Ángeles Espinosa
La invitación del rey Salmán de Arabia Saudí al Patriarca maronita libanés señala un cambio en un país que prohíbe las iglesias.
El Patriarca de la Iglesia maronita, el cardenal libanés Bechara Butros al Rahi, ha llegado este lunes a Riad, capital de Arabia Saudí. La inusual visita, a invitación del rey Salmán y de su hijo Mohamed Bin Salmán, desborda la cortesía diplomática habitual. En un país que no sólo prohíbe la construcción de templos de otros cultos, sino incluso cualquier expresión religiosa distinta de la estricta versión oficial del islam suní, el gesto señala un giro en su política hacia la diversidad confesional.
“Será una de las visitas oficiales más importantes para el Reino; será histórica”, declaró el encargado de negocios saudí, Waleed Bukhari, tras entregar la invitación al Patriarca a primero de mes. Era algo más que una expresión retórica. Pocos días antes, durante una conferencia para recabar inversiones, el hiperactivo y pujante príncipe heredero saudí había asegurado para sorpresa de propios y extraños que su país iba a “regresar a un islam moderado que esté abierto a todas las religiones” para contrarrestar las ideologías extremistas.
En el contexto saudí, sus palabras resultaban casi revolucionarias. El Reino del Desierto practica una interpretación extremadamente puritana y excluyente del islam, conocida como wahabismo, a la que desde los atentados del 11-S se responsabiliza de ser el caldo de cultivo del yihadismo violento. Tras años de rechazo oficial a esas acusaciones, el príncipe Mohamed admitió la necesidad de cambiar de actitud.
“El momento y el contenido de la invitación han sido una sorpresa, ya que será la primera visita de un Patriarca maronita a Arabia Saudí, un país que no tiene iglesias ni parroquias”, escribió el diario libanés Al Nahar. Los maronitas son católicos de rito oriental originarios de Monte Líbano, donde se concentra la mayoría de sus seguidores. Aunque Walid Ghayyad, el portavoz del Patriarca, ha recordado que el rey Saud ya visitó el Patriarcado maronita en 1953 y representantes del Vaticano han participado en reuniones del Centro Internacional Rey Abdalá para el Diálogo Interreligioso e Intercultural (KAICIID), Al Rahi es la primera autoridad religiosa no musulmana invitada oficialmente al reino en esa capacidad.
Arabia Saudí no reconoce legalmente ni la libertad de elegir religión ni la libertad de culto, condenando a cientos de miles de inmigrantes no musulmanes, en especial cristianos, a la práctica clandestina como en tiempos de las catacumbas. Esta corresponsal asistió en septiembre de 2004 a una misa secreta en una embajada europea, a la salida de la cual, la policía religiosa detuvo al sacerdote, un capellán estadounidense, e interpeló a varios de los asistentes.
Incluso está prohibida la introducción en el país de Biblias, rosarios y crucifijos, y por supuesto la celebración de fiestas religiosas que no sean musulmanas. Las autoridades han defendido tradicionalmente esa situación con el argumento de que su país es la cuna del islam y que todos los habitantes son musulmanes. Sin embargo, algunos saudíes lo atribuyen al poder de los religiosos.
La campaña de reformas sociales emprendidas por MBS, como se conoce al heredero para abreviar, ha empezado por recortar atribuciones a ese estamento. En un primer paso, el año pasado redujo las facultades de la llamada policía religiosa, el ominoso Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, cuyos miembros ya no pueden practicar detenciones sin la presencia de un policía.
La visita de Al Rahi, que durante su estancia en Riad también se reunió con el dimitido primer ministro libanés Saad Hariri, quiere reflejar esa mayor apertura saudí. Sin embargo, los chiíes saudíes, un 10% de la población que se siente discriminado, denuncian que su situación ha empeorado desde que MBS se ha hecho con el poder debido a su línea dura contra Teherán. Erigida en líder del islam suní, la familia real saudí ve a sus ciudadanos chiíes como quintacolumnistas del Irán chií.
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