Mariano Gasparet/Moeh Atitar
Entrevista con Arturo Pérez-Reverte: "El problema de España es que los privilegios no han desaparecido; al contrario, se ha incrementado la insolidaridad" / "La imagen de España en el exterior es penosa, tristísima, grotesca, de vergüenza".
Como en el nuevo periodismo todo se tolera, empezaré esta entrevista en primera persona para poner en situación al lector. Mis jefes me dan un teléfono y me ordenan entrevistar al periodista, escritor y académico Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951). Aunque intuyo la celada -éste hombre quiere hablar de su último libro, no protagonizar un Hablando sobre España- no estoy dispuesto a perder la oportunidad: lo tengo a tiro y considero una falta menor no haber leído Eva ni Falcó (Alfaguara).
Quedo con el escritor decidido a engañarle un poco, a llevármelo al huerto aprovechando que la Guerra Civil es el telón de fondo de la serie Falcó, para hacerle hablar de política, de Cataluña y de España. Por supuesto se da cuenta: charlamos en el Palace de Madrid y hubo momentos en que pensé que se iba a levantar y me iba a mandar a hacer gárgaras. Muy al contrario, se rió lo suyo y me regaló un ejemplar de Eva al despedirnos. Salí del hotel con la sensación de haberme comportado como un patán: pero qué menos que una porción de remordimientos, a nadie puede salirle gratis intentar levantarle la cartera a un tipo de la madera del Capitán Alatriste; a un tipo como Lorenzo Falcó.
- ¿Le gusta provocar en Twitter?, le suelto antes de sentarnos.
- No me gusta, pero sí me divierte, es un poco como echarle de comer a los patos.
- ¿El apellido de su último héroe, Lorenzo Falcó, tiene algo que ver con el clásico sobre la Guerra Civil de César Falcón, ‘Madrid’?
- Nada, nada. Yo navego mucho y tengo mucha relación con el Cabo Falcó, por donde paso mucho cada vez que voy a Italia. Sí que es verdad que, como todo escritor profesional, colecciono apellidos y nombres para mis novelas, y Lorenzo es el nombre de un tío mío que vivió esa época de una manera muy intensa.
- También escribió ‘La Guerra Civil contada a los jóvenes’ (Algafuara, 2015), una historia ilustrada por Fernando Vicente sobre la contienda que vendió 80.000 ejemplares. ¿Qué representa para usted la Guerra Civil?
- Me interesa como novelista, no para explicarla. Para eso están los libros de Juan Pablo Fusi o los de otros historiadores solventes. O el manual que escribí para jóvenes al que has hecho referencia. O el prólogo de A sangre y fuego de Chaves Nogales, un libro de relatos que debería ser de lectura obligatoria en los colegios.
- ¿Por qué?
- Debería ser materia de estudio obligatoria un año: en las clases de historia, de ética, de literatura, de lo que quieras… Eso haría mejores a los chicos, haría mejores españoles y mejores ciudadanos, y sobre todo eliminaría un montón de vilezas que, desde hace tiempo, nos meten en la sangre. Dicho lo cual, para mí la Guerra Civil es un telón de fondo en el que coloco a mis personajes. Es un escenario magnífico y terrible: los años 30, la Guerra española, el inicio de la Segunda Guerra Mundial, los totalitarismos… fue el final de un mundo y el inicio de otro.
- ¿A qué se refiere?
- A algo muy interesante: los ismos, el fascismo, el nazismo, el comunismo no tenían mala prensa, al contrario. No se sabía nada del Gulag, ni de Auschwitz y todavía había mucha gente decente que creía en los ismos como soluciones políticas. Es que el nazismo era cool, su diseño, su arquitectura; lo mismo podemos decir del fascismo italiano. Todo eso se veía de un modo muy distinto a como lo vemos ahora.
- ¿Qué queda de todo ese mundo en la España actual?
