Israel Viana
Es un error muy común pensar que esta corriente política nació en la primera mitad del siglo XX con Hitler y Mussolini.
Cuadro «Juramento del Juego de Pelota», obra de Jacques-Louis David
VOX ha hecho su aparición en las elecciones andaluzas con 12 inesperados escaños y todos los medios de comunicación se ha llenado de titulares aludiendo a la irrupción de la «extrema derecha» en España. Pocos minutos después de confirmarse la debacle del PSOE, Susana Díaz insistía en la idea haciendo una llamada a los partidos constitucionalistas para «intentar evitar que esa extrema derecha sea quien decida el gobierno de Andalucía». Desde el PP, también se criticó la entrada de esta corriente en el Parlamento andaluz. Y Pablo Iglesias, incluso, llamó a salir a las calles tras el auge de dicho partido en Andalucía, advirtiendo de que «está en juego el futuro y la democracia del país».
Algo parecido ocurrió con el auge de los ultraderechistas de Grecia (Amanecer Dorado), Bélgica (Nueva Alianza Flamenca), Austria (FPÖ), Eslovaquia (Partido Nacional Eslovaco), Países Bajos (Partido por la Libertad), Hungría (Fidesz-KDNP), Polonia (Ley y Justicia) y el famoso Frente Nacional de Le Pen en Francia. Pero, ¿sabemos de dónde viene realmente el término de «extrema derecha»?. ¿Conocemos el origen de esta corriente política cuyo nacimiento tiende a asociarse por error con la irrupción del fascismo de Mussolini en 1922 y la continuación de Hitler y los nazis en 1933?
Es una confusión muy común pensar que la «extrema derecha» hace su aparición en la primera mitad del siglo XX, puesto que su discurso y los programas electorales de la mayoría de estas formaciones hunden sus raíces, según muchos historiadores, en el movimiento reaccionario, contrarrevolucionario o tradicionalista de finales del siglo XVIII. Movimientos todos ellos que surgieron como una reacción o ejercicio de resistencia contra los cambios que trajo consigo la Revolución Francesa.
«Montaña» y «llanura»
Es cierto que la terminología de «extrema derecha», «extrema izquierda» o simplemente «derecha» e «izquierda» no se utilizó de manera literal hasta muchos años después, pero la idea tiene su origen en 1789. Nació en Versalles, mientras los políticos debatían sobre el derecho a veto del Rey Luis XVI en las decisiones que tomase la Asamblea. En esta discusión surgieron tres grupos. Uno que estaba a favor de que el monarca pudiera vetar, otro en contra (que contemplaba la opción del veto suspendido, que impedía al monarca derogar las decisiones de la Asamblea durante una o más legislaturas) y el último el de los indecisos.
Como se votaba a mano alzada, se dice que para facilitar el recuento los diferentes grupos se repartieron el espacio de la Asamblea. El objetivo era facilitar el diálogo entre los partidarios de ambas opciones. El caso es que a la derecha del presidente se sentaron los que estaban a favor de que el monarca pudiera vetar y a la izquierda, los que estaban en contra, mientras que en el centro estaban los indecisos.
Según al grupo de autores que se pregunte, sucedió en fechas diferentes. Unos hablan del 28 de agosto de 1789, como el filósofo riojano Gustavo Bueno, en «El mito de la izquierda. Las izquierdas y la derecha» (Ediciones B, 2003): «Fue en la sesión de ese día de 1789, es decir, ya constituido el tercer estado como Asamblea Nacional cuando los partidarios del veto real absoluto se pusieron a la derecha y los que se atenían a un veto suavizado, o nulo, a la izquierda. Esta “geografía de la Asamblea”, como decía Mirabeau ya el 15 de septiembre de 1789, se mantuvo». Otros, sitúan el nacimiento de esta división el 11 de septiembre. Pero lo cierto es que los franceses de la época no bautizaron las distintas tendencias como «izquierda» o «derecha» hasta mucho después, sino como «la montaña» (izquierda), «la llanura» (derecha) y «la marisma» (indecisos), (también "la marea") aunque esas posiciones sí quedaran asociadas a unas ideas. Los monárquicos y los conservadores,de hecho, se situaron siempre a la derecha.
