LA RAZÓN.es
Jorge Alcalde
Un estudio genético halla nuevas relaciones entre las especies de homínidos de las que procedemos.
Hace unos 600.000 años Europa se vio invadida por una especie de homínido poderoso, probablemente procedente de África. Así al menos lo indica el uso de una serie de herramientas que también se utilizaban por congéneres de la especie en el continente africano en ese mismo periodo. Este homínido tuvo éxito y se instaló en estas nuevas tierras. Los científicos, a lo largo del tiempo, le han designado con distintos términos: «Homo sapiens arcaico», «Homo heilderbergensis»,«Neandertal promitivo»... Pero lo cierto es que sigue siendo un misterio en sí mismo. Puede que fuera un ancestro entre neandertales y humanos modernos, el «abuelo» que compartimos y nos hizo «primos».
Pero también pudo ser ancestro de solo una de esas dos ramas (la extinta neandertal y la nuestra) o simplemente una especie sin futuro evolutivo que terminó desapareciendo en el callejón sin salida de la evolución. En ese caso, la especie «abuela» común seguiría siendo un misterio. Si realmente aquellos homínidos desaparecieron sin más, pudo suceder que fueran reemplazados por otra oledada de inmigrantes de África que sí fueran los responsables de la separación de neandertales y humanos. ¿Qué ocurrió de verdad?
No es fácil saberlo, porque el registro fósil europeo de esa época no es lo suficientemente grande. Lo único que tenemos es la certeza de que sobre este suelo, a caballo entre Europa y África continental, habitaron al menos cuatro tipologías de homínidos: africanos, euroasiáticos, neandertales y denisovanos. De ellos tenemos certeza fósil. De las relaciones que entre ellos se establecieran, no tanto. Ahora, un estudio genético llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Utah (EE UU) pretende revisar esas relaciones. Utilizando secuencias de ADN se ha podido reconstruir en parte la historia de nuestra especie remontándose a aquellos tiempos primigenios. Si los datos arrojados se confirman, quizá estemos ante un cambio de paradigma en lo que hasta ahora sabíamos de la evolución: el linaje de los denisovanos y los neandertales casi se extinguió al separarse del de los actuales sapiens. Hubo un tronco común que compartimos los tres, de él apareció la rama que derivó en nosotros hace cientos de miles de años. Así, 300 generaciones después, una segunda rama volvió a dividirse, dando lugar a denisovanos y neandertales. Eso ocurrió hace 744.000 años. Todo ello con las precauciones debidas a cualquier análisis paleogenético que, como este de Utah, aún requerirá de mucho trabajo de discusión y contraste.
Lo más interesante de esa tesis es que propone que la rama neandertal creció exponencialmente hasta llenar con decenas de miles de individuos Eurasia, en grupos pequeños pero muy abundantes y fragmentados. Hasta ahora, algunos expertos consideraban que la población neandertal realmente fue muy pequeña. No tenían razón. El modelo ahora propuesto arroja aún muchas dudas. Pero parece indicar que es necesario repensar cómo fueron los orígenes de estas especies, entre ellas la nuestra.
El trabajo propone una secuencia parecida a esta: los neandertales y los denisovanos se separaron muy poco después de que ambos abandonaran la rama común con los ancestros de sapiens. Durante un periodo de tiempo breve, ambas especies estaban compuestas de poblaciones relativamente pequeñas. Más tarde, los neandertales (ya completamente independientes) experimentaron un enorme crecimiento aunque en poblaciones muy fragementadas. Una de esas poblaciones pudo cruzarse con humanos modernos que procedían de la rama inicial: la madre de todas las ramas. Ello explica el hallazgo de material genético neandertal en algunas familias de humanos modernos.
¿Y cómo ha llegado la genética a estas conclusiones? El genoma humano está compuesto por cerca de 3.500 millones de nucleótidos, las letras en la que se escribe la información genética. Los genes son fragmentos de ADN que albergan una secuencia de nucleótidos con las instrucciones de una función concreta. Un gen puede mutar y pasar una información diferente a la descendencia de ese individuo. Es como si el abuelo de una familia introdujera un chiste nuevo en la casa y este se pasara de manera secreta entre los miembros de la familia: conociendo quién se sabe el chiste podríamos establecer parentescos, aunque fuera dentro de cientos de generaciones. El estudio de las mutaciones que se han pasado solo a un linaje permite saber qué especies sehan cruzado: si comparten mutación probablemente compartieron algo más. Además, la ciencia puede saber cuántas veces ha mutado un gen y, por lo tanto, cuán antiguo es. Una vez más, imaginemos que el chiste tiene una palabra en latín (seguramente interpretemos que fue generado hace mucho tiempo). Con este juego de mutaciones y tiempo, los genetistas pueden realizar proyecciones hacia atrás de árboles genealógicos y llegar a conclusiones como las del estudio de Utah.
Ahora queda que el resto de los especialistas implicados en el dibujo del árbol genealógico humano sean capaces de dar un explicación al hallazgo antes de cambiar nuestros libros de paleontolgía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario