Manuel P. Villatoro
Jesús Hernández publica «Grandes atrocidades de la Segunda Guerra Mundial» (Almuzara, 2018), un repaso por las barbaridades olvidadas de la contienda.
El historiador y periodista Jesús Hernández es ya todo un clásico entre los aficionados a la Segunda Guerra Mundial. De su mano han nacido obras como « Bestias nazis» o la documentada «¡Japón ganó las guerra!», una investigación de campo que es única en nuestro país y de la que apenas existe bibliografía en otros idiomas. Todo ello le ha permitido empezar a ser conocido como el Antony Beevor español. Así, y a pesar de que se hizo famoso por sus libros de anécdotas sobre la contienda, ha logrado convertirse en uno de los expertos que mejor se documentan sobre este conflicto.
Su última obra es un ejemplo claro de ello. En « Grandes atrocidades de la Segunda Guerra Mundial» (Almuzara, 2018) Hernández se adentra en un ámbito desconocido hasta ahora: las barbaridades perpetradas por los aliados contra prisioneros del Eje. Y no porque los nazis o los japoneses no cometiesen tropelías (que las hicieron, y muchas), sino porque, en sus palabras, la historia ha silenciado otros actos igual de deleznables. Aunque, de entre todas las que recopila, destaca la masacre de Biscari (Italia). Un incidente que el ejército de los EE.UU. trató de silenciar y en el que dos soldados americanos acabaron con medio centenar de presos durante la ofensiva de Sicilia.
1-Es imposible no asociar las atrocidades perpetradas en la IIGM con los nazis. ¿Cuáles fueron las barbaridades germanas más destacadas?
Obviamente, la más destacada fue el exterminio metódico y masivo de los judíos, pero tengo que confesar que el Holocausto ya me aburre soberanamente, y lo dice alguien que ha visitado ocho campos de concentración y ha dedicado un libro entero, " Bestias nazis", a los más sádicos guardianes de estos campos.
Creo que el Holocausto está siendo sometido a una sobreexplotación cultural, en forma de un alud sin fin de novelas o películas. La suma escritora más niños más campo de concentración parece un seguro de ventas para las editoriales. Eso ha hecho que Dachau o Auschwitz se hayan convertido ya en atracciones turísticas, en las que los visitantes están más preocupados de sacarse una buena selfie que en comprender cómo se llegó a eso.
Por tanto, he decidido pasarlo por alto en mi libro y, en todo caso, tampoco hubiera aportado información nueva al lector. Me interesa más, por ejemplo, la matanza del barranco de Babi Yar, que sí trato en mi obra, u otras atrocidades como las perpetradas en Oradour o en Lídice, un lugar que, por cierto, visité este verano y me dejó vivamente impresionado.
2-¿Y las niponas?
El salvajismo exhibido por los japoneses resultaría imposible de igualar. Para comprobarlo, basta leer el primer capítulo, el que dedico a la matanza de Nanking, que, pese a ocurrir antes de la contienda, en realidad formó parte de la misma. Durante la guerra se repitieron masacres similares, como en Manila, sin contar el maltrato a los prisioneros aliados o los terribles experimentos realizados con civiles chinos, que dejarían a Mengele como un filántropo. Por cierto, tras la rendición nipona los norteamericanos no tendrían inconveniente en aprovechar los resultados obtenidos en esos experimentos, concediendo a cambio la impunidad al hombre que los dirigía, Shiro Ishii.
3-Con todo, sin duda las más olvidadas han sido las atrocidades de los aliados... ¿Por qué?
No descubro nada si digo que son los vencedores los que escriben la Historia, y los vencedores poseen una tendencia natural a pasar de puntillas por sus episodios menos edificantes. Si ponemos en una balanza los crímenes cometidos por unos y otros, no hay duda de que el Eje cometió más acciones execrables, pero aun así los Aliados cruzaron esa línea en no pocas ocasiones.
De todos modos, no soy ingenuo, sé que es absurdo querer aplicar los criterios morales propios de un tiempo de paz, y más todavía los actuales, a aquel turbulento pasado.
Hoy a nadie se le ocurriría lanzar una bomba atómica para resolver un conflicto armado, pero entonces parecía estar justificado para terminar de golpe una guerra que estaba durando demasiado y que todavía debía de cobrarse miles de vidas norteamericanas. Igualmente, destruir hoy una ciudad de Oriente Medio desde el aire es una atrocidad, pero entonces eso era aceptado como una acción de guerra más.
4-¿Fueron los soviéticos los que más atrocidades perpetraron dentro del bando aliado durante la IIGM?
No cabe duda de eso. En mi obra dedico un largo capítulo a la matanza de Katyn, acompañado de material inédito procedente de familiares de las víctimas. Siendo gravísimo lo ocurrido, no le va a la zaga la decisión de los Aliados occidentales de tapar el escándalo, admitiendo con la boca pequeña la autoría alemana para no poner en riesgo la alianza. Pero lo peor fue que esa mentira histórica se mantuvo durante cuatro décadas, un tiempo en el que fracasarían todas las iniciativas que defendían la verdad.
El caso de Katyn es conocido, pero no lo es tanto el de las minorías que Stalin se empeñó en eliminar. En mi libro hablo del caso checheno, concretamente de la matanza de Khaibakh, que me dejó helado cuando la descubrí. Unos setecientos ancianos, mujeres y niños fueron encerrados por soldados soviéticos en un establo, al que le prendieron fuego.
