viernes, 18 de agosto de 2017

Para escuchar a Joan Manuel Serrat

EL PAÍS OPINIÓN
Juan Cruz

Sabadell se asoma al abismo de la estupidez por plantear borrar a Machado.


Barral, Caballero Bonald, Marquesán, Gil de Biedma, González y Ferraté, en la tumba de Machado.

Ahora han querido barrer a Antonio Machado. No estaba en el póster de la CUP, pero no importa. Lo pusieron un rato en la basura. El alcalde, de la CUP, precisamente, lo salva de la quema, pues quema es, ante el escándalo habido. Pero ahí queda, en suspenso, acusado de ser anticatalán, el pobre viejo. El alcalde lo salva, pero deja la espada puesta: lo que hay que hacer, dice, es eliminar fascistas. Lo tiene fácil: su historiador de plantilla tiene una lista de indeseables en el nomenclátor de la ciudad, desde Goya a Góngora y Quevedo ¡pasando por Tenerife y Uruguay y Colombia!, pues que se han creído esos territorios, aquellos pistoleros de la pintura o del verso, aquellos malhechores que tan mal le hicieron a Sabadell.
En cuanto a Machado, no hacía falta tanta fuerza, nada, un soplo podía acabar con él cuando cruzaba Cataluña hacia el exilio que fue muerte. Ahora le tocaba a Sabadell darle otra vez el empujoncito, hacerlo basura anticatalanista en Cataluña. Por tres gramos de verso, a la basura. La historia es así, él lo escribió, una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Esta vez la otra España es Sabadell, se asocia a aquel fascismo que decidió que había buenos y malos, y entre los malos estaba Antonio Machado. ¡Y Goya, y Tenerife!Tanto barrer y han ido a dar con don Antonio. Cuando no se podía, de Cataluña salieron a Colliure, a velar su sombra, Barral, José Agustín Goytisolo, Caballero Bonald, Ángel González, Costafreda, Valente, Blas de Otero, Gil de Biedma, esos parafacistas…
Entre las devociones que juntaron a España (y a Cataluña), Machado fue el presidente de la lírica republicana que quedó pendiente de un hilo cuando decir República era un susurro con el que se atrevían los poetas. Y si siguen barriendo encontrarán perlas propias, y sentirán vergüenza de lo que hace la escoba actual contra el pasado. Hallarán incluso a Espriu, y se llevarán por delante a Pla (al que nunca aguantaron mucho), y a los Maragall, y se quedarán solos con la quejumbre de la patria como si ésta fuera la mortaja ideal para una idea.
Atravesar la memoria de Machado (y a Goya, tan españolazo, y a Riego el del Himno, ¡y a Albarracín!) )con esta daga chiquita de la patria chica es una más de las arbitrariedades que nos depara este verano final de la tristeza. La tristeza es una palabra cuyo contenido se hace con estas mezquindades que tratan de derribar los nombres grandes de los que hicieron más poética, menos dura, la derrota a la que el fascismo sometió a hombres humildes como el maestro que se fue andando a Colliure, ya helado.
Don Antonio, en fin. Cuando no teníamos que cantar sobre el futuro, estaba Machado en la clandestinidad universitaria, en Cataluña, en Canarias, en Andalucía, en toda España, seguramente en el exilio español (y catalán) de México (que lo salva el historiador, lo salva el alcalde) y de Uruguay y de Colombia, esos países seguramente traicioneros como Tenerife. Y luego fue Machado protagonista de las calles y de las plazas, de las rotondas y de las flores, y aquellos catalanes que fueron a Colliure a celebrarlo fueron los que abrieron el camino para que cayera sobre el poeta la luz que lo hizo de todos.

Borrar, barrer. Sabadell se asoma al abismo de la estupidez, empujada la ciudad, sus habitantes, a ser cómplices de una devastación moral que no se merece Cataluña. ¿Y qué hacemos ahora?, podría preguntarse, ¿cómo aliviarnos de esta nueva barrida moral contra la poesía del entendimiento? Para aliviar el disgusto, es decir, la falta de gusto, esta propuesta: escuchar a Joan Manuel Serrat cantando a Machado. Él lo cantó desde Cataluña y por todos nosotros, y hasta Uruguay y Colombia y Tenerife llegó Machado por Serrat, catalán y nítido como el Mediterráneo

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