lunes, 2 de julio de 2018

Diego de Pantoja, el jesuita que nos hizo conocer China. 3º ESO

EL MUNDO CULTURA
Ángel Vivas

Diego de Pantoja (d), primer jesuita español en China EL MUNDO

. Este año se cumplen cuatro siglos de la muerte del religioso español, figura clave en las relaciones entre Oriente y Occidente.
Para qué nos vamos a engañar. Diego de Pantoja es apenas conocido fuera de los círculos académicos especializados. Sin embargo, su importancia justifica que este año del cuarto centenario de su muerte se haya designado como Año Diego de Pantoja por una serie de instituciones, encabezadas por el Instituto Cervantes. En su sede central de Madrid se han presentado las actividades de dicha conmemoración.
Como señaló el director del Cervantes, Juan Manuel Bonet, el jesuita Diego de Pantoja jugó un papel clave en las relaciones entre Oriente y Occidente, y concretamente entre China y España en los primeros años del siglo XVII. La labor de Pantoja se inscribe en las misiones cristianas que fueron a China siguiendo los pasos de los mercaderes que fueron pioneros. Entre aquellos franciscanos, dominicos y agustinos, los jesuitas fueron los más activos. Y entre estos últimos sobresale la figura de Matteo Ricci, del que Pantoja fue uno de los colaboradores más cercanos. Ambos fueron los primeros extranjeros a los que se permitió vivir en Pekín.
El propósito inicial de Pantoja era promover el cristianismo en China, en lo que desde luego tuvo éxito, pero su labor fue más allá. La carta que en 1602 envía al Provincial jesuita de Toledo, Luis de Guzmán, constituye un documento esencial por ser un verdadero tratado de geografía, historia, cultura y sistemas de gobierno chinos y una de las primera noticias ciertas sobre China de entonces. La prueba es que se tradujo al francés, alemán, inglés y latín.
Pero incluso dentro de su labor misionera, Pantoja siguió la política de adaptar el cristianismo a la realidad cultural china, lo que le valió críticas de las autoridades eclesiásticas y compañeros jesuitas europeos, partidarios de mantener las esencias, y le convierte a él en una interesantísima rara avis.
El jesuita Ignacio Ramos, profesor del Centro de Pekín para estudios chinos y uno de los protagonistas de los actos del centenario de Pantoja, subraya la flexibilidad, sagacidad y apertura de carácter de éste, al que califica de "aprendiz aventajado de la cultura autóctona", en una actitud opuesta al parasitismo cultural. Como tal, escribió un libro en chino, el Tratado de las 7 victorias, considerado un clásico de la cultura china.
"Me interesa Diego de Pantoja", dice Ignacio Ramos, "porque en el contexto de modernidades múltiples, de diversas formas de ser moderno, él representa un modelo de hibridación cultural muy interesante. Fue un hombre de fe que aprendió a creer en diferentes contextos en diferentes mediadores: Cristo, Confucio, Ricci y sus amigos chinos sin relativizar nada". La fe universal que mantuvo Pantoja le parece a Ramos una fe moderna, una fe de frontera que puede compararse con la de San Pablo.
Y es que si Pantoja tenía raíces castellanas -había nacido en la localidad madrileña de Valdemoro en 1571- Ramos ve en él un tronco humanista que dio ramas de inculturación. Esta inculturación consistió en "despojarse de lo antiguo y recibir lo nuevo, para renovarse profundamente". "Resulta genial por la novedad de su síntesis, síntesis que resultó incómoda para otros, como les ocurrió a San Juan de la Cruz o a Mandela".
"El Pantoja chino nunca hubiese podido ser entendido por sus paisanos", añade Ignacio Ramos. "En la Compañía siempre hubo de justificar su modo pseudo-confuciano de existencia, con gestos como el de raparse el pelo. Estuvo distante de lo ortodoxo, hoy diríamos de lo políticamente correcto, con pertenencias problemáticas, y forjando síntesis salidas de madre y por eso de una extraña y singular belleza". Síntesis excéntricas que descolocan a quien las contempla como ver a un oso panda con la concha jacobea a lomos de un toro, imagen empleada por el propio Ignacio Ramos.
Pantoja pudo realizar su labor en China por sus grandes dotes para las lenguas y la excelencia de sus conocimientos humanísticos y científicos, que abarcaban retórica, música, matemáticas... Los regalos con que se presentó ante el emperador de la dinastía Ming Wan Li, relojes y un clavicordio, también le abrieron puertas. Instalado en Pekín y vistiendo como un letrado chino, contribuyó al desarrollo de la tecnología y la cartografía chinas, hizo aportaciones importantes al sistema de transcripción del chino al alfabeto latino y dirigió la fabricación de relojes, mejorando los conocimientos sobre la medida del tiempo. Quizá la mayor muestra de confianza del emperador fue permitir que se sepultara a Matteo Ricci en Pekín, cuando éste falleció en 1610, para lo cual se concedió a los jesuitas un templo local.

Pero fue precisamente tras la muerte de Ricci cuando arrecieron las críticas al aperturismo cultural de Pantoja, sobre todo de la mano del superior de la misión jesuita en China, el italiano Nicolás Longobardi. Actitud que provocó a su vez los recelos de la clase dirigente china, lo que desembocó en la expulsión de los religiosos en 1617. Pantoja se retiró a Macao, donde falleció en julio del año siguiente.

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