EL PAÍS España
Ignacio Zafra
El Ayuntamiento construye una máquina para combatir la mole y extraerla en porciones de 50 metros.
Operarios en el colector donde se ha formado el tapón. MÓNICA TORRES
Un descomunal tapón de grasa e inmundicia de 1 kilómetro de longitud y más de 1.000 toneladas de peso obstruye la principal conducción de aguas residuales de Valencia, un colector de cinco metros de ancho por 2,4 de alto. Para hacerse una idea de la envergadura del problema, la masa atrapada en una densa malla formada por toallitas húmedas, es 10 veces mayor que la que está causando estragos en San Sebastián y casi ocho veces mayor que el detectado en Londres, dos de los casos que más repercusión han tenido en los últimos meses. “Nunca había visto una obstrucción de esta magnitud”, afirma Antonio Llopis, jefe del servicio del Ciclo del Agua en el Ayuntamiento de Valencia, que trabaja desde hace 27 años en el departamento.
El Ayuntamiento ha tenido que destinar una partida especial de 2,3 millones de euros y construir una máquina específica, dotada de poleas, motores y rastrillos para combatir la mole. Esta fue detectada en febrero y harán falta seis meses más de trabajos para eliminarla. La cloaca taponada “recoge las aguas residuales de media Valencia y de parte de las acequias de la zona”, señala Vicent Sarrià, el concejal responsable del servicio. Ello explica que en la primera fase de trabajos para deshacer la amalgama se hallan encontrado muy diversos tipos de elementos sólidos: desde un carro de supermercado a la cabeza de un caballo.
El atasco se debe a una red creada por las toallitas higiénicas. “Este producto se ha puesto de moda en los últimos años y mucha gente se ha acostumbrado a tirarlas al váter, como si fuera una paralela, lo que está causando situaciones de este tipo en muchas ciudades”, dice el edil socialista en el tramo final del río Turia, junto a una de las entradas al colector que está siendo utilizada para acceder el tapón. Este se extiende, a unos tres metros bajo tierra, desde las inmediaciones de la Ciudad de las Artes y las Ciencias hasta el barrio de Monteolivete.
Sarrià subraya que la crisis ambiental que estuvo a punto de producirse con el vertido de las aguas fecales al río y de este al mar se ha evitado. En buena medida gracias a la configuración de la red de alcantarillado de Valencia.
El colector norte de aguas residuales, el afectado, acaba en una gran depuradora —la antigua Emarsa, escenario de un sonado caso de corrupción—. Sobre el mismo discurre otro, de tamaño similar, diseñado para absorber las aguas pluviales procedentes de las fuertes lluvias que caen cada año en Valencia, lo que se conoce como gota fría. Este segundo conducto desemboca en el último tramo natural del río Turia, situado a espaldas de L’Àgora y de L’Oceanogràfic, y desemboca en el puerto de Valencia.
El bloqueo de su canal natural hizo que las aguas residuales subieran al nivel superior, que permanece seco casi todo el año, a través de una serie de ventanas que los comunican. La mayor parte de las aguas negras volvieron a caer a su colector tras pasar el tapón, gracias a un gran agujero de comunicación abierto de urgencia por el Consistencia. La ausencia de fuertes precipitaciones en los últimos meses ha evitado que la lluvia haya arrastrado al río los restos de suciedad que quedaron adheridos al colector de aguas pluviales, cuya limpieza ya ha concluido.
Para esta tarea, el Consistorio utilizó un camión alemán pertrechado de una “aspiradora colosal”, indica Llopis, que iba absorbiendo los residuos a medida que unas pequeñas excavadoras los empujaban empujados hasta su boca. Aunque no es fácil de calcular, el jefe de servicio calcula que la masa total pesa más de 1.000 toneladas —sin contar el agua que acumula—. Desde febrero se han retirado 500 toneladas de inmundicia.
El artilugio fabricado por el Ayuntamiento irá cortando en los próximos meses la amalgama en porciones manejables, de 50 metros, para poder ir extrayéndola. Parte del trabajo se tiene que realizar, sin embargo, a mano por los llamados “buzos”. “Es un trabajo muy penoso, en un recinto confinado, con gases, que requiere de equipos de respiración autónoma y la protección de trajes especiales”, afirma Llopis. Sarrià cree que la solución pasa por concienciar a los ciudadanos de que la red de alcantarilla “no es un vertedero”. Pero también considera que los fabricantes de toallitas húmedas deben poner de su parte, investigando materiales que se desintegren rápidamente, como han empezado a hacer algunos. “Si no se autorregulan”, añade, “las Administraciones deberemos adoptar medidas”.
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