de su amigo don Diego de Benavides, noble, natural de Baeza, que contaba 28 años).
El documento está muy bien conservado: quizá nadie lo ha consultado desde que finalizó el pleito, en 1581. Está escrito en lengua valenciana: así se hacía entonces, en los tribunales de la ciudad; también incluye algunas fórmulas jurídicas en latín. Lógicamente, las preguntas a Cervantes y sus respuestas se hicieron en castellano; luego, el escribano lo tradujo todo al valenciano. Poco después, Cervantes leyó y firmó su declaración.
Conviene recordar que el escritor tuvo trato, en Argel, con soldados y comerciantes valencianos, que hablarían en su lengua materna. Y, en el «donoso escrutinio» de la biblioteca de Don Quijote (I, 6), elogia enormemente el realismo del «Tirant lo Blanch», escrito en esa lengua:
«¡Válame Dios! –dijo el cura, dando una gran voz–. ¡Que aquí esté Tirante el Blanco! (...) He hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos (...) Dígoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros de este género carecen».
Una historia novelesca
En mayo de 1580, desapareció de Valencia un joven pescador, Jeroni Planelles, de 22 años. Se sabía que mantenía relaciones con la amiga de un viejo mercader mallorquín. Al desaparecer, creyeron algunos que lo habían asesinado y descuartizado, por venganza, los amigos del mercader. Algunos testigos confirmaron esta hipótesis. Se abrió un proceso y fueron encarcelados cuatro supuestos asesinos. A la vez, circulaban rumores de que el joven no había sido asesinado sino que había huído y estaba en paradero desconocido.
La ciudad se dividió en dos bandos: los mercaderes mallorquines, que creían en la inocencia de los acusados y los ayudaban, frente a muchos vecinos de Valencia, que los creían culpables. Fue el padre del joven, apoyado por otros pescadores, el que puso la denuncia que condujo a la detención de los presuntos culpables. Llegaron también rumores de que Planelles, en realidad, estaba cautivo en Argel: eso provocó que se pidiera testimonio a Cervantes.
El papel de Cervantes
Como es sabido, después de la batalla de Lepanto y varias empresas militares más, Cervantes salió para España en 1575. Cerca de Marsella, la goleta «Sol», en la que navegaba, fue atacada por tres naves y tuvo que rendirse: le llevaron cautivo a Argel, donde estuvo en prisión cinco largos años. El trinitario fray Juan Gil logró liberarlo, mediante el pago de 500 escudos, en septiembre de 1580.
Se cree que el grupo de redimidos en que iba Cervantes salió de Argel el 24 de octubre, desembarcó en Denia y llegó a Valencia hacia el 1 de noviembre. Se alojó en el convento trinitario del Remedio, junto al puente del Mar, mientras se arreglaban los papeles de los rescatados. Permaneció en la ciudad un mes largo: pudo asistir a fiestas, procesiones, misas solemnes, espectáculos…
Los comerciantes mallorquines buscaron al que acababa de ser liberado y, viendo que los datos que daba podían ser favorables a su causa, pidieron que testificara.. El 8 de noviembre de 1580, compareció Cervantes, al que se presenta, en el documento –sin duda, para dar más credibilidad a su testimonio– como «magnífico caballero, vecino y natural de Alcalá de Henares, residente ahora en Valencia, que dice ser de 32 años».
Le hicieron dos preguntas: si había visto, en Argel, en los meses de septiembre y octubre, a Jeroni Planelles y si había conocido una declaración de más de veinte personas (muchos de ellos, pescadores valencianos), testificando que estaba vivo, en Argel.
Declaró Cervantes que no lo conocía personalmente pero que, estando en Argel, «tierra de enemigos de la Santa Fe Católica y de Su Majestad», un mercader valenciano llamado Exarch (citado por los biógrafos de Cervantes) le contó «un caso muy extraño»: el del marinero desaparecido. Además, un día, en casa de fray Juan Gil, preguntó qué hacía un grupo de personas, que estaban escribiendo, en una mesa. Le dijeron que redactaban un testimonio de que Planelles estaba vivo y lo iban a entregar a Benedetto Pito, mercader genovés, residente en Valencia, que iba a salir en seguida, con su barco, hacia esa ciudad, para que lo hiciera llegar a los jueces. (En realidad, Pito no cumplió el encargo).
Añadió Cervantes que vio, junto a una escalera de caracol, a un joven, con «los morros algo grandes», y le dijeron que era Planelles. (Lo mismo confirmó luego, en su declaración, su amigo don Diego de Benavides).
¿Sirvió para mucho la declaración de Cervantes? No tanto como esperaban los mallorquines que le habían propuesto como testigo. Pero su testimonio, junto con otros, provocó que se trasladara la causa al Tribunal de la Audiencia Real, que disponía de más medios. La ciudad seguía dividida y eso dio lugar, curiosamente, a que se hicieran muchas apuestas sobre si el joven estaba vivo o no.
Los «asesinos», liberados
Concluyó el pleito en abril de 1581, cuando compareció en persona, en Valencia, el joven pescador: fueron liberados los presuntos asesinos y se condenó a un falso testigo al escarnio público y exilio de Valencia. Los mallorquines cobraron sus apuestas y, con ese dinero, se rescató a cuatro cautivos.
A causa de este episodio, Cervantes fue recordado, en Valencia, durante algún tiempo. Un año más tarde, en un pleito, unos testigos aludieron a la declaración de «un tal Servantes, castellano». Probablemente, él también recordaba aquellos gratos días que había pasado en la ciudad al escribir, en su última novela, «Los trabajos de Persiles y Sigismunda» (publicada póstuma, en 1617: se va a cumplir ahora el cuarto centenario) este elogio:
«Cerca de Valencia llegaron (…) No faltó quien les dijo la grandeza de su sitio, la excelencia de sus moradores, la amenidad de sus contornos y, finalmente, todo aquello que la hace hermosa y rica sobre todas las ciudades, no sólo de España sino de toda Europa; y, principalmente, les alabaron la hermosura de las mujeres y su extremada limpieza y graciosa lengua…»
Así concluyó esta historia, digna de una «novela ejemplar». Más de cuatro siglos han pasado hasta el descubrimiento de esta firma de de Cervantes.
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