- Por fortuna, ese mundo no existe. Aunque había también unas maneras; hasta un campesino tenía una actitud de dignidad personal, de gallardía humana, una conciencia del valor de la educación, ese saber que un hijo educado tenía más posibilidades de prosperar, el sentido del sacrificio… Todo eso constituía una moral, independientemente de la política, que se ha perdido y que sí echo en falta.
La vileza, la infamia y la irresponsabilidad que abocaron a la Guerra Civil siguen estando ahí
- ¿Ha pensado alguna vez, a raíz de todo esto de Cataluña, que podría volver a producirse un conflicto civil en España?
- No, no lo creo porque hemos llegado a un grado de confort que lo impide. Quien vive con cierto confort, quien tiene un coche, y un televisor, y una cuenta en el banco por humilde que sea, y a los hijos estudiando… pues se tienta mucho la ropa. Aunque seguimos viviendo en una sociedad muy injusta, ahora se vive mejor que hace 80 o 90 años. Ahora, cuando has leído historia, cuando has vivido una guerra, y yo de las veintitantas guerras que hice como reportero siete fueron guerras civiles, reconoces síntomas muy desagradables. Ves que la vileza, la infamia, la irresponsabilidad y la falta de escrúpulos de algunos políticos siguen existiendo. Es decir, aunque el mundo actual es diferente y hace imposible un conflicto como aquel, los impulsos de las personas que sí hicieron posible aquello siguen estando aquí. Si les dieras pistolas, les dieras incultura, les dieras crisis social y les dieras en el exterior fascismos y comunismos la volveríamos a tener.
- Es lo que dijo aquel ex militar ruso que se enfrentó a los manifestantes independentistas que cortaban una carretera en Barcelona: “¡Mañana tendréis armas!”.
- Sí, sí, dijo: “No tenéis ni puta idea; os van a dar armas y ya veréis”. Lo tuiteé, me acuerdo.
- ¿Qué está pasando en Cataluña y en España?
- No le voy a hablar de Cataluña. Sí diré que, con todo esto, que Cataluña ha demostrado que es enormemente española. Ese berlanguiano desenlace del asunto demuestra que es tan española como el resto de España.
- ¿Tenemos los gobernantes que nos merecemos?
- Los votamos, los votamos... Cuando en el 36 unos campesinos analfabetos queman vivos al alcalde y al cura, pues puedo entenderlo; no justificarlo, ojo, pero sí entenderlo por la incultura, la manipulación y la desesperación de esa gente... Pero esa crueldad entre comillas inocente de hace un siglo ahora es injustificable. Ahora nadie es inocente, ahora hay educación obligatoria, hay televisión, hay internet, hay periódicos. Ahora el que es analfabeto, real o figurado, es porque quiere. El que se deja manipular es porque le resulta más cómodo que le manipulen. Eso del gobernante malo y el súbdito bueno no me lo creo. Eso de qué buen vasallo sería si tuviera buen señor es una gran mentira. Los señores los creamos los vasallos, y son los esclavos los que hacen a los amos.
- Usted siempre dice que en el mundo hay “oportunistas, cobardes, sinvergüenzas y luego ingenuos manipulables y analfabetos de buena voluntad”. ¿No son ahora los ingenuos y los analfabetos más manipulables como consecuencia de la revolución tecnológica?
- Pero porque quieren. El ejemplo lo vemos en las redes sociales: son estupendas por el enorme caudal de información que ofrecen, pero no discriminan, no jerarquizan, se mezcla el oro con la basura, la calidad con la porquería; y lo que dice Vargas Llosa y lo que dice un analfabeto o un demagogo como Rufián comparecen a la vez. Si no hay cultura, no hay formación y no hay preparación intelectual, pues el receptor no distingue y el mismo valor da a un tuit de Rufián que a un enunciado de Thomas Mann. Ese es el problema, la falta de cultura. Y hablo de cultura, no en plan elitista, sino como un conocimiento básico del mundo que permita discernir y distinguir.
