Manuel P. Villatoro
Robert Ballard solo recibió los fondos para buscar los restos del «Buque de los sueños» a cambio de investigar los pecios de dos submarinos nucleares hundidos para el gobierno de los Estados Unidos.
«El doctor Robert Ballard, jefe de la expedición científica que ha encontrado los restos del transatlántico “ Titanic”, ha explicado sus hallazgos durante una rueda de prensa celebrada en Washington», así comenzaba el diario ABC, el 13 de septiembre de 1985, la noticia en la que se desvelaba al mundo el descubrimiento del «Buque de los sueños», hundido en la noche del 14 de abril de 1912 tras chocar contra un iceberg. La nueva era más que buena, era casi increíble, pues por entonces dar con el gigante en mitad del Atlántico parecía una tarea imposible.
Desde entonces han pasado más de tres décadas de exploraciones e inmersiones mediante submarinos y robots capaces de fotografiar la tumba de este coloso. Un navío que atesora una de las historias más trágicas y a la vez más románticas de nuestra historia. Pero si algo ha demostrado el tiempo es que todavía existen muchos secretos alrededor del palacio flotante de la «White Star Line». Y el último ha vuelto a salir a la luz gracias a la exposición « Titanic: the untold story», donde se recuerda que el hombre que lo descubrió, Robert Ballard, desveló en 2017 que solo recibió los fondos que necesitaba para llevar a cabo la expedición a cambio de estudiar los restos dos submarinos nucleares norteamericanos hundidos.
En palabras de Ballard, en los años 80 solicitó dinero a la Marina para financiar la expedición con la que pretendía hallar el pecio del «Buque de los sueños». Por desgracia, la respuesta fue negativa. «¿Encontrar el “Titanic”? Eso es una locura». Sin embargo, ofrecieron una segunda opción: le darían el dinero para llevar a cabo otra operación y, tras cumplirla, podría dedicar el tiempo que le sobrase para buscar el gran transatlántico.
La misión en cuestión era estudiar el peligro nuclear que podían albergar los pecios de dos submarinos perdidos en el mar durante los años sesenta, el «USS Thresher» y el «USS Scorpion» (cuyos lugares de descanso ya habían sido descubiertos anteriormente).
Pero la Marina decidió utilizar en su favor el interés de Ballard por encontrar el pecio del «Titanic». ¿Cómo? Haciendo de la búsqueda del transatlántico una cortina de humo que evitara que la Unión Soviética descubriera que estaban investigado los restos de los sumergibles. El resultado fue un complicado juego de espionaje que terminó con el hallazgo del «Buque de los sueños». Este suceso fue desvelado en su momento por la cadena National Geographic. Sin embargo, estos días ha vuelto a ponerse de actualidad gracias a la mencionada exposición. Una muestra presente en Estados Unidos que pretende narrar la historia más desconocida del navío.
Misión secreta
Entender el origen de esta historia requiere viajar en el tiempo hasta 1982, año en que Ballard, oceanógrafo y comandante de la Reserva Naval, buscaba de forma desesperada financiación para desarrollar la tecnología que le permitiría construir un submarino capaz de sumergirse a una profundidad suficiente para descubrir el «Titanic». Ansioso por comenzar a trabajar, decidió reunirse con Ronald Thunman, entonces jefe adjunto de operaciones navales para la guerra submarina, con el objetivo de obtener fondos. «Durante toda mi vida he querido buscar el “Titanic”», afirmó en su momento el científico.
Para su desgracia, a Thunman le pareció una verdadera locura invertir en ese proyecto. Sin embargo, se percató de que la tecnología que estaba desarrollando Ballard podía servir a la Marina para estudiar los restos de dos submarinos hundidos: el «USS Thresher» y el «USS Scorpion» (desaparecidos respectivamente en 1963 y 1968).
Por entonces los pecios ya habían sido descubiertos, pero los Estados Unidos desconocían si sus reactores nucleares podían suponer un peligro o no. El propio oficial desveló al National Geographic que, para él, desde el principio la importancia la tuvieron los sumergibles, y no el «Titanic».
Thunman también desveló que, aunque confirmó a Ballard que podía hacer lo que desease cuando estudiara los restos del «USS Thresher» y del «USS Scorpion», no le dio permiso de forma expresa para investigar la tumba marina del «Titanic». Aunque, en palabras del oceanógrafo, John Lehman, el secretario de Marina, estaba al tanto. «La armada nunca esperó que encontrase el “Titanic” y, cuando sucedió, se pusieron muy nerviosos», añadió en su momento el científico. Con todo, los militares decidieron usar la atractiva leyenda del «Buque de los sueños» para ocultar el verdadero objetivo de la misión.
¿Por qué necesitaban a Ballard? Según desveló el mismo National Geographic tras investigar los hechos, debido a que los restos del «USS Thresher» y del «USS Scorpion» se encontraban a 3.000 y 4.600 metros de profundidad, una distancia excesiva para los sumergibles de los que disponía el ejército.
Tras llegar a un acuerdo, Ballard y los militares pronto establecieron que los objetivos de la expedición serían dos. En primer lugar, determinar el peligro que suponía para el medio ambiente el que los restos de dos submarinos nucleares se hallasen bajo las aguas. En segundo término, averiguar si la Unión Soviética había participado en el hundimiento de alguno de ellos. Y la respuesta a ambas preguntas fue negativa.
Los datos recogidos por Ballard desvelaron además que el «USS Thresher» se había hundido, probablemente, por culpa del fallo en una tubería. En el caso del «USS Scorpion» el oceanógrafo no logró esclarecer los hechos. Tan solo averiguó que algún desastre imposible de conocer provocó una inundación en la proa del submarino que le llevó hasta el fondo de las aguas. «No vimos indicios de que ningún tipo de que algún arma externa provocara el hundimiento de la nave», añadió en su momento Thunman.
Descubrimiento del «Titanic»
Mientras estudiaba los submarinos hundidos, Ballard aprendió una serie de lecciones sobre los efectos de las corrientes oceánicas en los restos de los navíos que se hunden. Gracias a ello, y a pesar de que solo disponía de doce días para hallar el «Titanic», logró rastrear su pecio y llegar hasta los restos.
Suponiendo que la nave se había partido por la mitad, buscó cualquier rastro de escombros que pudiese guiarle hasta el premio gordo. «Eso fue lo que nos salvó el trasero», explicó al National Geographic. Su pericia le terminó valiendo la victoria del hallazgo.
Con todo, el mismo Ballard recordó, poco después de desvelar su descubrimiento, que no todo el mérito había sido suyo, sino del equipo internacional que le acompañaba. Y así lo recogió el diario ABC aquel día de 1985; «En su conferencia de prensa, el doctor Robert Ballard, que dirigió las exploraciones, no tuvo más que palabras de admiración y aprecio para los colegas franceses que localizaron primero el “Titanic” con sondas acústicas. Luego, entraron en acción los norteamericanos con el buque oceanográfico “Ignorr”, desde el que un minisubmarino, totalmente automático, tomó miles de fotos del transatlántico».
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