viernes, 18 de agosto de 2017

Mil años de oscuridad. 4º ESO

EL PAÍS JOT DOWN
Grace Morales


Fotografía: Takeshi Kuboki (CC).


Un círculo de iniciados dentro de la SS lleva el Sol Negro como emblema secreto por Thule. Es el «sol niger» de la alquimia… Los misterios griegos ya reconocían un sol oculto al lado del disco dorado de Atlantis. Era la estrella de Antares en el signo de Escorpi… El color violeta oscuro del Sol Negro no es visible sin iluminación, pero su resplandor elocuente ilumina al iniciado. De acuerdo con la tradición germánica, Dios es omnipotente e invisible.
(Nicholas Goodrick ClarkeBlack Sun: Aryan Cults, Esoteric Nazism and the Politics of Identity, New York University Press, 2002, p. 152).
El Gobierno británico creó en 1916 el Movimiento Nacional de Ahorros, una asociación para recaudar fondos de ayuda a los gastos de la Gran Guerra. El primer emblema que la distinguía fue una esvástica que todavía se puede ver en los cupones y sellos de aquellos años. Tal insignia desaparecería al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, para dar paso al logo de san Jorge y el dragón, patrono de Inglaterra. Hubo dos razones muy poderosas para elegir y después eliminar de golpe la esvástica. La primera, es un símbolo milenario conocido por multitud de culturas que representa el inicio de la creación, cuyo nombre en sánscrito significa suerte, larga vida. Prosperidad.
La segunda, a la esvástica se la apropiaron sus enemigos. Tal apropiación no fue en principio más que una preferencia frívola, pero tales enemigos no solo iban a ser un ejército feroz, sino una trama pavorosa que invocaba un sol negro, buscando en él la iluminación para acabar, no solo con Inglaterra, sino con todo el mundo conocido e instaurar un nuevo Régimen de mil años. En ese nuevo orden, la esvástica, elegida en 1919 por el propio Hitler como emblema del Partido Nazi, terminaría por representar otra cosa muy alejada del mensaje de la vida fraternal. Sería la distinción temible del guerrero germano, nostalgia hecha realidad del caballero de la Edad Media en su combate a lo largo de Europa por la causa aria, y si las profecías se cumplían, más tarde en el resto del planeta, y luego ya en otras galaxias. Hitler la escogió de entre una serie de diseños que le presentaron los miembros del partido, pero no estaba satisfecho con el resultado. Dibujó rectas las aspas y cambió el color del fondo y el círculo. Al final, le dio la vuelta al banderín, con lo que alteró la orientación del signo. La cruz, que giraba hacia la derecha, ahora iría contra las agujas del reloj. Con ello hizo algo más: esa rotación cambió el destino de Europa, sin ser él todavía consciente, pintor frustrado a quien solo interesaba el resultado artístico del estandarte (1).
Los historiadores no se han atrevido a incluir en sus estudios sobre el ejército nazi demasiados detalles que se saliesen de la planificación económica, la política y por supuesto, las estrategias militares. No hay muchas alusiones a la nueva religión, las creencias ocultistas y los ritos paganos sobre los que se sustentó un pavoroso movimiento irracional, diseñado para demoler la civilización y regresar a un tiempo antiguo, pero con tecnología casi del siglo XXI. Un plan que sigue provocando una fascinación horrible. Es cierto que una gran cantidad de ficción histórica y todo tipo de exageraciones han hecho huir a los estudiosos de este aspecto del ya de por sí muy oscuro universo nazi, pero a la vez es sorprendente que siendo tan reacios a incluir en sus libros detalles sobre las sociedades secretas que dieron lugar al Partido Nazi y a las SS, por ejemplo, siempre terminen dando explicaciones simplistas, en términos pseudorreligiosos, sobre las razones de la guerra: simplemente fue el Mal en su encarnación más vívida de la historia, contra el Bien. Además de por intereses económicos en los que participaron, no solo Alemania, sino todas las potencias mundiales.
El nazismo no nace por generación espontánea ni es la obra de unos supervillanos de novela pulp, sino la lenta consecuencia de décadas de transformación social, declive político y económico, una derrota en la guerra, cambios muy profundos en un Estado que, más que país, había funcionado como ejército desde la Antigüedad, con la manipulación de diversas fuentes ideológicas que sirvieron un plan que el pueblo abrazaría con entusiasmo en unas elecciones democráticas. Un popurrí de leyendas germanas y nórdicas, la recuperación de las ideas del Sturm und Drang, exaltación nacionalista, con una fuerte influencia de las corrientes esotéricas que triunfaban a principios del s. XX, especialmente la teosofía, en medio de un mar de culturas alternativas que rechazaban la Revolución Industrial, el positivismo y la vida alienada en las ciudades, al tiempo que propugnaban una vuelta a la tradición, un anhelo romántico de folclore y naturaleza: vegetarianismo, clubs de alpinistas, excursiones al aire libre, gimnasios, prácticas orientales como el yoga, etc. En tiempos de crisis, las antiguas religiones a través del revival esotérico sirven para dar un cierto sentido existencial, una orientación y escape en las dificultades, en unos años en los que ya habían desaparecido todas las certezas.
