María Antonia Sánchez-Vallejo
El norte de Chipre, reconocido sólo por Turquía, celebra el aniversario de su independencia unilateral mientras lamenta el fracaso de la última ronda de diálogo con los grecochipriotas.
Un niño ondea las banderas turca y turcochipriota en Nicosia, durante la conmemoración de la independencia de la RTNC. PETROS KARADJIAS AP
Treinta y cuatro años después de declarar unilateralmente su independencia en el tercio septentrional de la isla, invadido por el Ejército turco en 1974, la República Turca del Norte de Chipre (RTNC, 290.000 habitantes) ni siquiera tiene himno. El que sonó el 15 de noviembre en la conmemoración de dicho aniversario, con un desfile en la parte norte de Nicosia, la dividida capital insular, fue el de Turquía, cuya bandera ondea por todas partes junto a la turcochipriota. Únicamente reconocida por Ankara, la RTNC tampoco tiene vuelos directos al extranjero, sólo a la madre patria, ni pasaporte propio o cualquier otro documento de viaje, y el agua que consume llega de Turquía, 75 millones de metros cúbicos al año. Unos 35.000 soldados turcos están estacionados en su territorio, más decenas de miles de colonos procedentes del continente. Por eso en el paisaje pelado y blanco de la RTNC resaltan los cuarteles y los asentamientos, cubos repetidos de hormigón que a lo lejos parecen celdillas.
CRONOLOGÍA DE UN CONFLICTO ENQUISTADO
1950. Los grecochipriotas aprueban en referéndum no vinculante la énosis (unión con Grecia). La isla es colonia británica desde 1925.
1955. La guerrilla grecochipriota de la EOKA, partidaria de la énosis, inicia la lucha armada contra el poder colonial.
1960. Independencia de Reino Unido. La Constitución consagra el poder compartido entre greco y turcochipriotas.
1963. Una reforma constitucional de los grecochipriotas acaba con el reparto de poder y los turcochipriotas se retiran. Graves enfrentamientos entre las dos comunidades y despliegue de los primeros cascos azules un año después.
1974. Golpe de Estado de los partidarios de la énosis contra el presidente Makarios. En julio, el Ejército turco invade el tercio septentrional de la isla con la excusa de proteger a la población turcochipriota; las dos comunidades se reagrupan en sus respectivos territorios.
1983. El presidente turcochipriota Rauf Denktash declara la República Turca del Norte de Chipre (RTNC)
2003. Greco y turcochipriotas cruzan por primera vez en 30 años la línea verde al aflojarse las restricciones de paso.
2004. Los grecochipriotas rechazan en referéndum el plan de paz de Kofi Annan, aprobado mayoritariamente por sus vecinos del norte.
2015. Tras varios intentos frustrados, se reanudan las conversaciones bajo el patrocinio de la ONU
2017. Arrancan las conversaciones directas, a las que asisten los tres países garantes: Grecia, Turquía y Reino Unido. El diálogo termina en julio, sin acuerdo.
Cualquier actividad de la vida cotidiana, las redes de telefonía móvil que se vuelven inútiles al lado contrario de la divisoria línea verde, o los dos sistemas de suministro eléctrico, con un enchufe distinto según la zona, recalca la anomalía que supone, dentro de la UE —toda la isla es miembro, técnicamente, desde 2004—, un territorio partido en dos por el último muro de Occidente. El fracaso del diálogo que hasta julio mantuvieron en Crans-Montana (Suiza) turco y grecochipriotas bajo el patrocinio de la ONU ha vuelto a subrayar el aislamiento y la dependencia de Turquía de la RTNC, por más que las autoridades locales insistan en su soberanía y rechacen su condición de provincia turca; un argumento parecido al que utilizan frente a sus vecinos: el anhelo de no ser tratados como una minoría étnica, sino como habitantes con plenos derechos, tan chipriotas como los del sur.
Un exceso de optimismo antes de tiempo (“nada está acordado hasta que todo se acuerda”, en palabras del ministro de Exteriores, Tahsin Ertugruloglu), y escollos enquistados, históricos, dieron al traste con el que parecía intento definitivo de resolver la división de la isla, pese a algún que otro puñetazo sobre la mesa, figuradamente hablando, de António Guterres, secretario general de la ONU, nada dispuesto a que el conflicto se eternice: los cascos azules llegaron a la isla tras los primeros disturbios entre greco y turcochipriotas, en 1963, y ahí siguen.
En parecidos términos a los de Guterres se pronunciaba la semana pasada el presidente de la RTNC, Mustafá Akinci, firme defensor de la reunificación: “No podemos esperar otros cincuenta años para hallar una solución”. Durante un encuentro con medios extranjeros invitados a los actos del 34º aniversario de la RTNC, el socialdemócrata Akinci subrayó: “Los turcochipriotas estamos aquí, no nos vamos a evaporar; [los grecochipriotas] deben tenernos en cuenta y reconocernos, si no oficialmente, sí como una realidad existente. Deben dejar de subestimarnos y de dirigirse directamente a Turquía, porque nosotros somos los interlocutores. No pueden aspirar a ser los únicos dueños de Chipre, como han hecho los últimos 40 o 50 años”.