Joseph de Maistre, el padre de la extrema derecha
Esas ideas asociadas a dicha posición en la asamblea siguieron vigentes después de que el Rey Luis XVI fuera guillotinado, tras clamar aquello de: «Señores, soy inocente de todo lo que se me acusa. Deseo que mi sangre pueda cimentar la felicidad de los franceses». Entre los 42 cargos de los que se le acusó estaban el de conspirar contra la libertad pública y el de atentar contra la seguridad general del Estado. De los 726 diputados presentes en la sesión definitiva, 387 votaron la ejecución inmediata, 290 pidieron otras penas y solo una minoría votó por declararlo inocente. Entre los que defendían esta última opción estaba Joseph de Maistre (1753-1821), el pensador político contrarrevolucionario y conservador cuyas ideas suele ser calificadas como el origen ideológico de la «extrema derecha». Y junto a estas, las de otros pensadores como Louis de Bonald y Jacobo B. Bossuet.
¿Qué defendía esta primitiva «ultraderecha»? Según escribía el historiador de la Universidad Rey Juan Carlos, José Luis Rodríguez, en « De la vieja a la nueva extrema derecha» (2005), la reivindicación principal de estos pensadores era volver directamente al modelo de la Edad Media, ya que consideraban que todo lo que había traído consigo la ruptura de 1789 no era más que una involución. Defendían que el nuevo régimen que alzó a la burguesía en la fuerza dominante del país y que abogaba por la «libertad, la igualdad y la fraternidad» era nocivo y mucho más perjudicial que el feudalismo y el absolutismo.
El mismo De Maistre —a quien atribuye la famosa frase de «cada Nación tiene el gobierno que se merece»— escribió en un libro titulado «Consideraciones sobre Francia» que la Revolución francesa era un acontecimiento «satánico» y «radicalmente malo». El pensador era un enemigo declarado de las ideas propugnadas por la Ilustración y pronto condenó la democracia, a la que consideraba responsable del desorden social. Un extremismo que hizo extensivo a la religión y al poder espiritual del Papa, dos elementos a los que otorgaba un papel fundamental e infalible para encabezar la lucha contra la decadencia histórica a la que se dirigía, según indicaba, la humanidad en aquellos primeros años de la Historia contemporánea.
Contra la Ilustración
Louis de Bonald (1754-1840), por su parte, también realizaba una crítica directa y radical contra la Revolución Francesa, a la que calificaba de hecho vergonzosamente antireligioso. Partiendo de esta base, su propuesta política pedía la restauración de una monarquía de carácter divino, en la que los súbditos juraran obediencia al catolicismo. Basaba su filosofía en «el poder único, la religión y las distinciones sociales». Y creía que la sumisión de la sociedad a la voluntad divina era lo único que podía garantizar la independencia y libertad.
Los grupos que surgieron de esta nueva corriente política centraron su lucha en impedir el desarrollo de la revolución intelectual que se había iniciado a mediados del siglo XVIII y que aún coleaba a principios del siglo XIX, tanto en Francia, como en Alemania e Inglaterra. De ahí que condenaran no solo a la Revolución Francesa —que había destruido la unidad religiosa y el ordenamiento social propio del Antiguo Régimen—, sino también a las revoluciones industrial y científica. El objetivo era, como explica Rodríguez, «revivir el pasado mediante mitos, el recurso a teorías conspirativas, la intolerancia frente a las nuevas ideas y la exaltación de una religión que convierte en dogma de fe la oposición al cultivo de las ciencias naturales y al desarrollo científico-tecnológico».
El enfrentamiento entre estas primitivas corrientes de «extrema derecha» o contrarrevolucionarias y los defensores de la Revolución francesa llegó a su punto álgido cuando estalló, en 1793, la guerra civil de la Vendée. En los tres años que duró, esta extrema derecha tradicionalista que sobrevivió, pero que fue incapaz de frenar el avance del liberalismo en el siglo XIX, hizo causa común con las ideas deThomas Hobbes, teórico por excelencia del absolutismo político, y el mismo Maistre, mientras que la izquierda se decidió por Voltaire. El duelo entre ambos, que empezó en aquella Francia que se tambaleaba, siguió en Alemania incluso con más furor.
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