Pablo Pardo
El colapso de Lehman Brothers en 2008 incendió los mercados y aceleró la crisis mundial. J. L.
"El nuevo batacazo bursátil desata el temor a una crisis económica global". Cuando el 10 de agosto de 2007 EL MUNDO puso ese titular en la primera página, acompañado por otros dos en la sección de Economía ("Los bancos centrales acuden de nuevo en auxilio de los mercados por temor a una crisis económica global" y "La SEC investiga a las firmas de Wall Street por si ocultan pérdidas"), nadie -incluyendo al coautor de aquellas informaciones que es también el de estas líneas- pensaba que estábamos entrando en la que iba a ser la mayor crisis desde la Gran Depresión: una hecatombe que estuvo, entre otras cosas, a punto de liquidar el euro, y a la que muchos atribuyen la oleada de populismos de izquierda y derecha que hoy pueblan -y, en algunos casos, como Estados Unidos, gobiernan- el mundo.
Diez años más tarde, la economía mundial todavía está recuperándose de la hecatombe. El crecimiento potencial de EEUU, por ejemplo, ha caído en más de un punto, de modo que la primera potencia mundial no puede aspirar a expandirse al 3,5%, como antes, sino al 2%. Eso en parte se debe a la caída de la natalidad pero, también, a las secuelas de restricción financiera, miedo al consumo, deflación, y paro de larga duración -lo que hace que los trabajadores pierdan habilidades profesionales- de la crisis.
Hoy hay más regulación financiera. Los bancos de EEUU han sido obligados a abandonar las operaciones de autocartera -es decir, a operar con sus propios fondos en los mercados, a veces tomando riesgos suicidas a sabiendas de que iban a ser rescatados-, y la UE está tratando, con mucha más pena que gloria, de unificar su mercado financiero y regulatorio. Pero, a pesar de los triunfalistascomunicados, como el que este miércoles emitió la UE declarando que todos los problemas han quedado atrás, las grandes cuestiones de la crisis siguen sin haber sido resueltas. El problema no es que haya entidades demasiado grandes para caer, sino que el mercado financiero está demasiado interconectado como para que una entidad, por pequeña que sea, pueda quebrar sin tener consecuencias inesperadas. Los métodos tradicionales de control de riesgos han quedado desacreditados y, lo que es más grave, lo mismo ha sucedido con la confianza en los gobiernos democráticos para actuar de forma rápida y eficaz en tiempos de crisis.
Al final, la catástrofe fue evitada por las mismas instituciones que crearon las condiciones para que ésta se produjera en primer lugar: los bancos centrales, unos organismos que no son transparentes, y que están diseñados para operar al margen de los representantes elegidos por el pueblo.
Los bancos centrales han inyectado toda la liquidez que han podido en el mercado. Eso ha generado más desigualdad, porque, al poner dinero, han favorecido a las rentas del capital sobre las del trabajo. Y posiblemente han creado nuevas burbujas financieras. El hombre que más hizo por crear la burbuja que llevó a la crisis que ahora cumple 10 años, Alan Greenspan, lleva semanas advirtiendo de que hoy hay una burbuja en el mercado de los bonos. Al final, sobra dinero, aunque, claro está, eso no signifique que a todos nos sobre el dinero. Sólo a unos pocos. Como explica un gestor de banca privada de una gran entidad estadounidense que no quiere dar su nombre: "La Bolsa sube, los bonos suben, todo sube, porque hay que meter el dinero en algún sitio".
Eso recuerda al "cuando la música pare, en términos de liquidez, las cosas van a ser complicadas. Pero, mientras tanto, tienes que seguir bailando". La frase es del entonces presidente y consejero delegado de Citigroup, que era el mayor banco del mundo, hace justo 10 años y dos meses. Menos de un año y medio después, Charles Prince estaba destituido, y Citigroup era nacionalizado.
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