El estancamiento del diálogo va para largo; como mínimo, hasta la celebración de elecciones presidenciales en la República de Chipre (800.000 habitantes, grecochipriota, única reconocida internacionalmente), en febrero; para entonces Akinci propondrá “conversaciones indirectas encaminadas a hallar una estrategia” para reactivar el proceso, según anunció la semana pasada. Pero entretanto todo seguirá en suspenso, a medio camino entre la cotidianidad forzosa y ese estado de excepción que implica la partición de la isla y su militarización. Una visita a las principales localidades de la RTNC refleja la contradicción. El distrito de Varosha, otrora la Riviera chipriota, sigue siendo una ciudad fantasma, rodeada por alambre de espino como una gigantesca jaula vacía y con una playa arisca, espectral, aunque Famagusta, la ciudad a la que pertenece, bulle de actividad turística. El hermoso monasterio ortodoxo de San Mamas atrae en Güzelyurt (Morfu, en griego) a un número creciente de viajeros, muchos rusos, pero los grecochipriotas sólo pueden acceder al templo previa autorización de las autoridades ocupantes. La jurisdicción sobre el distrito de Güzelyurt/Morfu, un vergel tapizado de árboles frutales y campos de fresas que abastece a buena parte de la población turcochipriota, es un problema: terreno más fértil de la isla, es reclamado con insistencia por los grecochipriotas, sin éxito.
Para las autoridades turcochipriotas, el fracaso del diálogo tiene una única causa. “El maximalismo de los grecochipriotas. La insistencia en pedir cero soldados [es decir, retirada de todas las tropas turcas], cero garantías”, resume Akinci. En Suiza se abordaron cinco capítulos fundamentales (gobernabilidad, propiedades confiscadas tras la invasión turca, cuestiones relativas a la Unión Europea, economía y territorio), pero el diálogo entró en barrena por la cuestión de la seguridad y las garantías, heredadas del añejo sistema suscrito en 1960, cuando la isla alcanzó la independencia, y que sienta a la mesa de negociaciones a tres países garantes: Grecia —partidaria de su abolición—, Turquía y Reino Unido, la antigua potencia colonial. Chipre es una víctima postrera del proceso de descolonización, un suceso definitorio del mapamundi del siglo XX que en la isla sin embargo parece proyectar su sombra hacia el futuro.
“La seguridad es muy importante, en nuestra historia y en la región, en Oriente Próximo. Pero la seguridad de una parte no debe ser vista como una amenaza por la otra, porque, cuanta más seguridad y cooperación haya, menos tropas harán falta”, concluye Akinci. “La paz puede traer mucha riqueza, y no sólo material, también en términos de cooperación. Podríamos suministrar parte del agua que recibimos desde Turquía a los grecochipriotas. Y hay un ingente mercado para el gas de la isla”, de cuyo desarrollo están ausentes Turquía y su satélite insular. “La cooperación energética regional entre Grecia, la República de Chipre e Israel está condenada al fracaso si no incluye a Turquía”, advierte el titular de Exteriores, un halcón nacionalista.
La historia de acercamientos y choques entre las dos comunidades de la isla parece escrita a borrones. El formato previsto para ese hipotético Chipre reunificado, una confederación bizonal y bicomunal, ha quedado en el aire, como quedó en 2004 el llamado plan Annan (por Kofi Annan, entonces secretario general de la ONU), que entre otras cosas proponía una presidencia rotatoria. Ese año los grecochipriotas rechazaron masivamente en referéndum una propuesta que los turcochipriotas habían abrazado en las urnas con entusiasmo. Pero no han sido los únicos intentos, sólo los dos más serios de una decena larga de tentativas.
El enésimo fiasco provoca en la RTNC una sensación de desaliento, en vísperas de unas elecciones legislativas, en enero, que pueden alterar el difícil equilibrio interno existente: las posturas sobre el diálogo del presidente Akinci y su titular de Exteriores están en las antípodas. Pero a la vez —otra contradicción más, en una región abonada a ellas—, la cotidianidad se impone y, business as usual, las dos partes se venden mutuamente la electricidad que les sobra. Las decenas de casinos del norte hacen pingües negocios gracias a sus clientes grecochipriotas, que sortean así la prohibición del juego en su país. Hasta la falta de pasaportes puede solucionarse, si se quiere, solicitando el de la República de Chipre, que además es comunitario. “¿Quiere que se lo selle?”, se despide el policía de inmigración en el aeropuerto turcochipriota de Ercan, consciente de la nula validez administrativa del tampón que blande en el aire. Como una marca de agua para un país inexistente a ojos del mundo.
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