lunes, 2 de julio de 2018

Bravuconadas de los españoles: las respuestas más fanfarronas de los Tercios de Flandes (parte I). 3º ESO

ABC HISTORIA
César Cervera

La palabra «rodomontade» no tenía el significado negativo que le vincula hoy a fanfarronería, sino que se entendía a cuando la altanería de palabra y acción se acompañaba de ingenio y agudeza. De ahí que al inicio de su texto Bourdeille proclame que «las fanfarronadas españolas superan a las de cualquier otra nación, tanto que la nación española es brava, bravucona y valerosa»



El soldado, viajero y escritor Pierre de Bourdeille escribió diversos libros sobre su tiempo y sobre la potencia hegemónica de entonces. Este aventurero francés admiraba por muchas razones el carácter español y dedicó un texto a lo que él llamó las «Rodomontades Espaignolles», que se ha traducido de forma poco precisa como «Bravuconadas de los españoles». No obstante, en su momento «rodomontade» no tenía el significado negativo que le vincula hoy a fanfarronería, sino que se entendía a cuando la altanería de palabra y acción se acompañaba de ingenio y agudeza. De ahí que al inicio de su texto Bourdeille proclame que «las fanfarronadas españolas superan a las de cualquier otra nación, tanto que la nación española es brava, bravucona y valerosa, y de genio vivo y hábil para improvisar frases con ingenio».

«Mi espada cada paso daría prisa a sacarla fuera»

Un ejemplo de estas contestaciones bravuconas, recogida por Bourdeille, es la que él mismo escuchó durante el socorro de Malta, cuando Felipe II envió en 1565 una flota al rescate de la isla cristiana, defendida por la Orden de San Juan ante las acometidas del Imperio otomano. Al preguntar a un soldado español especialmente discreto sobre cuántos efectivos había mandado el monarca español para romper el asedio, contestó: «Señor, yo lo diré: hay tres mil italianos, tres mil tudescos (alemanes) y seis mil soldados». Dada la superioridad de la infantería española en aquellos siglos, el fanfarrón español no consideraba a los italianos y a los alemanes soldados; solo a los seis mil españoles.
En «Bravuconadas de los españoles» se cita otra conversación de Bourdeille con un bravo soldado gascón, aunque españolizado, que mantuvo en la corte de Madrid. Como iba sin espada, el francés interrogó al soldado por la razón de pasearse de esa guisa por las peligrosas calles madrileñas: «Porque mi espada está tan carnicera que a cada paso daría prisa a sacarla fuera; y, sacada una vez, no haría otra cosa que carne y sangre». Y es que la escuela de esgrima española, «la Verdadera Destreza» (un método global de lucha con espadas con un fuerte componente matemático, filosófico y geométrico), hacía de los castellanos los más habilidosos esgrimistas de Europa. Se les temía, sin duda.

«A más gente, más ganancia y gloria»

Más ejemplos de «rodomontade». Un soldado de las Islas Canariasestaba pálido y tembloroso antes de un asalto, a lo que un capitán castellano le reprochó su miedo. Con confianza, replicó el canario: «Treman las carnes porque como humanas y sensibles, el mi bravo, valiente y determinado corazón las lleva y las trae al postrero paso, donde mas no han de volver». Una respuesta ingeniosa y poética, para justificar que ante una amenaza mortal tiemble hasta el alma.
El miedo es un sentimiento natural, aún cuando el ingenio pueda adornarlo. Tras recorrer las ardientes y estériles arenas de Túnez, camino a tomar La Goleta, durante la ofensiva de Carlos V en 1535, un joven soldado español exclamó, asustado al ver aparecer a miles de enemigos: «¡Jesús! ¿Y con tantos Moros hemos de pelear?». Al momento le reprendió un veterano que marchaba a su lado: «Calla, bisoño; a más gente y moros, más ganancia y gloria».
Cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau sobre la batalla de Rocroi
Cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau sobre la batalla de Rocroi
Las bravatas de esta clase resultan un elemento habitual en los ejércitos de todos los tiempos y una forma de desviar tensión durante situaciones extremas. La diferencia respecto a otros países, al menos según Bourdeille, es que ninguna otra nación de su tiempo se manejaba también en ese tipo de frases ingeniosas, lo que no resulta sorprendente si se tiene en cuenta que la literatura castellana vivía su particular Siglo de Oro y algunos poetas, como Garcilaso de la VegaLope de Vega o Calderón de la Barca, pertenecieron a esa misma milicia.