El nazismo es hijo de esos factores, más el odio. En Hungría, Austria y Alemania ya existían en el XIX una serie de asociaciones culturales y políticas que defendían a ultranza la identidad germana, cada vez más reaccionarias y racistas, y volvían sobre la necesidad de una cruzada de salvación religioso-guerrera para recuperar la pureza de la sangre y el esplendor perdido, contra la población eslava, judía, los masones y la institución católica, responsables del momento crítico que Alemania estaba soportando. El pangermanismo y el ariosofismo eran una realidad antes de las elecciones de 1933, a las que se presentaron personajes salidos de estas primeras agrupaciones, algunas prohibidas por altercados ya en los años veinte, intento de golpe de Estado incluido. El nacionalismo extremo se veía reforzado por las nuevas ideas científicas del darwinismo (la evolución de los más aptos entendida como los más fuertes), la interpretación parcial de la filosofía nietzscheana (el ideal ético del Superhombre leído como una razia contra los judíos, pero no contra el poder en sí, ni contra Alemania misma) y el esoterismo. Los libros de teosofía de Madame Blavatsky fueron tomados al pie de la letra, cuando referían la historia del mundo como una serie de creación y destrucción de razas, especialmente cuando hablaba del ciclo de los arios. Estudiosos de religión comparada, profesores en las nuevas ramas de etnografía y frenología, historiadores de la alquimia centroeuropea, eruditos en mística, publicaron una avalancha de textos sobre la historia mágica de los primeros pobladores de Alemania, que fueron considerados héroes mitológicos que habían dominado el mundo, que habían sido los inspiradores del verdadero dogma cristiano (alguno podía demostrar que la Biblia se escribió en alemán), antes de que otros pueblos usurpasen sus territorios y sus méritos.
Este refrito de cultos fue interpretado de forma muy imaginativa. Uno de los pilares del nazismo esotérico fue la teoría del Vril, la leyenda acerca de una raza aria de superhombres de fuerza e inteligencia inconcebible (una especie de Antiguos lovecraftianos, pero en bello y armonioso), que en la noche de los tiempos se habrían refugiado de una inundación en unas ciudades subterráneas en el Himalaya, desde donde esperaban para volver y destruir a los humanos inferiores, teoría que fue defendida por iluminados como el barón Klaus Haushofer, experto en culturas orientales, y sirvió como una coartada más para invocar la supremacía aria, teniendo en Hitler y los altos mandos del ejército a sus mayores die hard fans. Pero es que esta historia, además de los estudios del barón, se sustentaba nada menos que en el argumento de una novela de fantaciencia, del polémico escritor británico Edward Bulwer-Lytton, profesor que había publicado The Coming Race en 1871 (La raza venidera, Ed. Abraxas, 2000). Bulwer-Lytton pertenecía a los rosacruces y la novela contiene mensajes cifrados sobre sus enseñanzas (esas cámaras ocultas donde se desvela el conocimiento), así como una sátira sobre la selección natural que escoge a los miembros más aptos. En cualquier caso, las ideas de ficción se volvieron dogma, hubo una sociedad secreta con el emblema de la esvástica bajo el Vril y los poderosos medios del Gobierno alemán se emplearon a fondo en buscar a los Superiores Nazis en el «Reino Fantasma», en esos dominios utópicos donde se supone vivían: Agartha y Shambaláh (2). Con el Partido Nazi en el poder, las aventuras arqueológicas se extendieron por el mundo. Científicos y militares llegaron a la Antártida, entonces una tierra por cartografiar, donde se especuló que el Reich había construido una base secreta bajo el hielo, provista de nuevas armas (atómicas) y vehículos que guardaban un sospechoso parecido con platillos volantes. También buscaron la entrada a Agartha en minas alemanas, italianas, y hasta llegaron a las islas Canarias para descubrir qué había de cierto en el origen vikingo de los guanches. Son muy populares sus exploraciones en pos de los objetos y enclaves espirituales más importantes del mundo, como trasladar desde el Tíbet al Reichstag enormes rocas con supuestos poderes sagrados, o la búsqueda del Santo Grial, figura de la Edad Media sobre la que descansa el mito del Rey Arturo, incluida una esperpéntica visita del propio Reichsführer Himmler al monasterio de Montserrat.
La Orden Negra
Haría cualquier cosa por él. Créeme, si Hitler me dijera que le pegara un tiro a mi madre, lo haría y me sentiría orgulloso de su confianza». Otto le contestó: «Heinrich, me das escalofríos». Se convirtió en una muletilla con la que acostumbraba a saludar a Himmler. «Siempre la acogía con una risa».
(Peter PadfieldHimmler, el líder de las SS y la Gestapo. La Esfera de Los Libros, Madrid, 2003)