- ¿Qué le parece todo lo que ha pasado en Cataluña?
- Mira, he estado en mi mundo, promocionando la novela, fuera de España… lo de Cataluña lo he seguido de lejos.
En España no hubo guillotina y los de siempre continuaron con sus privilegios; también los territorios
- Hace unas semanas, en una entrevista en ‘El País’, el hispanista John Elliot vinculaba el descontento que motiva el problema catalán a los siglos XVI y XVII: revuelta ‘dels segadors’, Felipe IV y Felipe V, Guerra de Sucesión y Decretos de Nueva Planta. ¿Qué le parece como tesis?
- Es cierto, es cierto, el origen está ahí. España es un país que nunca cuajó como Estado. En Francia hubo una Revolución que acabó con el Antiguo Régimen, acabó con los privilegios feudales y jacobinizó el país y lo convirtió en un Estado fuerte, organizado y moderno. Eso permitió que, en teoría, no hubiese privilegios, que los privilegios estuviesen supeditados al bien común. En España nunca hubo guillotina, ni revolución y jamás fue purgado. Los de siempre, los curas, los aristócratas, el dinero y la Monarquía fueron pasando de un sitio a otro sin perder sus privilegios. Lo mismo pasó con los privilegios territoriales. La República Francesa aplastó La Vendée y la hizo sumisa a la idea de la patria y la nación francesa. Eso en España nunca ocurrió, nunca hubo un Gobierno central lo bastante fuerte como para imponer su centralismo y nunca hubo un Gobierno lo bastante plural como para crear un Estado Federal real con competencias lo claramente delimitadas… [Silencio, Pérez Reverte me mira unos segundos]. ¿Pero cómo me estás haciendo esta entrevista?
- Es muy interesante todo lo que está diciendo.
- [Ríe] Bueno, bueno, pues lo resumo: en España nunca fraguó ni el Estado plurinacional ni el Estado central. ¿Mi opinión personal? Yo soy jacobino, a mí me gustan los Estados fuertes; no ahora, ojo, digo históricamente. Creo que el camino para que España hubiera sido un Estado moderno y fuerte hubiera sido un XVIII y un principio del XIX jacobinos: una idea de nación a la francesa. Pero en España eso no se dio. Aquí se mantuvieron todos los vicios y malformaciones ancestrales y la modernidad nunca pudo combinarlas. Por eso Cataluña y el País Vasco no son más que los residuos, los restos, las consecuencias, dramáticas a veces y grotescas otras, de un Estado que nunca supo conformar su identidad de una manera coherente, ni jacobinamente, ni plurinacionalmente.
- ¿Estos territorios siempre han mantenido privilegios?
- Es que los privilegios siguen ahí. El problema de España es que los privilegios nunca han desaparecido; al contrario, se ha incrementado la insolidaridad.
- Sin embargo Puigdemont en su exilio flamenco y toda su corte venden la idea de que España no es una democracia y que el franquismo continúa.
- Bueno, eso no vamos ni a comentarlo. Esa estupidez grotesca me niego a comentarla.
- ¿Y por qué tienen predicamento esas tesis en parte de la sociedad catalana y española?
- Bueno, llegado a este punto, he de decir que yo sólo soy un tipo que cuenta historias. He hecho una concesión y estamos hablando de historia, que a mí me gusta mucho, pero no soy analista político ni analista social. A mí realmente... no es que me dé igual, porque soy ciudadano español. Pero estoy muy lejos de todo esto. Yo no soy la persona adecuada para esclarecer eso; para eso hay que ir a gente como Juan Pablo Fusi, como Carmen Iglesias… pero yo no. ¿Vale como respuesta?
- Sí, pero comprenda que abuse un poco.
- Sí, y comprende que yo no me deje abusar. Estamos en plan bien; y yo puedo llegar hasta donde he llegado porque me interesa la historia, porque soy lector de historia, porque soy un tipo que ha vivido guerras… Hasta ahí llego, pero no estoy capacitado para analizar determinadas cosas. Yo estoy aquí sentado no porque analice la vida política, sino porque cuento historias y me las leen.