«Son tantas las victorias que cada día sería fiesta»

Otro soldado español para jactarse de su fuerza aseguró, como si fuera Bud Spencer en una de sus terribles películas cómicas, que «en tomando a un hombre, dándole un puntapié, lo enviaré dos o tres leguas hacia arriba; y antes que vuelva, quiero que pase un año». Y si bien la exageración constituye buena parte de la esencia de estas «bravuconadas», lo que más admiración causó a Bourdeille cuando realizó su estudio es que las palabras estaban casi siempre respaldas por hechos grandiosos y personajes fuera de lo común.
Próspero Colonna, comandante italiano al servicio del Imperio español, fue informado de que entre sus tropas había un español llamado Lobo capaz de ganar a cualquiera en velocidad incluso cargando él con un carnero a la espalda. El italiano se propuso probar si era cierta la bravuconería, a lo que le encomendó que capturara a un soldado francés del campamento enemigo y lo trajera rápido cargando con él. Y como si fuera un carnero, lo cargó a hombros y lo llevó a su presencia para que le interrogaran los oficiales de Colonna. El comandante rió al ver la estampa y recompensó a Lobo por su hazaña.
Representa a don Fernando Girón, gobernador de Cádiz, dando instrucciones a sus subordinados para organizar la defensa de la ciudad de Cádiz, en 1625
Representa a don Fernando Girón, gobernador de Cádiz, dando instrucciones a sus subordinados para organizar la defensa de la ciudad de Cádiz, en 1625 - Museo del Prado
Las «rodomontades» eran cosa de los soldados, pero también de cualquier español con lengua afilada. Cuenta el cronista francés que un franciscano visitó la corte portuguesa cuando se celebraba con gran algazara el aniversario de la batalla de Aljubarrota, una desastrosa derrota castellana acontecida a finales de la Edad MediaEl Rey portugués preguntó al español si en Castilla se celebraban también fiestas tales por semejantes vencimientos. «No se hacen, porque son tantas las victorias nuestras, que cada día sería fiesta, y morirían los oficiales [artesanos] de hambre».

«Por muy ruin que sea, será mejor que vos»

Y sobre respuestas demoledoras, en cierta ocasión un soldado español retó a duelo a un noble italiano. No siendo de su mismo linaje, el italiano envió al envite a su mayordomo. «Yo lo otorgo porque, por muy ruin que sea, será mejor que vos», contestó el español con mala leche. Caso parecido, pero a la inversa, al de un noble castellano que queriendose batir con un soldado de un linaje muy bajo, lo que estaba explícitamente prohibido en Castilla, aseguró que estaba dispuesto a rebajarse la sangre: «Decidle que me hago de tan ruin linaje como el suyo, y que se salga a matar conmigo a tal parte».
La picaresca también estaba muy presente en estas bravatas recogidas por Pierre de Bourdeille. Un joven pícaro con bigote y una barba espesa respondió a los que preguntaban cómo tenía, siendo un adolescente, tanto mustacho: «Estos bigotes fueron hechos al humo del cañón, por eso crecen tan grandes y tan presto».
Otro soldado, al estilo del ciego del «Lazarillo de Tormes», iba golpeando y reprendiendo a su paje: «¿Dí, bellaco, cuantas veces te he mandado que no andes a cada paso publicando mi valor; porque, oyéndolo las mujeres no se pierden por mí, de suerte que más me cuesta mostrarlas la magnificencia de mi ánimo, que no en tomar ciudades y matar enemigos?».

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