EL MUNDO PAPEL
Peter Ungar
Damos papilla a los niños, tomamos comida procesada...La mandíbula se nos ha quedado pequeña por no ejercitarla.
Llevamos en nuestra boca el legado de la evolución. Pocas veces pensamos en lo fascinantes que son nuestros dientes. Parten la comida sin romperse, millones de veces a lo largo de nuestra vida, y lo hacen hechos de las mismas materias primas que aquello que trituran. La naturaleza es una gran ingeniera.
Pero en realidad, al mismo tiempo, nuestros dientes son un desastre. Piense en ello. ¿Sus muelas del juicio están desgastadas? ¿Tiene los incisivos inferiores torcidos y desalineados? ¿Los de arriba se montan sobre los de abajo? Casi todos nosotros responderíamos que sí al menos a una de estas preguntas, a no ser que hayamos ido al dentista. Es como si nuestros dientes fueran demasiado grandes para encajar correctamente en nuestras mandíbulas, y no hubiera suficiente espacio delante ni detrás. Realmente no tiene mucho sentido que un sistema tan bien diseñado encaje tan mal.
En general, los demás animales tienen los dientes perfectamente alineados. Nuestros ancestros homínidos más lejanos también; y lo mismo ocurre con los pocos pueblos del mundo que siguen viviendo de la caza y la recolección tradicionales.
Soy antropólogo dental en la Universidad de Arkansas y trabajo con los Hadza, un pueblo de cazadores y recolectores del gran valle africano del Rift en Tanzania. Lo primero que te llama la atención cuando inspeccionas la boca de un Hadza es que tienen muchos dientes. Casi 20 muelas, mientras que al resto de nosotros nos salen y utilizamos unas 16. Normalmente en la mordida de los Hadza los incisivos frontales superiores no se montan sobre los inferiores; sus bordes se alinean formando un arco perfecto. En otras palabras, el tamaño de los dientes y de las mandíbulas de los Hadza encaja perfectamente. Lo mismo ocurre con nuestros ancestros y nuestros parientes vivos más cercanos, los monos y los simios.
Así que, ¿por qué no encajan nuestros dientes en la mandíbula como deberían? La respuesta corta es que no es que nuestros dientes sean demasiado grandes, sino que nuestra mandíbula es demasiado pequeña. Me explicaré. Los dientes de los humanos están recubiertos de una dura capa de esmalte que se forma desde dentro hacia afuera. A medida que se genera el diente las células que forman esta cobertura se mueven hacia el exterior, hacia lo que será la superficie, dejando un rastro de esmalte. Si alguna vez se pregunta por qué sus dientes no pueden repararse a sí mismos cuando se rompen o tienen caries, la respuesta es que las células que forman el esmalte mueren y desaparecen cuando erupciona el diente. Así que el tamaño y la forma de nuestros dientes están genéticamente preprogramados. No pueden cambiar en respuesta a las condiciones de la boca.
Pero la mandíbula es otra historia. Su tamaño depende tanto de la genética como del medio en el que vivimos; y se hace más larga con el uso, sobre todo durante la infancia, en respuesta del hueso al estrés. El biólogo evolucionista Daniel Liebermann, de la Universidad de Harvard, llevó a cabo en 2004 un elegante estudio con hiracoideos a una parte de los cuales dieron alimentos blandos cocinados, y a otra comida cruda y dura. Un esfuerzo mayor al masticar resultó en un mayor crecimiento del hueso en el que se anclan los dientes. Lieberman demostró que la longitud final de una mandíbula depende del estrés al que se le somete cuando se mastica.
La selección de la longitud de la mandíbula se basa en el crecimiento esperado según una dieta dura. Así, la dieta determina la adaptación de la mandíbula al tamaño de los dientes. Es un delicado acto de búsqueda del equilibrio y nuestra especie ha tenido 200.000 años para conseguirlo. El problema es que, durante la mayor parte de ese tiempo, nuestros ancestros no alimentaron a sus hijos con papillas como hacemos nosotros. Nuestros dientes no encajan porque en realidad evolucionaron para una mandíbula más larga, la que se hubiera desarrollado en un medio ambiente que requiriera un mayor esfuerzo. Las nuestras son demasiado cortas porque no las hacemos trabajar como la naturaleza espera que lo hagamos.
Hay numerosas pruebas de esto. El antropólogo dental Robert Corruccini, de la Universidad de Illinois del Sur, ha comprobado los efectos de la alimentación comparando habitantes de núcleos urbanos y gente del medio rural de la ciudad de Chandigarh, al norte de la India, y sus alrededores. Pan blando y sopa de lentejas por un lado, mijo tosco por otro. También lo ha observado entre dos generaciones consecutivas de los Pima de Arizona tras la apertura de una planta de procesado de comida preparada en su reserva. La dieta marca una gran diferencia. Recuerdo cuando le pedía a mi mujer que no cortara la carne de nuestra hija en trozos tan pequeños cuando era una niña. «Déjale masticar», le pedía. Me contestaba que prefería pagar una ortodoncia que dejar que se asfixiara. Al final ganó ella.
Dientes amontonados, torcidos, desalineados e impactados son problemas enormes con obvias consecuencias estéticas, pero que también influyen en cómo masticamos y provocan deterioro bucal. A la mitad de nosotros nos convendría un tratamiento de ortodoncia. Sin embargo, estos, con frecuencia, incluyen sacar o limar dientes para conseguir que encajen con la longitud de la mandíbula.
¿Tiene esto sentido desde una perspectiva evolucionista? Algunos médicos creen que no. Y uno de mis colegas en Arkansas, el bioarqueólogo Jerry Rose, ha unido fuerzas con el ortodoncista Richard Roblee para abordar esta cuestión. ¿Su recomendación? Que los médicos se centren más en las mandíbulas en crecimiento, sobre todo en el caso de los niños. En los adultos, las opciones quirúrgicas para estimular el crecimiento del hueso cada vez se usan más, y pueden acortar los tratamientos.
Como último apunte, que los dientes se amontonen no es el único problema provocado por una mandíbula demasiado corta. La apnea del sueño es otro. Tener la boca más pequeña significa que hay menos espacio para la lengua, con lo que es más fácil que ésta se caiga hacia la garganta durante el sueño y acabe bloqueando la entrada de aire. Así que no es extraño que cada vez más se utilicen aparatos e incluso la cirugía para llevar la mandíbula hacia delante en el tratamiento de la apnea del sueño obstructiva.
Para lo bueno y para lo malo, llevamos en nuestra boca el legado de nuestra evolución. Es posible que estemos atascados en unas condiciones medioambientales orales con las que nuestros ancestros nunca tuvieron que lidiar, pero reconocerlo puede ayudarnos abordar mejor el problema. Piense en ello la próxima vez que sonría y se mire en un espejo.
Peter Ungar es profesor en la Universidad de Arkansas
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