Roberto Pérez
Vacío diez años después de inaugurarse, su mejor año recibió en 12 meses los viajeros que Barajas atiende en una hora.
La terminal del aeropuerto de Huesca en su estampa habitual desde hace años, totalmente vacía - Fabián Simón
De moderno diseño, de impecable factura, pero de ruinosas cuentas, la joven historia del aeropuerto de Huesca deja un balance monetario en rojo vivo: más de 70 millones de euros de coste acumulado y solo 8 pasajeros al mes, de media, según los datos que ha dejado el último año, 2016.
Mantenerlo operativo cuesta dinero. Y, aunque Aena ha reducido los costes al mínimo en los últimos años, las cuentas siguen sin salir. Construirlo costó 40 millones de euros; y lo que ha costado mantenerlo desde que se inauguró, otros más de 30 millones. La suma supera los 70 millones de euros para un aeropuerto que, en sus diez años que lleva operativo, ha sumado 22.486 pasajeros. La cuenta sale a un coste neto de más de 3.300 euros por viajero en sus diez años de funcionamiento. Y esto contando sus «mejores» años, cuando tenía pasajeros. Ahora, el coste por usuario anda desorbitado.
A finales de 2013, por ejemplo, el aeropuerto oscense ya soportaba una deuda de 75 millones de euros. Aquel año, los gastos de explotación de este aeródromo estatal ascendieron a 3.370.000 euros, pero su escuálida actividad comercial reportó unos ingresos de tan solo 140.000, así que el déficit en 2013 ascendió a más de 3,3 millones de euros. Y aquello fue solo el botón de muestra de una dinámica que se arrastraba ya desde hacía tiempo. De hecho, entre 2009 y 2013 las pérdidas anuales medias que dejaron estas instalaciones superaron los 4 millones de euros.
Ahora se mantiene pese a que su actividad está literalmente hundida. Aquel 2013, de desastrosas cuentas para este aeropuerto, pasaron por él 273 viajeros. Es decir, menos de uno al día por término medio. Parecía que había tocado fondo, pero la realidad ha demostrado que aún podía caer más: en 2014, 262 pasajeros; 242 en 2015; y el año pasado, tan solo 95 viajeros contabilizados en sus estadísticas oficiales.
Optimistas -y fracasadas- previsiones
Las optimistas previsiones con las que hace 15 años se proyectó este aeropuerto estatal se han visto tumbadas por los hechos. Se pensó que el abundante flujo turístico que mueve el Pirineo aragonés -sus estaciones de esquí y también los miles de visitantes que reciben sus valles y montañas fuera de la campaña invernal- iba a garantizar su viabilidad. Se presentó, incluso, como un revulsivo para el turismo del Pirineo.
Con aquellas mismas expectativas, unos inversores privados crearon una compañía aérea, Pyrenair. Pero tuvo corta vida. En febrero de 2011, tan solo cuatro años después de que se inaugurara el aeropuerto y de que empezara a operar esa compañía, Pyrenair decidía tirar la toalla y dejar su actividad por las pérdidas recurrentes que estaba soportando.
En aquellos primeros años hubo conexiones aéreas entre el aeropuerto de Huesca y varias ciudades españolas, entre ellas Madrid. Incluso funcionaron por un tiempo vuelos con Londres, auspiciados por el Gobierno aragonés. Pero ni siquiera en sus primeros años de vida llegó a despegar este aeropuerto.
En 2009, cuando tenía la mayor oferta de conexiones aéreas, no pasó de los 6.300 viajeros. Fue su récord máximo de viajeros. Y eso, para un aeropuerto, es realmente poco. Baste un dato: el año pasado el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas registró una media de casi 6.000 pasajeros por hora.
Aeropuerto sin aviones, y frontera sin aprovechar
Y, mientras el aeropuerto de Huesca languidece entre la soledad de sus salas -vacías, pero cuidadas en perfecto estado-, esta provincia sigue sin conseguir tener una conexión ferroviaria con el otro lado del Pirineo. Frontera en el más sólido sentido de la palabra, muro físico, Aragón lleva décadas intentando que se reabra el paso transfronterizo de Canfranc, línea férrea que fue cerrada hace más de 40 años. Este objetivo parece más próximo ahora, pero no está garantizado. Y menos aún lo está la idea de abrir un nuevo corredor ferroviario de gran capacidad que conecte España por Europa a través del Pirineo aragonés -la llamada Travesía Central del Pirineo (TCP)- y que sirva de alternativa a los dos únicos pasos laterales que existen entre la Península y el resto del Continente, los que discurren por el País Vasco y por Cataluña.
La TCP sigue varada como proyecto, esperando turno a encontrar un compromiso certero de inversión entre los estados francés y español con el concurso de la Unión Europea. Hubo un tiempo en que estaba en el grupo de cabeza de los proyectos europeos de comunicaciones, pero acabó relegada en beneficio del Corredor Mediterráneo en cuyo favor -y en detrimento de la TCP- presionó con insistencia el nacionalismo catalán durante la etapa de Zapatero.
Además, ir por carretera entre España y Francia por Huesca tampoco resulta sencillo. La localidad de Canfranc da fe de esta otra paradoja en una provincia con aeropuerto casi de estreno pero sin viajeros y carreteras en la lista del «debe»: el 17 de enero de 2003 fue inaugurado el gran túnel carretero del Somport, que conecta la localidad de Canfranc con el lado francés de los Pirineos. Son 8,6 kilómetros de moderno túnel, alarde de ingeniería, pero estancado en sus posibilidades porque la autovía Somport-Sagunto -esa fue su denominación oficial desde que se proyectó hace más de 20 años- sigue sin haber llegado hasta Canfranc. Y, además, al otro lado del Pirineo, en la parte francesa, el flamante túnel se topa con una precaria y tortuosa carretera secundaria.
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