- ¿Y aquello de la misión del intelectual?
- Un momento, un momento. Yo no soy un intelectual, allá cada cual. Yo soy un novelista que cuenta historias; yo fui un reportero que anduvo por el mundo y, a la vuelta, con la mochila llena, me puse a contar historias a partir de lo que viví y de la mirada que esa vida me dejó. No escribo para hacer mejor el mundo, escribo porque me apetece y ya está. Es que un novelista no tiene una misión. El artista que cree que dice que trabaja para hacer mejor el mundo miente como un bellaco, es un demagogo y un embustero.
- A lo mejor se lo cree.
- Pues allá él. Pero es que yo cuando era reportero no fui a la guerra para hacer mejor el mundo. Yo fui a la guerra porque la guerra era un lugar fascinante, porque me permitía una forma de vida que me gustaba, porque podía vivir con lo puesto y una mochila y empezar cada día una crónica con autonomía y lejos de mis jefes; era joven, había adrenalina, emociones, aventura… Era periodista y ese era mi trabajo. Pero no iba a la guerra para pararla ni para hacer mejor el mundo. Estaba en Sarajevo y me jugaba la vida todos los días para que la gente que estaba en su casa supiera lo que estaba pasando allí porque ese era mi trabajo. Yo era un mercenario honrado, cobraba por mi trabajo y lo hacía bien, pero no para hacer mejor el mundo. Bueno, en Bosnia acababas pidiendo auxilio para ellos, pero eso es otra cosa. Mi misión es contar historias lo mejor que pueda.
- Y como lector y gran conocedor de la historia. ¿Qué le parece la proclamación de la República por parte de Puigdemont en comparación con las proclamaciones anteriores de Maciá en 1931 y Companys en 1934? ¿Está a la altura de la Historia?
- Pues que en España la tragedia se repite como farsa.
- ¿Y la perspectiva de que esto se pueda solucionar con las elecciones del 21-D?
- Pero yo qué cojones sé. Ni idea, ni idea, no lo sé, y no voy a hablar algo que no sé. Eso me interesa relativamente. Claro que me preocupa, pero mi vida no depende de que Cataluña sea o no independiente. Mi futuro no está en Cataluña. A mí me leen en 42 lenguas y si Cataluña es independiente pues imagino que allí tendría un editor local, catalán, yo qué sé.
La imagen de España en el exterior es penosa, tristísima, grotesca, de vergüenza
- ¿Y la imagen de España en el exterior por todo esto; ha percibido algo?
- Claro que lo he percibido. Penosa, tristísima, grotesca, de vergüenza.
- ¿Se ha descuidado la imagen exterior?
- De verdad, no quiero hablar más de Cataluña. En cuanto a imagen hemos salido muy mal parados internacionalmente por la vileza de unos y la estupidez de los otros. Y con eso termino.
- ¿Y el hecho de que haya propagandistas activos exteriores a sueldo, como Assange?
- Mi labor de cortesía respecto a ti como entrevistador, en lo que refiere a Cataluña, ha terminado ya. No te quejarás, ¿no? ¿Esto es una entrevista sobre Cataluña, verdad?
- Bueno, es una entrevista sobre España.
- Pues Cataluña ya está.
- Pérez Reverte estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.
- Decía Stanley G. Payne que el café para todos no funcionó, que se deberían haber delimitado mucho más las competencias de las distintas Comunidades.
- Vuelvo a decirte otra vez, que por lo visto no lo he dicho con bastante nitidez, que yo soy un tipo que cuenta historias. No soy un analista político, ni un sociólogo, ni un filósofo, ni un intelectual. Fui reportero y ahora soy escritor.
- Ya, pero muchas veces ha hablado sobre la Transición.
