La UE debe actuar ante los ataques de la propaganda rusa contra España.
Manifestación en Moscú en favor de la independencia de Cataluña. YURI KADOBNOV AFP
La intensa campaña que están promoviendo medios de comunicación rusos próximos al Kremlin para desacreditar a Europa ha puesto ahora el foco en Cataluña. Alineado con el independentismo, el aparato de propaganda de Moscú se aplica en la tarea de poner en circulación noticias falsas para intentar desestabilizar la democracia y envenenar la convivencia. Entre otras informaciones maliciosas, se ha publicado que “el español ya se enseña como idioma extranjero en Cataluña” o que “las islas Baleares se suman a la petición de independencia de España”.
Antes de Cataluña, los efectos perturbadores de la injerencia de Moscú quedaron patentes en las elecciones de Estados Unidos que dieron la victoria a Donald Trump y en la campaña del Brexit. Los bulos agitados desde portales digitales se dejaron sentir igualmente en Alemania y Francia para favorecer a los partidos de ultraderecha Alternativa por Alemania y Frente Nacional. Y desempeñaron un papel decisivo durante la crisis de Ucrania y la anexión de Crimea a Rusia. Ayer mismo, el político populista ruso Vladímir Zhirinovski, que encabezó una concentración a favor de la independencia de Cataluña ante el Consulado de España en Moscú, esgrimió un mensaje muy claro: “La desintegración de Europa nos resulta beneficiosa”.
Prueba del especial interés que ha despertado Cataluña en las redes prorrusas, como ha puesto de manifiesto EL PAÍS, es la intensidad de las informaciones difundidas: de cuatro por semana se ha pasado a más de 200, según ha contabilizado el equipo de especialistas creado por la UE (denominado East Stratcom Task Force) para detectar y combatir los ataques orquestados desde fuera de la UE usando Internet.
Bruselas reconoce la gran labor que está desarrollando este departamento, dependiente de Federica Mogherini, la alta comisionada para la Política Exterior Europea, pero sus directivos se quejan de los escasos recursos económicos que reciben. Máxime si se tiene en cuenta el alcance de esta estrategia de agitación y propaganda: erosionar la imagen democrática de la Unión Europea para presentarla como un proyecto fallido, autoritario e inviable.
La UE ya ha tomado conciencia de la amenaza que representan para la democracia occidental las maniobras orquestadas por Rusia. Ahora debe asumir que neutralizar las mentiras que infestan las redes digitales exige, también, un esfuerzo económico. Dejar pasar por alto los mensajes malignos que presentan a Europa como un conjunto de Estados plagado de fascistas y xenófobos no parece una opción juiciosa. Permanecer inerme ante la narrativa rusa, que se esfuerza por presentar una Europa en declive, puede acarrear consecuencias irreparables.
En esta línea, es igualmente necesario que el Gobierno y los partidos políticos españoles tomen conciencia del daño que a la imagen de nuestra democracia le está causando la propagación de insidias y engaños cuyo fin no es otro que desacreditar a las instituciones constitucionales. Como es necesario que se abra cuanto antes una investigación parlamentaria para comprobar el alcance de esta injerencia y decidir las medidas más adecuadas para hacerle frente.
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