Pablo R. Suanzes
Los líderes de Europa posan en la Cumbre de jefes de Estado de la Unión Europea que se celebró en 2007. EFE
- Entre 2007 y 2017 la Unión Europea vivió la época más depresiva y deprimente de su existencia, exponiendo la vulnerabilidad y mala gobernanza de la UE y de la Eurozona.
La Eurozona lleva 17 trimestres consecutivos creciendo y su PIB es ya un 3% superior al de 2008. La inversión ha vuelto a los niveles de entonces. El empleo ha registrado su mejor dato en ocho años. En 2011, 24 países estaban dentro del procedimiento de déficit excesivo, y ahora sólo quedan tres: Reino Unido, España y Francia. Si se miran los gráficos cuesta creer que en los últimos años Europa haya estado a punto de explotar, pero basta con rascar un poco para encontrar las cicatrices.
Los indicadores parecen de otro planeta y pueden llevar a la complacencia, como ocurrió entonces. Es sencillo pasar por alto que el euro estuvo a unos minutos de romperse la noche del 12 de julio de 2015, en la más dura negociación que Grecia haya conocido. Que la crisis de refugiados dejó el espacio de libre circulación en coma. Que Reino Unido ha empezado a irse. Que cinco países e incontables bancos fueran rescatados. Que durante meses no estuvo descartado que la extrema derecha pudiera tocar poder en Francia u Holanda.
Los números de ahora no lo dicen, pero algo se ha roto. Entre 2007 y 2017 la UE vivió la época más depresiva y deprimente de su existencia, perdió a ratos la esperanza, y millones de personas parecieron olvidar o parece que dejó de importarles que lo de viajar sin puestos fronterizos ni pasaportes, pagar con una misma moneda, las facilidades para estudiar en el extranjero y la eliminación total de las guerras y la violencia entre estados era, es, una anomalía en la historia de la humanidad.
Un pasado ilusionante
El historiador Timothy Garton Ash, uno de los que mejor conoce las últimas décadas, decía recientemente que si le hubieran criogenizado en enero de 2005 se hubiera ido "a su descanso provisional como un europeo feliz", con una UE que "acababa de incorporar a las nuevas democracias poscomunistas y dado luz verde a un tratado constitucional". Una UE que había puesto en marcha "un proyecto sin precedentes de una unión monetaria", en el que se puede viajar libremente sin fronteras ni pasaportes. Con una Europa del sur convergiendo a marchas forzadascon el "histórico núcleo central alrededor de Alemania, Francia y el Benelux". Con una revolución naranja en Ucrania. Y en la que hasta la euroescéptica Reino Unido "abraza su futuro europeo bajo Tony Blair".
Pero, Garton Ash, flamante premio Carlomagno, decía que si se hubiera reanimado en enero de 2017 "hubiera muerto inmediatamente del shock", pues ahora "hay crisis y desintegración dondequiera que mire: una Eurozona disfuncional, Atenas reducida a la miseria, jóvenes españoles con doctorado haciendo de camareros en Londres y Berlín; los hijos de amigos portugueses buscando trabajo en Angola y Brasil, la periferia alejándose. Sin constitución europea, pues fue rechazada por Francia y Holanda. Y Brexit".
Es indudable que la última década alteró el curso de la historia y que ha dejado fracturas inmensas. "En los años antes de la crisis había mucha euforia en Europa. El euro le estaba comiendo terreno al dólar como moneda internacional y el modelo posmoderno de integración regional de la UE se estudiaba en todas las partes del mundo. EEUU venía ya tocada de la guerra de Irak y se veían los primeros síntomas de que el modelo anglosajón de capitalismo financiero estaba empezando a agotarse", explica Miguel Otero, del Real Instituto Elcano. "Con China en 2003 se había llegado a un partenariado estratégico, las relaciones con Rusia eran cordiales y la OTAN iba avanzando. Lo mismo lo hacía la UE que había incluido ya a los 10 países en el 2005 y después Bulgaria y Rumanía en 2007. Todo era muy prometedor". Hasta que llegó el crash.
Nadie estaba preparado. No había la fuerza política, los mecanismos, las herramientas para hacer frentes a shocks asimétricos. "Europa estaba diseñada pensando en el buen tiempo. Curioso si tenemos en cuenta que la construcción de la casa europea fue tortuosa y siempre como respuesta a grandes tormentas. Cuando llegó el chaparrón, comenzaron a ser evidentes las goteras y se nos inundó el sótano", dice Álvaro Imbernón, analista de Quantio. "Claro que hubo un momento muy eufórico. En 2003 se organizó nada menos que una convención para hacer una Constitución europea. El ambiente era increíble. Lo presidió Giscard D'Estaign con espíritu muy europeísta. Era un momento económicamente muy dulce, estupendo, de desarrollo", explica Diego López Garrido, quien participó en la convención y después fue secretario de Estado para la UE con Zapatero. El ambiente que rememora era tremendamente constructivo, con una hoja de ruta más que ambiciosa.
Euforia mal entendida
Sin embargo, el exceso de confianza y los errores de diseño que durante años se minusvaloraron, pasaron factura. "Decir que estábamos en buena forma es un error. Europa no estaba bien, estaba eufórica, pero en el mal sentido de la palabra, sin calibrar. Nos sentíamos bien porque pasábamos por alto muchas cosas. La convergencia de los tipos de intereses de un día para otro fue un gran fallo porque camufló las flaquezas de los países. Los tipos de interés son como la fiebre, te muestran si tienes una infección. No vimos lo que iba mal y estábamos encantados", asegura desde Bruselas Maria Demertzis, subdirectora del think tankBruegel.