- Sí, pero cuando lo he hecho ha sido como algo personal, en artículos y cuidando mucho lo que escribía, no en una entrevista. En las entrevistas no digo esas cosas, porque momentos como este tienen sus peligros, porque los titulares, como sabes, son resúmenes. No me interesa hablar de eso, no hablo en mi casa, ni con mis amigos. ¿Me entiendes?
- Sí claro. Hablemos de la Guerra Civil, que es el escenario de sus novelas de la saga Falcó. Imagino que seguirán nuevas novelas.
- Sí, va a seguir porque, aunque iba a ser una novela, me lo pasé muy bien y voy a hacer al menos tres o cuatro.
- ¿Y sobre el capitán Alatriste? Se lo pregunto porque he visto que un señor se lo pedía por la calle.
- Sí que me lo piden, sí. Bueno, no sé. Tengo 66 años y no sé lo que voy a vivir y cuanto tiempo me queda.
- Pero si está usted muy bien.
- Bueno, el mundo se divide entre la gente que sabe que se va a morir y la que no. Y yo sé que me voy a morir. Yo aprendí muy joven, y eso ha condicionado toda mi vida, que todo es muy frágil en la vida, todo: la salud, la cordura… No sé si me quedan dos años o diez, dos novelas o diez, y he de elegir muy bien lo que hago. No voy a malgastar el tiempo en cosas que no me apetecen. Y ahora me apetece mucho hacer Falcó.
En España hubo un 'revival' de la Guerra Civil que en nada ha beneficiado a nadie, y ha perjudicado mucho a todos
- ¿Es un tema cerrado la Guerra Civil para los españoles?
- No, no es un tema cerrado. Era un tema cerrado, claramente cerrado. Pero [silencio largo], hubo estúpidos y malvados, y siempre es peor un estúpido que un malvado; hubo una conjunción planetaria de estupidez y de maldad que hizo, hará como diez años, que el tema de la Guerra Civil se convirtiera en arma política de nuevo. Y entonces, ¿qué pasó?, pues que cayeron sobre esa arma para utilizarla generaciones de políticos y no políticos jóvenes que no tenían la formación adecuada. No tenía ni la edad, ni el conocimiento; ni la lucidez; ni la experiencia; ni la habían estudiado lo suficiente. Y la utilizaron con una alegría irresponsable el nosotros y ellos, las cunetas, las no cunetas… Se resucitó otra vez lo que parecía tan bien calmado. De esa estupidez, convertida en maldad por pura estupidez, surgió un revival de la Guerra Civil que en nada ha beneficiado a nadie, y ha perjudicado mucho a todos. Porque, además, y de esto sí hablo con gusto, hay idiotas que confunde la equidistancia con la ecuanimidad.
- ¿A qué se refiere?
- Cuando uno ve una guerra civil desde fuera, los Balcanes, Nicaragua… y yo he hecho siete, eh, está todo claro: Franco malo, República buena; serbios malos, bosnios buenos; somocistas malos, sandinistas buenos; Videla malo, montoneros malos… Pero cuando te acercas a ellos, y hablas, y te fumas un cigarrillo, y te salpica la sangre; y los ves morir, matar, torturar… Entonces las líneas claras se difuminan: te doy mi palabra de honor de que es así. Al aplicar a la Guerra Civil un criterio de buenos y malos se pervierte la realidad. Ser ecuánime es ver la barbarie y la crueldad estés donde estés respecto al conflicto. Por eso te he citado antes a Chaves Nogales. Pues bien, esto en España es imposible porque estos idiotas han conseguido que, de nuevo, nadie reconozca virtudes en el adversario y que aceptemos, sin cuestionarlas, las supuestas verdades de nuestro bando.