Heinrich Himmler es el personaje más complejo de la historia nazi, después de su líder, y ejemplifica el alma esquizoide, grandilocuente y acomplejada de unos personajes muy alejados del estereotipo del ordenado y eficiente alemán. Himmler tiene muchas caras contradictorias. Es el anodino oficinista obsesionado con sus expedientes y sus registros, el criminal implacable con sus enemigos, incluso dentro del propio partido, la cara amable del régimen, y esto no es una broma macabra: él era el único, con modales y cierta sonrisa, a quien podían enviar al extranjero para tratar con los países del Eje. Cómo tenía que ser aquello cuando Göring iba a Italia… Pero también es el iluminado a quien apasionaban el espiritismo, los rituales paganos y las antiguas leyendas nórdicas.
Todo el pastiche de ideas acerca del ejército de guerreros-monjes con conocimientos y fuerza sobrehumana, una actualización de la Orden de los Caballeros Teutónicos, o de la de los Caballeros de Montsalvat se plasmó en el grupo de las SS que diseñó Himmler al ser elegido jefe de esta liga paramilitar, con el disgusto de otros jefes y rivales, como Heydrich, y no digamos Ernst Rohm, de las SA. Himmler seleccionó a los mejores oficiales, los que tenían un árbol genealógico más puro, con antepasados estrictamente germanos. En la creación de esta orden de fantasía siniestra, fue asesorado en todo momento por Karl Maria Wiligut, militar experto en historia antigua de los germanos, además de poderoso clarividente que podía evocar el pasado con toda nitidez y referir los fabulosos hechos de los primeros alemanes en eras fantacientíficas. Fue Wiligut quien le sugirió la idea de comprar un castillo como sede de la Orden, y también fue quien realizó los diseños de los famosos anillos con calaveras y runas, lenguaje en el que era especialista, y que también lucían en los uniformes negros, de atractivo sobrecogedor. Sobre este castillo, Wewelsburg, construido sobre un paisaje que colmaba todas las expectativas ilusorias de Himmler (y de Hitler) se planificó una reforma que lo habría convertido en la basílica nazi de la auténtica cristiandad, pero muchísimo más grande que el Vaticano. En sus salas, donde ya habían instalado grandes llamas eternas y cámaras en las que la voz se distorsionaba, los mandos oficiaban ceremonias de sangre con los militares, a quienes, una vez admitidos, se les entregaba una espada, una daga y el anillo. La gran sala de columnas circular ya tenía en el suelo un enorme sol negro, que posiblemente sería cubierto de oro, la insignia de la orden, tres círculos concéntricos unidos por doce runas Sig que ejercen de rayos oscuros. En realidad, una esvástica en movimiento que se crea, completa y resplandece en la oscuridad.
El sol negro es una idea de la alquimia, una fase del conocimiento previa y necesaria a la iluminación absoluta. Los eruditos alemanes en ocultismo vuelven a él con la intención de utilizar una figura de su folclore lo suficientemente poderosa como para sustituir a la de la cruz. De ahí esta rueda solar que gira ciega y sin obedecer mandamientos insignificantes como los del catolicismo, solo cumplir los designios de unos dioses más antiguos, más sabios y mucho más belicosos que exigían el Apocalipsis de una civilización enferma. Pero además, en las teorías de Wiligut, era un sol extinguido que aún emitía una influencia sobre los germanos.
Conocemos las imponentes ruinas. Sabemos que ninguno de estos planes disparatados se realizó. No hubo Germania, no hubo Vaticano Völkisch, Rusia no se transformó en la granja de la Europa nazi, los Estados Unidos no fueron conquistados por el ejército japonés… pero los apenas doce años en los que el mundo estuvo bajo la sombra de una gigantesca rueda solar, ardiendo en su fuego, fueron suficientes para no cerrar esa grieta en el espacio por la que siguen entrando los fantasmas de una Orden Negra, lo mismo da con botas altas y calaveras que con traje ejecutivo y iPad, vaqueros Levi´s y coches fabricados en China.
Hoy, en Europa y América.
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(1) Sobre las relaciones de los nazis con elementos mágicos, hay que puntualizar que Hitler, como otros personajes claves (SpeerGoebbels) era totalmente escéptico. Solo creía en su teoría del «espacio vital», además de poseer un enorme interés por la puesta en escena. Los mítines, el despliegue de banderas, uniformes, la iluminación y coreografías, fueron ideas del austriaco que los amigos de las teorías mágicas interpretaban a posteriori. El esoterismo se debe al círculo de las SS de Himmler, Rosenberg y su cohorte de adivinos e iluminados. El resto, a pesar del terror que causaban también entre los altos mandos, los despreciaba. El Führer solo se interesó por las expediciones en busca de los Superhombres y se dejaba visitar por un astrólogo, como la mayoría de monarcas y presidentes de la historia.
(2) Si es cierto que las creencias sobre Agartha/Shambaláh de la logia Vril y el Partido Nazi surgen de la novela de Bulwer-Lytton, existen algunos expertos en hermetismo que refieren leyendas hindúes sobre reinos subterráneos, entre ellos, el mismísimo René Guènon. Es una constante de la historia, en casi todos los mitos hay una raza oculta. La Atlántida y Lemuria, civilizaciones perdidas y dos pilares de la mitología, fueron también objetivo de los estudios nazis, y otras muchas.

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