Teodoro León Gross
El victimismo es el mejor combustible del nacionalismo.
Delinquir es lo que tiene: un riesgo razonable de que actúe la justicia. Es de una simpleza al alcance incluso de Pablo Iglesias o Marta Rovira, aunque lo simple puede resultar excesivo para quienes manejan la lógica sofisticada de anteponer los intereses políticos a la ley. Por supuesto la legalidad constituye un hecho incómodo para quienes se han acostumbrado, año a año, a la impunidad. Pero tras desafiar sistemáticamente al Tribunal Constitucional en un golpe de Estado institucional a cámara lenta hasta una declaración de independencia… la fiesta del procés solo podía acabar en la resaca del procesamiento. Del procés político al proceso penal. Y ahí cabe recurso, una garantía para cuestionar el rigor de las actuaciones, pero lo que no cabe es apelar a una burbuja política que se sustraiga a la ley. Esto sí que es, abochorna recordarlo, de primero de Democracia.
Claro que el nacionalpopulismo siempre ha operado colocándose por encima de la legalidad. La catalogación de presos políticos es parte de su show –ese circo, como titulaba Politico, con una pista en Bruselas– sin vacilar en caricaturizar la democracia española y desacreditar la credibilidad del Estado de derecho para obtener réditos electorales. Por ridículo que sea el relato del Estado represor, hay una clientela para esas pamemas. El nacionalpopulismo sabe que la decisión judicial del juevesperjudica al bloque constitucional, pero señalan a este como carcelero. Ahora más que nunca, en víspera de la campaña electoral, es tentador este tacticismo político. La carga de la brigada ligera de Podemos contra el auto –con una empatía sumisa hacia la élite indepe que contrasta con su mínima empatía hacia la mitad no nacionalista de Cataluña que ha sufrido sus abusos– los sitúa definitivamente fuera del juego constitucional. No se defiende la democracia cuestionando los fundamentos de la democracia.
Todo esto estaba en el guion. Entre la vergüenza de ir a las urnas autonómicas sin más o la épica, la opción final ha sido concederse a sí mismos un poco de épica. La cárcel, desde Companys, incluso tiene prestigio en el imaginario catalanista. Y el victimismo, insiste Tzvetan Todorov, es el mejor combustible del nacionalismo. Antes de esto, Junqueras ya doblegaba a Puigdemont en todas las encuestas, y va a reforzarse. Tanto más con Puigdemont de cañas en Bruselas, como en la rumba de Peret, ayer despedazado sarcásticamente por Financial Times. Junqueras va a ser el triunfador del gambito, y además con doble juego. Ya sea en la lista unitaria a la que se ha resistido o en un Front d’Esquerres, siempre con el apoyo de Podemos tras el Pacto de Roures –se non è vero, è ben trovatto– sellado en una cena en casa del empresario entre Iglesias y Junqueras. Ada Colau ya se ha retirado el disfraz de ‘la emperatriz de la ambigüedad’ y baja a las trincheras. De aquí a las urnas, toda la lógica nacionalpopulista pivotará en la vieja consigna de cuento peor, mejor. Si hay una posibilidad de dinamitar el Régimen del 78, pasa por allí.
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