- Eso es genuinamente español…
- Hemos vuelto a ese español tan peligroso que no quiere al adversario vencido o convencido, sino exterminado: y a ser posible, a su mujer rapada y humillada y al hijo expulsado de la escuela. Eso, que es muy español, y que tiene su orígen en la Inquisición, y que fue borrado de nuestro mecanismo de relación social, ha vuelto. Por eso te encuentras a un niñato que no tiene ni idea de lo que fue aquello, ni ha leído nada, manejando conceptos de 140 caracteres y dando lecciones. Y todo porque se destapó la cazuela por razones tácticas inmediatas y se arruinó el trabajo, si quieres imperfecto, realizado hasta entonces.
- Este 'revival' comenzó en las manifestaciones de la Guerra de Irak con una profusión de banderas republicanas sin precedentes años atrás, ¿verdad?
- El político que, con su irresponsabilidad, más ha complicado España desde la Guerra Civil ha sido José Luis Rodríguez Zapatero.
- ¿Ahora el 'revival' es de banderas españolas?
- Por suerte el español ya no es el mismo. Pero esto mismo, con pistolas, con incultura, con desesperación, con fascismos y comunismos, es lo que pasó en el 36. Mi padre y mi tío eran niños bien y lucharon por la República. A mi suegro, que era un joven de izquierdas, aragonés y duro como el granito, le tocó luchar con los nacionales y fue herido en combate. Decir que las dos Españas estaban ideologizadas y que fue el pueblo contra los generales y los curas es una simplificación y un disparate. Una Guerra Civil no se simplifica en 140 caracteres.
- Cuando llegó la democracia, la izquierda le cedió la palabra España a la derecha y le regaló la bandera- ¿Quizá está cambiando la percepción sobre la bandera española? ¿Ya no simboliza la derecha?- Yo a las banderas no les tengo mucho… Pero en España hemos tenido un problema grave por culpa de la izquierda. El franquismo contaminó la Historia de España de fanfarria patriotera: ¡le pusieron camisa azul al Cid! Y cuando llegó la democracia, la izquierda, en lugar de limpiar la historia e incorporarla a la vida cotidiana, le cedió la palabra España a la derecha y le regaló la bandera. Cuando España es sufrir juntos y la Historia de España es la Historia de un sufrimiento colectivo. Ahora hay tímidos intentos de recuperar esos conceptos… Oye, ¿tú has leído Eva?- No- [Se ríe] ¿Y ‘Falcó?- No- [Se ríe a carcajadas] Ah, por eso no paras de preguntarme cosas sobre España. ¿Pero te has leído alguna novela mía?- Sí, muchas. ¿El personaje de Eva es un compendio de todas las mujeres de sus novelas?- Sí, yo he conocido a esas mujeres que, en un mundo hostil, compiten en igualdad de condiciones con los hombres. Además, Eva es una mujer comunista en los años 30. Había muchas mujeres increíbles en esa época. Hay una película tremenda de José Luis Arévalo, Rojo y negro, sobre la resistencia falangista en el Madrid rojo, que es extraordinariamente buena. Esa mujer luchadora, comprometida, existía en ambos bandos. Y no hablo de una mujer política, como La Pasionaria, que huyó a Valencia y luego a la URSS, sino de las mujeres que se quedaron, que lucharon y que fueron torturadas y fueron a la cárcel. Ese tipo de mujer, que yo he conocido y que también aparece en los libros de Arthur Koestler y de John Dos Passos, es el molde de Eva. Eran personas que se la jugaban de verdad. Esa mujeres de los años 30 abrieron el camino.- ¿Cuando te llaman machista en las redes sociales cómo te lo tomas?- Que lean mis novelas. A mí sólo me tratan de machista quienes no me han leído y los folclóricos que consideran que burlarse del todos y todas es machista.- ¿Las redes sociales han distorsionado o están distorsionando, frivolizando, el feminismo?- Claro, es que las simplezas que circulan son material fácilmente comprable por parte de personas que no tienen más capacidad. Hay una especie de mercado analfabeto en torno a las redes sociales, donde se difunden sin esfuerzo esa cosas. Pero a Twitter se viene llorado. Yo me divierto mucho porque me permite observar el mundo.