Javier Montoya
Durante algunos meses la economía británica ha conseguido esquivar los efectos nocivos previstos por los analistas como consecuencia del Brexit.
El año 2016 sorprendió por el buen desempeño de su economía, que recogió los efectos positivos de la devaluación de la libra sin que se deteriorase el consumo interno y sin que hubiese presiones inflacionistas. Esto dio margen al Banco de Inglaterra para mantener la política monetaria expansiva.
A tenor del flujo de datos macroeconómicos publicados en los dos últimos meses la economía británica empieza a mostrar síntomas claros de desaceleración. Para sorpresa de muchos analistas e inversores, la inercia positiva en el crecimiento económico se extendió a lo largo del año 2016 y hasta el primer trimestre de 2017.
Esta sorprendente fortaleza está llegando a su fin y los indicadores adelantados apuntan a una mayor incertidumbre en las tasas de crecimiento.
La depreciación de la libra amenaza con impactar más pronto que tarde en la inflación, lo cual frenará el consumo privado, que ya empieza a resentirse por el deterioro en la confianza de los consumidores. Hasta la fecha, la inflación se ha visto contenida por el bajo nivel de los precios del petróleo y la ausencia de presión inflacionista en el resto de países desarrollados. Pero en la medida en que se consolide la recuperación económica global, esta tendencia debería de cambiar.
Una inflación más alta, un crecimiento más débil y una mayor incertidumbre en el mercado laboral afectarán al consumo privado, que hasta la fecha se había mantenido fuerte. Cualquier traba a las relaciones comerciales con el resto de Europa derivada del proceso de desconexión tendrá un efecto nocivo sobre la capacidad exportadora del país. Algunas empresas muy relevantes ya han expresado su temor a que las relaciones comerciales se enfríen y las entidades financieras preparan sus planes de contingencia en el caso de que fuese necesario establecer parte de su negocio dentro de las fronteras comunitarias.
A medida que nos adentramos en el proceso de negociación con la Unión Europea, aumentará la inestabilidad y la incertidumbre ya que las negociaciones serán duras y la posición de los británicos se ha visto algo debilitada tras los resultados de las últimas elecciones.
Británicos y europeos mantienen importantes diferencias en áreas cruciales dentro del proceso de desconexión. El control nacional sobre las fronteras y el flujo de ciudadanos y capitales serán escollos difíciles de salvar.
Conviene recordar que el Reino Unido se ha visto beneficiado de una inmigración positiva proveniente de un flujo constante de trabajadores cualificados. El Brexit puede reducir el atractivo del mercado laboral británico, por lo que se puede producir un doble impacto en su mercado laboral: menos personal cualificado y más caro.
En todo caso, el escenario central que manejan las principales casas de análisis es el de un Brexit blando, esto es, un proceso de negociación tenso y prolongado pero que a la postre desemboque en una serie de acuerdos bilaterales que no difieran demasiado de lo que actualmente regula las relaciones entre ambos bloques.
Asumiendo que al final ambas partes apelaran a la lógica y al pragmatismo económico, el futuro próximo se presenta incierto, sobre todo para los británicos, que tendrán que adaptarse a un periodo de crecimiento más débil con tensiones inflacionistas.
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