Los chechenos, junto a los ingusetios, karachai, calmucos y balkarios, serían deportados a Asia Central, en donde incluso se les suministraría alimentos envenenados. Lo más curioso es que el plan de deportación se puso en marcha en octubre de 1943, en plena ofensiva para expulsar a los alemanes de territorio soviético. Stalin no dudó en destinar a esa operación el presupuesto para la fabricación de unos 700 tanques T-34, además de unos 120.000 soldados. También dedico un capítulo a la deportación de civiles polacos a Siberia. Por supuesto, de todo ello es difícil encontrar alguna referencia en los libros de la Segunda Guerra Mundial.
5-En el caso de los norteamericanos también hubo matanzas desconocidas como la de Biscari, en la campaña de Sicilia. ¿Qué pretendían los aliados con esta ofensiva?
Sicilia era la prolongación lógica de la campaña en Africa del Nortedespués de la derrota del Eje. Con esa ofensiva se pretendía también aliviar la presión germana sobre la Unión Soviética, y además sacar a Italia de la guerra. Sicilia sería también el escenario de una competición entre Montgomery y Patton, en la que se impondría el inefable general norteamericano.
6-¿Cómo fueron tomados los prisioneros del aeródromo de Biscari?
Las tropas del Eje defendían esa instalación, pero la presión de las tropas norteamericanas llevó a los alemanes a retirarse. Un grupo de 48 italianos y dos alemanes no tuvo tiempo de hacerlo y cayó en manos de los estadounidenses. Un comandante entregó el grupo al sargento Horace West para que los condujese a la retaguardia, asignándole otro sargento, un cabo y cinco soldados para custodiarlos por el camino.
7-¿En qué consistió el incidente West? ¿Y el Compton?
Durante el traslado, el sargento West pidió al otro sargento su metralleta Thompson para “fusilar a esos hijos de puta”. Inmediatamente comenzó a dispararles a sangre fría, rematándoles en el suelo con disparos en el corazón. Tan sólo se libraron los que habían sido apartados para ser interrogados. Fueron asesinados 35 prisioneros.
Ese mismo día, el 14 de julio de 1943, hubo otro incidente similar, protagonizado por el capitán John T. Compton. Un grupo de 36 italianos, que habían actuado como tiradores emboscados, fueron capturados después de que hubieran matado o herido a una docena de soldados norteamericanos. Compton ordenó formar un pelotón de fusilamiento con 11 de sus hombres, que los ejecutarían a una orden suya.
8-¿Cargó la justicia de EEUU contra ellos?
Ambos fueron detenidos y sometidos a juicio militar sin publicidad. West, que alegó haber cometido el crimen en estado de locura transitoria, fue condenado a cadena perpetua, pero no fue trasladado a Estados Unidos y sólo un año después se le concedió el indulto. Regresó al ejército licenciándose con honor y murió en 1974.
En cuanto a Compton, éste fue absuelto y regresó a su División, pero un mes después murió en acción. Fue un desenlace oportuno para mantener el manto de silencio sobre lo ocurrido en Biscari. Por cierto, todavía hoy se desconoce dónde se encuentran los cuerpos de los soldados ejecutados. Los norteamericanos debieron deshacerse de los cadáveres de algún modo, seguramente para evitar alguna investigación futura.
9-¿Cree que West pudo sufrir, tal y como alegó, una enajenación mental transitoria?
Se justificó diciendo que las arengas de Patton para acabar con los alemanes habían sido como “una orden de exterminio” Es fácil juzgar a estos hombres desde nuestra posición, sin tener en cuenta la tensión insoportable del campo de batalla.
No obstante, es más incomprensible otra matanza que tuvo lugar esa misma infausta jornada, en el pueblo de Canicattí. Allí, unos civiles estaban llevándose jabón de una fábrica bombardeada, cuando fueron detenidos por soldados norteamericanos que querían evitar los saqueos.
El teniente coronel George H. McCaffrey acudió al lugar y ordenó a sus hombres que ejecutaran a los civiles, pero estos, horrorizados, se negaron a obedecerle. Entonces, McCaffrey sacó su revólver Colt y comenzó a disparar a sangre fría contra los civiles, que estaban a apenas unos tres metros, llegando a recargar su arma en dos ocasiones.
El suceso fue ocultado y no hubo cifra oficial de muertos, pero se cree que pudieron ser entre 18 y 21, incluyendo algunos niños. Las autoridades militares abrieron una discreta investigación de la que McCaffrey saldría indemne. Ese crimen permanecería secreto hasta 1998, cuando uno de los soldados, de origen siciliano, decidió romper el silencio. Aun así, no se ha levantado ningún memorial dedicado a las víctimas, y tampoco recuerdo que exista ninguna novela o película basada en esa carnicería. Es otro ejemplo más de cómo los vencedores escriben la Historia.
-¿Por qué las atrocidades interesan tanto al gran público a día de hoy?
No sé si existe ese interés, pero es inevitable que exista un ingrediente morboso en hechos de este tipo, aunque no me gustaría que ese fuese el atractivo que pudiera tener mi obra. Resulta más interesante reflexionar sobre la violencia que entonces desataron personas normales y corrientes, al encontrarse en unas condiciones que forzaron al máximo sus reticencias morales.
Eso nos lleva a la inquietante pregunta de si cabe alguna posibilidad de que nosotros hubiéramos podido actuar de ese modo. Esa brutalidad ¿es intrínseca a la naturaleza humana y, por tanto, siempre está latente, o es fruto de una época y unos valores como los que existían entonces? Es decir, episodios como aquéllos ¿podrían repetirse o es algo que la humanidad ha superado afortunadamente? Son preguntas que uno no puede dejar de hacerse cuando acaba la lectura de mi libro.
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