El holandés Pual de Grauwe, profesor ahora en la London School of Economics, es uno de los analistas más finos de la crisis del euro. Y uno de los más duros. Él no ve nada especial en la génesis de la debacle. "Euforia, optimismo desatado, inversiones mal hechas, endeudamiento y bancos", resume. "Países como España de golpe tuvieron acceso a ingentes cantidades de capital en condiciones mucho más baratas, por lo que hubo transferencias masivas hacia España que impulsaron el crash. Si hubieran existido algunos mecanismos para limitar el flujo se hubiera mitigado el impacto. Una Europa más integrada, una unión presupuestaria, hubiera hecho más fácil lidiar con los problemas, y eso ha estado ausente. Por eso hubo una recesión tan profunda. Claramente había una falta de integración. Hay unión monetaria pero una una presupuestaria hubiera permitido una salida más suave". Y no había nada parecido. Detectar burbujas es relativamente sencillo, al menos en su fase explosiva. Pero frenarlas es otra cosa.
"La crisis expuso las vulnerabilidades y la mala gobernanza de la UE y de la Eurozona. Si se compara con EEUU, ellos tienen los medios y la voluntad política para reaccionar en tiempo real. Y en Europa no era el caso. Tras la caída d Lehman Brothers, los bancos se metieron en problemas, y fue chocante cómo cada país intentó salvar sus entidades y nada más. Todo el discurso europeo, de integración y centralización se evaporó. De golpe cambió; cada uno se preocupaba sólo de lo suyo", lamenta Demertzis, que vivió parte de esa falta de reflejos desde la Comisión Europea y el Banco Central de Holanda.
López Garrido recuerda con pesar cómo los referéndums holandés y francés frenaron una ilusión. "Luego con la crisis todos los esfuerzos de la UE se van al Consejo, que polariza las decisiones. Hay un frenazo clarísimo. Todo está centrado en salir de la recesión". Para él, sin ese golpe los resultados hubieran sido gigantescos. "Hubiéramos ido a lo que enfocaba el tratado constitucional. Un desarrollo de lo que nunca hubo, una verdadera unión económica, no sólo monetaria. Lo que se hizo en los últimos años son salvavidas, rescates. Pero se hubiera podido poner en marcha una política económica europea. Se habría avanzado en el espacio de Justicia y Seguridad. En la lucha contra el ciberterrorismo, crimen organizado, tráfico de personas, los guardacostas europeas".
En cambio, no sólo se dejó de avanzar, sino que se retrocedió. "En poco más de una década, hemos pasado de celebrar el éxito de los hitos de la construcción europea (ampliación al este, euro, Schengen) a poner en duda sus elementos y políticas más simbólicas con las crisis del euro, refugiados, Brexit y desafección ciudadana. Todas ellas se han convertido en tectónicas que afectan los diversos pilares del proyecto de construcción europea", apunta Pol Morillas, del CIDOB.
La política de 'parches'
Tras las dudas de los socialistas franceses, de su electorado y de los siempre escépticos holandeses, "una tendencia de fondo se estaba fraguando mientras nos preocupábamos de enderezar el rumbo de la UE con parches (desde la incompleta reforma del euro al acuerdo con Turquía). En la última década, hemos pasado de un consenso permisivo con las bondades del proyecto europeo, que daba por sentadas la continuidad y ampliación y profundización de la UE a un disenso que constriñe", prosigue Morillas.
El diplomático Enrique Mora estuvo en Bruselas entre 2005 y 2010 como mano derecha de Javier Solana. Recorrió todo el continente y buena parte del mundo escuchando a líderes de todas las tendencias. Y apunta tres claves. "Antes de 2007 había un sentimiento, parecía que íbamos al mismo sitio, pero se produjo una quiebra del proyecto de convergencia. Siempre ha habido países ricos y pobres, pero no había ese enfrentamiento y reproches. El paradigma eran Alemania y España, existía la sensación de que los ricos tiraban del crecimiento de los pobres y había una convergencia sana. La segunda quiebra es la pérdida de prestigio de la UE, la entidad que desde la caída del muro más tenía. Fue inmediato y no se ha recuperado. La tercera es la idea orteguiana de la invertebración. Se acusaba a la UE de ser un proyecto de élites y ahora esas mismas élites no se atreven a dar un paso por miedo a la reacción de la ciudadanía y no ejercen el liderazgo necesario".
"Está ciertamente claro que la crisis es la que empujó hacia por ejemplo la Unión Bancaria. Sin ella no se hubiera producido. Jean Monnet tenía razón cuando decía que Europa sólo crecía de crisis en crisis. ¿Será suficiente lo que se ha hecho para lidiar con la siguiente crisis?, porque indudablemente habrá otra, el capitalismo es expansiones y recesiones. Volverá a ver malos tiempos y la pregunta es si será suficiente con lo avanzado, y no estoy seguro de que así sea", lamenta Paul de Grauwe.
Por Bruselas pasan cada mes líderes europeos. Se habla del pasado, del presente y del futuro, se hacen hojas de rutas, se proyectan planes. Pero el liderazgo sigue sin aparecer y los problemas de Angela Merkel para formar Gobierno auguran meses complicadísimos para una UE que espera desde primavera las reformas profundas e imprescindibles que necesita.
Esto no es responsabilidad de la crisis, porque en realidad nunca hubo un liderazgo comunitario digno de tal nombre ni un impulso desbordante. Hay ejes, alianzas temporales y muchos intereses, pero ni en los momentos más delicados el idealismo ha superado al pragmatismo ni el europeismo a los temores nacionales más intensos. Nunca lo han permitido las capitales. La crisis se llevó muchas cosas por delante, muchas reputaciones y sueños, pero las instituciones, por lo menos, siguen ahí. Y ya es más de lo que otros pueden decir.
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