- Cómo han afectado las redes sociales al periodismo?- Lo han destrozado, lo han matado, al menos el periodismo en el que yo me eduqué. El problema es que ningún medio puede competir con la basura y la basura se difunde con mucha más facilidad, genera más clics, y eso hace que el rigor se repliegue poco a poco. La sustitución del discurso profesional, coherente y trabajado por el discurso fácil y poco riguroso es peligrosa.- ¿Qué consejo le darías a los jóvenes que empiezan?- Que no se hagan periodistas: la mayor alegría que me dio mi hija fue cuando me dijo que no quería hacerse periodista, que quería ser historiadora y arqueóloga. Y ojo, es terrible, porque el único contrapoder, la única fuerza que permite limitar, controlar, denunciar, asustar a los innumerables hijos de puta que manejan los resortes del poder, dentro y fuera de España, es la existencia de una prensa libre, culta y con público. Sólo le tiene miedo a eso. Las redes sociales son perfectas para los políticos porque allí ellos pueden manipular. Cualquier Rufián puede hacerse popular con cuatro tuits ingeniosos o infames. Por eso es tan triste que desaparezca, como está desapareciendo, la prensa solvente. Porque se quedan sin jueces y sin testigos; y los poderosos sin testigos son muy peligrosos.- ¿Y a un joven que quiera escribir?- Que escriba para series de televisión y para los videojuegos. Hay mucho talento en los videojuegos.- ¿Qué pensó usted cuando oyó a los de Podemos copiarle la idea de que había que poner una guillotina en la Puesta del Sol?- Eso lo dije yo en el 88, y aparece en El Maestro de esgrima. Ellos no saben qué es una guillotina, no saben lo que están diciendo; y si lo saben, es peor todavía.- También le copiaron el uso de conceptos como 'casta' y 'élite'.- Bueno, no son la misma cosa. La palabra casta la escribí yo en un artículo llamado Los amos del mundo en el 98. Lo que está mal visto es la palabra élite. Las élites son sospechosas. Todo el sistema educativo está confeccionado para aplastar la inteligencia en cuanto aparece, para que no haya ningún niño que destaque sobre el resto. Se iguala en la mediocridad cuando la élite es buena porque señala caminos y objetivos a la sociedad. La gente brillante es necesaria. ¿Qué eran Churchill, Adenauer, Einstein, Stefan Zweig, Thomas Mann, Caravaggio, Miguel Ángel, Plutarco…? Eran élites, naturalmente. En España, como todo lo negativo lo abordamos con entusiasmo, estamos exterminando a las élites. Eso es terrible, es un suicidio social, político y cultural a que esto nos está llevando.- Todo por la igualdad.- Es que no somos iguales, por suerte. Al hacer sospechosa a la élite renunciamos a sus enormes ventajas.- ¿Es usted optimista?- No, no, no puedo serlo. Tengo 66 años, 21 de ellos viendo guerras, una inteligencia mediana y 30.000 libros en mi biblioteca. No puedo ser optimista porque sé que no somos nada, que somos muy vulnerables.- Bueno, la estadística dice que estamos mejor, que hay menos hambre y que la esperanza de vida es mayor.
- Si el objetivo es la esperanza de vida, apaga y vámonos. Los occidentales le damos demasiada importancia de vida cuando somos como hormigas bajo la bota de un dios implacable. Y esa bota una vez es un tsunami, otra un terremoto y otra una furgoneta en las Ramblas. Vivimos en la parte buena del cosmos, pero a veces la parte mala nos salpica. Es importante que seamos conscientes. La vida humana no vale nada, los seres humanos somos cinco litros de sangre. Sólo la cultura sirve de consuelo. Y Falcó, por volver de una vez a mi novela, de la que no me has preguntado nada, lo sabe muy bien. Lo que le hace interesante no es la inteligencia de su autor, sino que no es un cantamañanas buenista. Es un tipo que sabe que el mundo es una broma de mal gusto, y lo disfruta.
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